La ostentosamente evidente ausencia del sector que se define a sí mismo como “la oposición política” en el debate público de los grandes temas nacionales, en particular en los que son de importancia prioritaria, hace pensar muy seriamente que sus dirigentes, sus referentes, los que suelen esgrimir la posesión del mandato de esos partidos y movimientos, y que, además, se atribuyen representación popular, o están completamente desinteresados de dichos asuntos, o son intelectualmente ineptos para discutirlos en profundidad; o están vendidos al sector oficialista a cambio de alguna pequeña participación en el festín del poder.
Si nos ceñimos a los legisladores mayores y menores, o sea, a senadores, diputados y parlamentarios del Mercosur, y a concejales municipales y departamentales, se comprende que los oficialistas se mantengan callados, al margen de las discusiones sobre las deficiencias, los errores, los fracasos de la gestión gubernamental del presidente Horacio Cartes y su equipo, porque no querrán intervenir en un debate en el que no tienen posibilidad de marcar tanto alguno a su favor.
Pero, ¿dónde están los que no son oficialistas, los que dicen bregar en contra de un mal gobierno, los que dicen trabajar para alcanzar mejores niveles de calidad en la práctica política de alcance nacional o local? ¿Qué opinan de la administración de las hidroeléctricas compartidas con dos países vecinos? ¿Qué les parece la política fiscal en ejecución? ¿Qué planes tienen para corregir los males sociales básicos?
Podrían formularse al menos una docena de preguntas como estas, aunque serían puramente retóricas, porque la ciudadanía ya conoce sus respuestas: el silencio, la indiferencia, la prescindencia, el “ñembotavy” de los políticos que se dicen de oposición.
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Estos legisladores y concejales se esforzaron en hacer sus campañas comiciales; seguramente gastaron parte de sus ahorros en financiarlas y mucho de su tiempo en llevarlas adelante; reclamaron el voto de los electores prometiéndoles ocuparse de sus intereses y de los negocios del país, a fin de que –decían– al final de su mandato todos tuviésemos mejores condiciones de vida y un Paraguay más soberano, más justo, más ordenado, más próspero.
Mintieron descaradamente. La mayoría de estos candidatos que ganaron las nominaciones, y hoy se dicen representantes oficiales del pueblo o del vecindario de ciudades y pueblos, están “borrados”. En lo que toca a la realidad nacional, a sus problemas y dramas, ni siquiera debaten. No se les escucha, no se les ve, no se manifiestan, la mayoría están escondidos.
¿Quién sabe algo de algún proyecto presentado o algún cuestionamiento realizado, por ejemplo, por los diputados liberales Esmérita Sánchez, Celso Kennedy, Horacio Carísimo, Gustavo Cardozo, María Carísimo, Celso Maldonado, o por el encuentrista Ricardo González? ¿Quién conoce a representantes liberales en el Parlasur, como Enmanuel Friedmann, Juan Antonio Denis, o al oviedista Ramón Domínguez Santacruz? ¿Quién sabe qué opinan estos “representantes del pueblo” acerca del modo de recuperar la dignidad, la soberanía y el dinero que el país perdió y pierde todos los días en las binacionales de Itaipú y Yacyretá? ¿Alguien conoce su posición política ante los proyectos de desarrollo rural que se proponen para sacar a los más pobres de su situación sin cometer injusticias con los demás? ¿Qué criterio tienen acerca del modo de administrarse ANDE, Petropar, Copaco, de los proyectos del MOPC?
De esto no se sabe nada. Las noticias que de ellos llegan, de vez en cuando, son acerca de sus peleas por asir la manija de sus movimientos, de sus partidos, de sus grupos de presión, por capturar más prebendas, por meter a más allegados en cargos públicos, por ganar licitaciones y hacer negocios jugosos con el Gobierno, por vender más caro sus votos en sus cuerpos colegiados, por procurar su reelección.
En resumen, siendo políticos, en vez de esforzarse en llamar la atención para que la ciudadanía se fije en ellos, no los olvide y los vuelva a votar, paradójicamente, prefieren mantenerse calladitos y pasar desapercibidos; tal vez para que no se advierta qué clase de personas verdaderamente son y a qué se están dedicando en realidad.
Con excepción de algunos dirigentes partidarios que se manifiestan en temas nacionales que, si no todos son de importancia capital, por lo menos sacan la cara ocasionalmente, el resto, mutis por el foro. Demuestran que las organizaciones políticas opositoras con representación en los colegiados públicos carecen de gente intelectualmente capacitada para opinar y presentar planteamientos sobre educación, salud, seguridad, obras públicas, sobre los conflictivos casos de Itaipú y Yacyretá, así como los demás que citamos anteriormente y los que cada lector podrá agregar por sí mismo.
Sobre todos los temas nacionales los políticos son los primeros que deberían tener opinión propia o colectivamente consensuada en sus organizaciones, con argumentos bien fundados, cuidándose de no incurrir en la típica “piloteada” del que no sabe de qué se está hablando; deberían esforzarse por exponer sus propuestas para los problemas nacionales, sobre los cuales, en todo país democrático, debe debatirse antes de toda decisión oficial.
Sobre todo, tienen la obligación de exponer críticas sobre lo que está ocurriendo; deben decir cómo se puede hacer mejor lo que se está haciendo, qué se debe hacer que no se está haciendo. Al no suceder esto, es inevitable pensar que nuestra oposición es inepta o está vendida a las prebendas con las que el Gobierno la complace o la corrompe.