Otro inicio de clases en las deplorables condiciones de siempre

Estamos en el inicio de un nuevo periodo lectivo y, como todos los años, nos enfrentamos a las deplorables realidades de siempre. Pese a que cada Gobierno promete soluciones a los problemas del sistema educativo, ellos se siguen reflejando en los pobrísimos resultados que las evaluaciones internacionales nos arrojan a la cara. La pregunta que se plantea es por qué nuestro sistema educativo es tan deplorable. Se podrían enumerar varias causas, como el “problema” de que el 43% de los niños que llegan al primer grado solo hablan el guaraní, la paupérrima infraestructura educativa, el escaso equipamiento, la desnutrición del alumnado, la baja carga horaria y la mala formación docente, entre otras causas. Ante los resultados de las evaluaciones internacionales se puede afirmar que la dificultad principal radica en la ineptitud del personal educativo. Es decir, se podrán mejorar las deficiencias mencionadas, pero los alumnos no aprenderán más y mejor mientras haya maestros y profesores tan incompetentes como muchos de los que hoy tenemos. La enseñanza de las nuevas generaciones no debe permanecer, per secula seculorum, en manos de ignorantes.

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Estamos en el inicio de un nuevo periodo lectivo y, como todos los años, nos enfrentamos a las deplorables realidades de siempre. Pese a que cada Gobierno promete que se darán soluciones a los problemas del sistema educativo, ellos se siguen reflejando en los pobrísimos resultados que las evaluaciones internacionales nos arrojan a la cara.

Según la Encuesta Permanente de Hogares, en 2017 había en el Paraguay 279.000 personas de 15 o más años de edad que no sabían leer ni escribir. La tasa de analfabetismo del 5%, que afectaba sobre todo a la población rural y femenina, se mantenía constante desde 2010, lo que implica que en ese lapso no se logró el objetivo de que la Unesco declare a nuestro país libre de analfabetismo, reduciendo su tasa a menos del 3%. Aunque en el contexto latinoamericano no sea una de las más altas, resulta imperioso que toda la población económicamente activa tenga acceso, como mínimo, a la instrucción elemental. Tal como manda la Ley Suprema, el Estado debe garantizar el derecho de aprender, tan vinculado a la igualdad de oportunidades, sin discriminación alguna. Resultaría ocioso insistir en las ventajas que hoy, más que nunca, el conocimiento reporta a la sociedad toda y a cada uno de sus miembros. Como de él depende el desarrollo individual y colectivo, es preciso arrancar de la ignorancia a los compatriotas excluidos del sistema educativo.

Ahora bien, el hecho de que el 95% de ellos sepa leer y escribir, según sus dichos, no significa necesariamente que hayan sido dotados de los instrumentos intelectuales requeridos para prosperar en el mundo contemporáneo. En tal sentido, es lamentable que no se pueda suponer que todos ellos son capaces de comprender un texto sencillo, de escribir una esquela sin errores ortográficos ni sintácticos o de aplicar el saber matemático adquirido. Es lo que se desprende de diversas evaluaciones nacionales e internacionales del aprendizaje, como el Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo (2013), citado en un reciente informe del Banco Mundial, y el análisis realizado en el Programa Internacional de Evaluación de los Alumnos (PISA, 2017). En ambos casos, los resultados permiten afirmar que la calidad de la educación paraguaya es pésima, en especial en matemáticas y en lectura. Para más datos, en un examen realizado en 2018 a niños del tercer grado en el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC), el 72% de ellos se aplazó al realizar las cuatro operaciones aritméticas básicas y el 70% en lectura comprensiva. El relativamente alto porcentaje de alfabetización resulta así engañoso, porque habría muchos “analfabetos funcionales”, que no están en condiciones de entender cuanto leen.

La pregunta que se plantea es por qué nuestro sistema educativo es tan deplorable. Se podrían enumerar varias causas, más allá de los programas de estudio deficientes y del “problema” de que el 43% de los niños que llegan al primer grado solo hablen el guaraní. Entre ellas suelen mencionarse la paupérrima infraestructura educativa, el escaso equipamiento, la desnutrición del alumnado, la baja carga horaria y la mala formación docente. El impacto negativo de los tres primeros factores puede ser reducido o hasta eliminado siempre que los recursos del Fonacide y del MEC sean invertidos con honestidad y eficiencia. No es nada seguro, empero, que ello conduzca a que se enseñe mucho mejor. Lo mismo cabe decir de la carga horaria, que disminuye aún más cuando los docentes están de huelga: puede que, en el Paraguay, aumentarla no sirva de mucho, dado que en Uruguay se logran mejores resultados con menos horas de clases que en nuestro país. Tampoco debe olvidarse otra lacra que es la partidización de la educación, un mal que el Paraguay soporta desde la época de la dictadura. Puede recordarse que Enrique Riera, ministro de Educación y Ciencias del Gobierno de Horacio Cartes, organizaba reuniones con supervisores para instarles a votar por el “caballo del comisario” en las elecciones internas del coloradismo. Por supuesto, hay que acabar con el influjo político-partidario en el sistema educativo, pero aún hace falta algo más si se quiere mejorar notablemente su desempeño.

En efecto, puede afirmarse que la dificultad principal radica en la ineptitud del personal educativo. Es decir, las escuelas y los colegios podrán estar bien construidos y equipados, el almuerzo escolar podrá hacer que los alumnos estén mejor alimentados y hasta podrán pasar más tiempo en las aulas con unos docentes ajenos a la politiquería, pero no aprenderán más y mejor mientras haya maestros y profesores tan incompetentes como muchos de los que hoy tenemos. Si da vergüenza ajena escucharlos, irrita que no muestren el menor interés en capacitarse y pidan que las evaluaciones a las que se someten no sean tan exigentes.

No todo es cuestión de dinero, ya que el Paraguay “obtiene resultados en las pruebas estandarizadas regionales mucho más bajos de los que se esperaría para un país con ese nivel de gasto por alumno”, según se lee en el informe antes citado del Banco Mundial. Y conste que este mismo documento sostiene que, considerando el ingreso per cápita, aquí se gasta un monto adecuado por alumno en la educación pública. Claro que no estaría mal que el Presupuesto educativo equivaliera al 7% del Producto Interno Bruto, como recomienda la Unesco, pero de nada valdrá si en el MEC se roba y se usan los fondos para, por ejemplo, mantener a unos 300 “docentes” que nada tienen que hacer y esperan en los pasillos ser comisionados a algún lugar.

Desde ya, se pueden ahorrar recursos eliminando el malgasto para destinarlos a mejorar la calidad de la enseñanza, empezando, por ejemplo, por reforzar el Instituto Superior de Educación (ISE). La experiencia enseña que allí se expiden títulos habilitantes de instrucción pedagógica sin mayores exigencias. Así se explica que el 78% de nuestros docentes los tenga, sin que la calidad educativa paraguaya sea mejor que la de Ecuador, Guatemala y Honduras, donde los porcentajes en la materia son menores. O sea que, así como hay personas alfabetizadas que no comprenden lo que leen, hay educadores titulados que no saben enseñar. Es que ellos mismos arrastran las deficiencias de la educación recibida en la escuela primaria, de modo que es presumible que el ISE deba adaptar la formación al bajo nivel de los estudiantes.

Siendo la tragedia de muy larga data, sería ilusorio pretender que se le ponga fin a corto plazo. Pero alguna vez habrá que sacarse la careta y enfrentarla con la energía necesaria, poniendo el acento en la formación docente. La enseñanza de las nuevas generaciones no debe permanecer, per secula seculorum, en manos de ignorantes, más interesados en ganar cada vez más que en capacitarse para estar a la altura de su noble función. Necesitamos gobernantes que antepongan el patriotismo a la politiquería y rescaten al Paraguay de tan vergonzosos lugares en las evaluaciones educativas regionales.

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