Es inevitable para cualquiera que conserve su buena memoria en el desarrollo histórico de las relaciones políticas paraguayo-brasileñas estar persuadido de que un presidente de la República Federativa del Brasil no viaja hasta Asunción por asuntos que no revistan el carácter de interés prioritario para aquel país y, además, que merezcan un tratamiento de urgencia. Los demás asuntos bilaterales, aun siendo importantes, suelen quedar a cargo de los diplomáticos o de los técnicos.
De pronto, el actual presidente brasileño, Michel Temer, se larga a realizar una visita relámpago a nuestro país, haciéndose acompañar de una delegación de congresistas y ministros de su gabinete. Según la información oficial de nuestra Cancillería, “los mandatarios pasarán revista a los diferentes temas que conforman la nutrida agenda bilateral”. ¿Qué “nutrida agenda” se puede agotar en una visita de pocas horas?
Recuérdese, de paso, que salvo para las formalidades de asunción al mando, para alguna “cumbre” o reuniones del Mercosur, muy pocos mandatarios brasileños llegaron a Asunción en visita especial a lo largo de las últimas décadas. Tan pronto asumió Rousseff, en enero de 2011, su primer viaje al extranjero fue a Buenos Aires. En una hora y media hubiera estado en Asunción; pero “no le dio” el tiempo. La cancillería brasileña anunció su visita al Paraguay para finales del año 2010, aun antes de asumir, porque iba a participar de la cumbre de la Celac en Caracas, que se realizaba unos días después, pero canceló el programa en nuestro país porque estaba “resfriada” y el médico le aconsejó no viajar. No obstante el “resfrío”, pudo asistir a la reunión en Venezuela.
Fue una decepción, especialmente para Fernando Lugo. Porque, en aquella ocasión, se anticipó que la presidenta Rousseff iba a anunciarnos formalmente la feliz noticia de que el Congreso de su país había aprobado su propuesta de triplicar la cuota que Brasil pagaba al Paraguay por la energía de Itaipú que le cedíamos. Un guiño amistoso para el presidente paraguayo de entonces.
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Ni para esto, que eran motivos importantes, llegó la mandataria brasileña hasta aquí. Pero ahora, de pronto, el presidente Michel Temer ejecuta una acción que, por haberse demorado tanto tiempo, forzosamente despierta la suspicacia. ¿Cuál es el asunto tan crucial que lo trajo? ¿Qué tema es el que sus ministros o congresistas no pueden debatir aquí, o transmitirnos desde allá, que tiene que molestarse el mismo presidente para tratarlo personalmente? No cabe duda, debe ser un asunto de extrema confidencialidad. Esta es, a nuestro criterio, la única explicación razonable en el contexto que se nos presenta.
El acceso del exvicepresidente Temer a la jefatura del Ejecutivo brasileño, luego de la destitución de Rousseff, tuvo que haberle abierto muchas ventanas informativas que para él estaban clausuradas anteriormente. Por ejemplo, la gran investigación oficial sobre el escándalo de corrupción y los otros ilícitos cometidos por los gobernantes del Partido Trabalhista (PT), Lula y Dilma, tuvieron que haber abierto muchos otros documentos e impulsado muchas otras investigaciones en diversas direcciones.
Piénsese, simplemente, que si en el affaire de Petrobras, que envolvió a ambos expresidentes y a tantos altos funcionarios de sus gobiernos y dirigentes de su partido, se estima en casi 16.000 millones de dólares el total de lo robado, desviado, malversado y cuantos más delitos se perpetraron en ese proceso, entonces, ¿a cuánto podrían ascender esas mismas operaciones fraudulentas si aparecieran, por ejemplo, en el ámbito de la Itaipú Binacional?
Haciendo un poco de aritmética, bien podría resultar que Itaipú sea una empresa económicamente más grande que Petrobras. Los expertos lo dirán mejor que nosotros, seguramente, siempre y cuando conozcan las cifras reales, porque del movimiento financiero de la hidroeléctrica nadie hasta ahora parece saber nada a ciencia cierta. ¿Cuánto debe Itaipú? ¿A quiénes? ¿En qué medida el Paraguay participa de esos compromisos? ¿Será que vamos a tener que pagar por Itaipú mucho más de lo que valdrá dentro de pocos años, cuando se produzca el término del contrato inicial?
Ninguno de los estudiosos y expertos en esta misteriosa materia puede responder con certeza estas preguntas. Este solo hecho, sin necesidad de complementarlo con otras complicaciones propias de las relaciones paraguayo-brasileñas –como ser la delincuencia fronteriza– ya sería suficiente motivo como para que los representantes de ambos países mantengan permanente y fluido contacto político.
Pero, sin duda, el presidente Temer quiso tratar algún asunto en particular con el presidente Cartes. Algo que, obviamente, no debía ser ventilado en reuniones en que participan muchas personas. Por el momento es difícil saber de qué se trata, porque esas puertas están cerradas para la prensa; y será con mucha mayor razón, si lo están hasta para los congresistas y ministros.
Entonces, ante tal situación, es natural que queden plenamente justificadas las conjeturas, en especial si ayudan a la opinión pública a no quedar completamente al margen de las mesas donde se están jugando cartas tan importantes para el país y su futuro cercano.
¿Qué hacer, si, por ejemplo, el actual Gobierno brasileño tiene en sus manos el dosier completo de los robos, malversaciones y despilfarros ilegales en Itaipú a lo largo de sus cuatro décadas de construcción y funcionamiento, por gobernantes y funcionarios paraguayos sobornados o en connivencia con sus pares brasileños? En ese caso, debemos estar preparados para la explosión de un escándalo como el de Petrobras, al menos para saber qué hacer en semejante circunstancia.
Nadie podrá afirmar que una conjetura como esta es irreal, exagerada o formulada de mala fe. Muchos años todos fuimos y somos testigos de cómo de sigilosa y arbitrariamente se maneja Itaipú Binacional, y de cuánto se enriquecieron los políticos que se involucraron con esta empresa, desde la instalación de su piedra fundamental hasta la actualidad. Si alguien viene a contarnos que en Itaipú se robó todavía más que en Petrobras, no será precisamente una sorpresa, excepto por el hecho de que semejante asunto haya logrado ser mantenido tanto tiempo en secreto.
Debe ser algo muy importante, extremadamente grave y confidencial lo que trajo a un presidente brasileño al Paraguay a sentarse a hablar con Horacio Cartes a solas. Solamente cabe esperar que, cuando el asunto salte, no nos deje a los paraguayos en la oscuridad y que, por el contrario, sirva para enviar a los ladrones y vendepatrias a la cárcel.