Nuestro diario ha venido insistiendo en la necesidad de que el Paraguay tenga partidos políticos fuertes, tanto el que coyunturalmente esté en el Gobierno como los que estén en la oposición. El primero, para que sus representantes conduzcan el país con eficiencia y honestidad, y los segundos para actuar de celosos contralores del manejo de la cosa pública. Pero eso no ha venido ocurriendo en ninguno de los casos.
En lo que respecta al gobernante Partido Colorado, ¿qué pasó con esta más que centenaria agrupación política, esta “asociación de hombres libres”, según proclaman sus documentos fundacionales? Muchos de sus exponentes en los más altos niveles y los candidatos que triunfan en las elecciones internas o en las meras disputas por espacio de poder, no son originarios de la organización política ni mostraron más afinidad con su línea ideológica que con cualquier otra; generalmente, ni siquiera asumieron una posición política en su vida.
El actual Presidente de la República fue impuesto a los colorados forzando una modificación de los estatutos para que se requiriera solamente un año de antigüedad como requisito para ser candidato, en vez de los diez años que se requería hasta entonces, a fin de allanarle el camino al Palacio de López, ya que apenas reunía un poco más de doce meses como afiliado colorado. Esta innovación estatutaria ad hoc será recordada por la historia política como mera maniobra oportunista de deplorable calidad ética y claramente violatoria del espíritu de los fundadores del partido.
Para peor, como candidato, en su oportunidad, él mismo admitió que financiaba de su bolsillo las campañas previas a su elección, jactándose inclusive de hacerlo con candidatos de otros partidos, lo que fue destacado como un gran mérito por dirigentes colorados, entre ellos el actual ministro de Defensa, Diógenes Martínez. Resalta así que el principal aporte de Cartes al partido fue la billetera, ya que no se le conocía militancia partidaria alguna. Como ciudadano era de muy pobres antecedentes cívicos, ya que anteriormente ni siquiera se había tomado la molestia de acudir a una oficina a inscribirse en el Registro Electoral, y nunca había cumplido con su deber constitucional de sufragar en elecciones nacionales.
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Este neocolorado que súbitamente “vio la luz” de la democracia al final del oscuro túnel de indiferencia política en el que había vivido hasta entonces, llegó al extremo de que, el día de los comicios en los que él era el principal candidato, tuvo problemas y vacilaciones para cumplir con los sencillos trámites de la votación, debiendo ser asistido por las autoridades de la mesa electoral para no equivocarse, haciendo el ridículo frente a las cámaras de la prensa. Se le disculpó piadosamente su torpeza, debido a que nadie esperaba mucho de él, pues se lo sabía un novato en el ámbito en que comenzaba a moverse y al que entró como paracaidista, sin haber cumplido previamente con el aprendizaje básico que dan la militancia política y las simples prácticas cívicas inherentes a cualquier ciudadano.
Con el actual presidente de la ANR, Hércules Pedro Alliana, sucedió algo parecido. Siendo afín al Partido Encuentro Nacional, luego afiliado al Partido Colorado, le tocó en suerte un suceso insólito: ser escogido sorpresivamente como candidato nada menos que a la presidencia de su flamante partido. El mismo Cartes promocionó a Alliana para la máxima dignidad partidaria, financiando su campaña electoral.
Para peor, ante el rechazo popular y legal de su intento de atornillarse al sillón presidencial, esa misma persona que había entrado por la ventana en el partido como trampolín para acceder al Palacio de López, está intentando nuevamente erigirse en el gran elector del candidato partidario para el próximo periodo de Gobierno.
Y pareciera que, ante el olor de su dinero que piensan volverá a circular otra vez a raudales, un gran número de dirigentes partidarios –que en cualquier país decente más bien tendrían prontuarios judiciales y no currículum– sumisamente se está arrodillando a sus pies, lo que le abre a Horacio Cartes la puerta para designar a un delfín –o a un Pato Donald, al decir del fallecido Luis María Argaña– de las características que él desee para continuar manejando el país a su antojo.
¿Por qué el Partido Colorado llegó al extremo de tener que alquilarse a este punto, perdiendo toda identidad ideológica y la respetabilidad que se merece? La respuesta es simple: al igual que las demás nucleaciones políticas, padece una crisis de liderazgo sin precedentes. En el caso de los colorados, además, al ir a la llanura en 2008, sus agentes de recaudación económica en el aparato del Estado también perdieron el control de los organismos y empresas estatales. En otros términos, no pudieron continuar con su vicio de meter la mano en las arcas públicas para juntar el dinero indispensable destinado a encarar la siguiente campaña electoral con la seguridad y la tranquilidad con que lo vinieron haciendo desde los tiempos de la dictadura.
Y el mecenas cayó del cielo. El partido se vio en la necesidad de recurrir a forasteros, a los “outsider”, como hoy se llaman. Esto no sería malo si se buscara un candidato entre personas honestas y capacitadas, con cierta trayectoria, con antecedentes impecables, que proporcionen al pueblo la esperanza de honestidad en el manejo de la cosa pública.
De buenas a primeras, el futuro de la ANR no parece así muy promisorio. En estas condiciones le amenazan dos posibilidades ciertas: una de ellas es ir debilitándose como entidad política, y la otra, que se vaya polarizando contra una ciudadanía hoy mucho más madura que hace tan solo una década, y que ya no está dispuesta a aceptar que el Estado se maneje como una mercancía. Buen ejemplo de este riesgo es el reciente intento de enmendar la Constitución para satisfacer el apetito de poder que se despertó en el actual poderoso dueño de la ANR, y que chocó contra un muro ciudadano fortalecido.
De esta manera, el futuro del Partido Colorado no es alentador. Puede continuar en el poder mediante el poderoso combustible del dinero, pero se irá alejando cada vez más de la gente de bien. Para revertir esta negativa situación, necesita imperiosamente desratizarse de los roedores que se alimentan de los fondos públicos, desprovistos de moral y de patriotismo, que lo han secuestrado después de la caída de la dictadura y se han hecho fuertes en sus filas hasta hoy.