Persiguen a la prensa para ocultar sus mentiras

Las medidas contra la prensa que se asumen en los países gobernados por regímenes bolivarianos no son novedosas. En verdad, ellas responden a un bien urdido plan de los totalitarios que están al frente de esas naciones para evitar que la población tenga libre acceso a la información y pueda gozar de la libertad de expresión. La estrategia fue pergeñada en la Cuba castrista, donde hace más de medio siglo que los ciudadanos viven sumidos en la más absoluta oscuridad por una dictadura que los mantiene cautivos, desinformados y al margen de la inmediatez informativa de la era cibernética. Por su parte, los gobiernos de los otros países que están pretendiendo imponer el “socialismo bolivariano del siglo XXI” van buscando implantar el mismo esquema de aislamiento de sus poblaciones. Es preciso tenerlo en cuenta a la hora de escoger el futuro político que se pretende para un país libre como el nuestro, para no hipotecar derechos básicos que hemos adquirido a justo título, tras décadas de persecución bajo el régimen stronista.

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Las medidas contra la prensa que se asumen en los países gobernados por regímenes bolivarianos no son novedosas. Es más, ni siquiera sorprenden. En verdad, ellas responden a un bien urdido plan de los totalitarios que están al frente de esas naciones para evitar que la población tenga libre acceso a la información y pueda gozar tranquilamente de la libertad de expresión. Es la forma más efectiva que han encontrado para esconder sus mentiras y los estrepitosos fracasos económicos de sus respectivas gestiones.

La estrategia, desde luego, fue pergeñada en la Cuba castrista, donde hace más de medio siglo que los ciudadanos cubanos viven sumidos en la más absoluta oscuridad por una dictadura que los mantiene cautivos, completamente desinformados y al margen de la inmediatez informativa que rige en la era cibernética.

Cualquier persona que tome contacto con un ciudadano cubano que ha logrado escapar a las garras de la tiranía castrista puede de manera rápida constatar esta realidad. La ignorancia o el desconocimiento de la gran mayoría del pueblo de aquella nación caribeña con respecto a lo que acontece en su propio país y en el mundo exterior es prácticamente absoluta. Asombrosa, por otra parte, para quienes estamos acostumbrados a vivir con el libre flujo informativo, y demostrativa del grado de hermetismo que el régimen marxista ha logrado imponer en la infortunada isla.

De hecho, la población cubana solo puede tener conocimiento de lo que al Gobierno se le antoja informar, ya sea a través de su diario oficial, Granma, o del canal oficial de televisión, repleto de funcionarios gubernamentales que fungen de “periodistas” y que se limitan a leer los comunicados que llegan de las reparticiones estatales con orden de ser difundidos sin cambiárseles coma ni punto alguno. De acceso libre a internet, ni hablar, porque el régimen se cuida bien tanto de limitar la expansión de la red como de censurar su contenido.

Por su parte, los gobiernos de los otros países que están pretendiendo imponer el sistema marxista, eufemísticamente bautizado como “socialismo bolivariano del siglo XXI”, van buscando implantar el mismo esquema de aislamiento de sus respectivas poblaciones.

Esta campaña la emprendió con puntilloso afán de censura el régimen del extinto gorila Hugo Chávez, cerrando canales de televisión, retirándoles las licencias a más de una treintena de radios y creando medios públicos de comunicación a diestra y siniestra, con la nada oculta misión de dedicarse a difundir profusamente las verdades únicas manejadas por el Gobierno.

El método de hostilidad a los medios independientes se repitió sistemáticamente en el Ecuador de Rafael Correa, la Nicaragua de Daniel Ortega, la Bolivia de Evo Morales y hasta la Argentina de Néstor Kirchner y su sucesora, Cristina, empeñada en librar una batalla sin tregua contra el diario Clarín y propiciar programas hiperoficialistas en la TV Pública para difundir los nuevos “relatos” de su gobierno.

Por esta vía, buscan afanosamente imponer sus controvertidos métodos de control de la opinión pública y, sobre todo, ocultar la falsedad de sus polémicos procedimientos y afirmaciones, utilizando incluso la mentira como sistema de propaganda.

El caso de la enfermedad y muerte del gorila bolivariano sirvió para demostrar cómo funciona la maquinaria propagandística en el manejo de las masas sometidas por ella a la férula dictatorial. De hecho, se sospechaba con gran fundamento que Chávez murió en la ciudad desde donde gobernó su país durante muchos meses: La Habana. Sin embargo, por motivos obvios, esa realidad no podía ser revelada, de modo que lo habrían trasladado a Caracas ya fallecido, mintiendo oficialmente sobre su estado durante varios días.

Esta versión, firmemente negada por su príncipe heredero, Nicolás Maduro, acabó siendo contradicha, involuntariamente, en un discurso fúnebre pronunciado días pasados por un mayor del Ejército. El militar, sin proponérselo, hizo el trabajo que debió hacer la prensa libre, de haber podido.

Pero en un país como la Venezuela chavista, ningún periodista, de los muchos que aún tiene, pudo siquiera asomarse al máximo secreto de Estado venezolano de los últimos tiempos: el proceso de enfermedad y la muerte de su líder fundador.

En suma, lo que en las democracias liberales son hechos comunes y trances naturales de seres humanos, en esos regímenes totalitarios se los presenta como importantes secretos de Estado que se deben esconder al pueblo y a la mirada mundial. Las diferencias entre un sistema político y otro son tan obvias y sencillas de ver, que quien todavía pretenda confundir a la gente y hacer pasar un régimen político bolivariano como si fuera igual a los nuestros debe ser considerado como un mentiroso.

La persecución infame que los bolivarianos ejercen contra la prensa cuando están en el poder tiene el objetivo de evitar que se conozca la realidad, en una progresión gradual hacia la supresión de las libertades fundamentales. Es preciso tenerlo en cuenta a la hora de escoger el futuro político que se pretende para un país libre como el nuestro, para no poner en riesgo ni hipotecar derechos básicos que hemos adquirido a justo título, tras décadas de persecución dictatorial bajo el régimen stronista.

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