Políticos “chatarra” no generan entusiasmo en la gente

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A pocas semanas de las elecciones nacionales, ni de lejos el ambiente tiene la efervescencia que motivaba este tipo de acontecimientos en el pasado. Pareciera que la gente no está interesada en absoluto en las opiniones y promesas que puedan formular los candidatos en los famosos debates televisivos. En síntesis, hay una indiferencia generalizada, un preocupante desinterés. A tal punto llegó esto que el arzobispo de Asunción, monseñor Edmundo Valenzuela, creyó necesario instar a los católicos a que cumplan con su deber constitucional de elegir el 22 de abril a quienes en los próximos cinco años influirán notablemente en sus vidas, sancionando leyes o ejecutándolas. Se entiende muy bien, por cierto, que el común de los ciudadanos, es decir, aquel que no integra la clientela de los politicastros de uno u otro pelaje, no se sienta absolutamente entusiasmado. El descrédito en que están sumidos los dirigentes es tal que ya no pueden contar con la adhesión sincera de las personas de bien que quieren un futuro mejor para sus hijos y para el país en general. El actual Congreso, por ejemplo, es un muestrario de políticos “chatarra” sinvergüenzas de todo tipo, que venden votos, trafican influencias o instalan allegados en el aparato estatal. Si muchos de ellos vuelven a postularse para seguir enlodando una banca, ocultos en una “lista sábana”, se entiende que la participación electoral resulte afectada.

A menos de tres semanas de las elecciones nacionales para elegir nuevas autoridades, ni de lejos el ambiente tiene la efervescencia que motivaba este tipo de acontecimientos en el pasado. Pareciera que la gente no está interesada en absoluto en las opiniones y promesas que puedan formular los candidatos en los famosos debates televisivos. En síntesis, hay una indiferencia generalizada, un preocupante desinterés.

A tal punto llegó esto que el arzobispo de Asunción, monseñor Edmundo Valenzuela, creyó necesario instar a los católicos a que cumplan con su deber constitucional de elegir el 22 de abril a quienes en los próximos cinco años influirán notablemente en sus vidas, sancionando leyes o ejecutándolas. Quizá haya advertido que la campaña electoral en curso se distingue por la apatía antes que por el fervor de la gente, y que, por lo tanto, sería de temer que ese día muchos ciudadanos se queden en sus casas en vez de acudir a los lugares de votación. Si es así, su impresión resulta atinada y su llamado oportuno. En efecto, las campañas electorales internas –sobre todo la de la ANR– parecen haber sido más ardorosas que esta en la que se decidirá quiénes representarán al pueblo en el próximo periodo constitucional.

Se entiende muy bien, por cierto, que el común de los ciudadanos, es decir, aquel que no integra la clientela de los politicastros de uno u otro pelaje, no se sienta en absoluto entusiasmado.

El descrédito en que están sumidos los dirigentes es tal que ya no pueden contar con la adhesión sincera de las personas de bien que quieren un futuro mejor para sus hijos y para el país en general. Su desprestigio no tiene que ver solo con las tantas promesas incumplidas de larga data, que se repiten en cada elección, algo que en todas partes suele reprocharse a los candidatos que fueron electos, sino también con un fenómeno mucho más grave: la corrupción rampante de la que hacen gala impúdicamente en los cargos electivos nacionales, departamentales y municipales.

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El actual Congreso, por ejemplo, es un muestrario de políticos “chatarra” sinvergüenzas de todo tipo, que venden votos, trafican influencias o instalan a allegados en el aparato estatal, además de autoconcederse privilegios del Primer Mundo. Si muchos de ellos vuelven a postularse para seguir enlodando una banca, ocultos en una “lista sábana”, se entiende que la participación electoral resulte afectada. Ya perdieron hace tiempo la credibilidad, y sus figuras son repulsivas para la gente decente.

Hay también nuevos candidatos, sin antecedentes en cuanto a fechorías, que tratan de ganar votos anunciando que, si llegaran al Palacio Legislativo, trabajarán por los pobres, construirán polideportivos o impedirán que los congresistas sean reelectos más de una vez, aparte de establecer la revocatoria de sus mandados en caso de mal desempeño. O mienten a los electores o no tienen la menor idea de lo que pueden hacer desde un escaño, dentro del marco de la Constitución.

En términos generales, ¿está enterada la ciudadanía de los respectivos programas de Gobierno de la ANR y de la Alianza Ganar? No los conoce y no puede conocerlos por la simple razón de que hasta ahora brillan por su ausencia. Ni Mario Abdo Benítez ni Efraín Alegre han ofrecido al electorado un conjunto coherente de políticas públicas que implementarían desde el Palacio de López. En consecuencia, tampoco los candidatos a parlamentarios de la ANR y del PLRA saben qué planes impulsarán en función de unos lineamientos generales aprobados por sus respectivas organizaciones. En realidad, es lo que menos les importa, ya que una vez que estén ubicados en el Congreso harán lo que les venga bien a sus bolsillos, o lo que les ordenan sus patrones políticos.

De esta forma, repetimos, poco es lo que se sabe de lo que harán “Marito” y Efraín Alegre. El uno habló de reimplantar el servicio militar obligatorio –olvida que la Constitución lo consagra– y el otro de crear un Ministerio de Agricultura Familiar, lo que parece muy poco, atendiendo las numerosas cuestiones de interés general de las que debe ocuparse el presidente de la República. Claro que también anunciaron, desde luego, que combatirán con denuedo la corrupción, mientras se exhiben con opulentos funcionarios aduaneros enriquecidos de la noche a la mañana, o con el “chicanero” Camilo Soares, acusado por lesión de confianza.

Ya no se hable de pedir coherencia a nuestros políticos. Puede recordarse en tal sentido que los dos candidatos con mayor potencial se mostraron muy indignados durante las campañas electorales internas denunciando los latrocinios y la persecución a funcionarios, o impugnando el inconstitucional afán reeleccionista de Horacio Cartes y de Fernando Lugo. Ahora, “Marito” se reconcilió y abrazó con su correligionario y Alegre se alió con quien siguió confabulado con el actual Presidente, incluso después de fracasada la común aventura.

Pese a todo, cabe sumarse a la exhortación del arzobispo Valenzuela, pues quedarse en casa no es la mejor opción. De lo que se trata, si bien duela, es de elegir el mal menor, aunque sea tapándose la nariz. La abstención electoral solo favorecerá a los peores candidatos, cuya clientela fiel irá a votar con la mayor disciplina. Por nuestra parte, reiteramos que el partido que desgobernó en las últimas siete décadas no merece el apoyo de los ciudadanos y las ciudadanas decentes que anhelan un Paraguay mejor.