Producción sostenible, propuesta viable para el 2017

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La práctica de la producción sostenible está directamente vinculada al concepto de “desarrollo sostenible” y se basa en la conciliación entre crecimiento económico, recursos naturales y demanda de la sociedad, sin comprometer la posibilidad de vida de las generaciones venideras. A pesar de casi tres décadas de la aparición, comprensión e implementación de dicho concepto, Paraguay poco o nada ha incursionado en la ejecución de prácticas que lleven a congeniar el desarrollo y la vulnerabilidad del medio ambiente. A pesar de todo ello, nuestro país es aún poseedor de una extraordinaria riqueza ambiental y de una amplia biodiversidad de importancia global. La cuantificación de su potencial productivo sostenible es enorme. Por todo ello, es de esperar que el “Plan Nacional de Desarrollo Paraguay 2030”, que contempla las estrategias para construir un país deseable para todos los paraguayos, sea sacado de las gavetas a fin de que alguna autoridad de temple patriota se anime a implementarlo para que vaya echando sus primeros brotes en el nuevo año que se avecina.

Jason Clay, antropólogo estadounidense egresado de la Universidad de Harvard y vicepresidente del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), estuvo en nuestro país en setiembre pasado, en el marco de una campaña mundial sobre “Producción sostenible de alimentos”. Durante su breve estadía, habló de la idea de crear con los productores del Paraguay mejores prácticas para la producción sostenible que conlleve protección y conservación de la biodiversidad. En este contexto mencionó la frase más representativa de la campaña: “Vivir como si fuera a morir mañana, y producir como si fuera a vivir para siempre”.

La práctica de la producción sostenible está directamente vinculada al concepto de “desarrollo sostenible” –o “sustentable”, o “duradero”, como muchos lo han llamado también– que ha sido popularizado ya en la década de los 80, en el conocido documento “Informe Brundtland” en honor a la ex primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland, quien encabezó la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas, cuya tesis fundamental se basa en la conciliación entre crecimiento económico, recursos naturales y demanda de la sociedad, sin comprometer la posibilidad de vida de las generaciones venideras. A pesar de casi tres décadas de la aparición, comprensión e implementación de dicho concepto, Paraguay poco o nada ha incursionado en la ejecución de prácticas que lleven a congeniar el desarrollo y la vulnerabilidad del medio ambiente.

En América Latina existen prácticas representativas de países que llevan años en el campo de la sostenibilidad de la producción, entre las que podemos citar dos ejemplos en el campo de las energías renovables. A nivel regional, Uruguay ha sido el que más rápidamente ha tomado acciones para diversificar su matriz energética; de esta manera, en 2011 ya tenía instalados 40 megavatios (cuarenta millones de vatios) de capacidad eólica. Las estimaciones dan cuenta de que incluso podría llegar a más de 1,3 gigavatios –unos mil trecientos millones de vatios– de instalaciones eólicas a finales de este año. Perú, por su parte, ante la penuria de acceder de manera eficiente al uso de la electricidad, implementó un innovador proyecto en relación con los sistemas de energía solar para la calidad de vida de la población rural, con un modelo de pago por servicio. Los resultados incluyen el mejor uso del tiempo de las mujeres en sus casas, como asimismo el aprovechamiento más óptimo de los menores en edad escolar para la dedicación al estudio, que en otro tiempo pasaban horas en la búsqueda de leña para uso doméstico.

Dentro del concierto de países que han apostado por la producción sostenible, y con buenos resultados conforme hemos visto, el Paraguay sigue debatiéndose entre la conciliación de sus necesidades de crecimiento económico, la industrialización y el aprovechamiento sustentable de sus recursos naturales. A pesar de todo ello, nuestro país es aún poseedor de una extraordinaria riqueza ambiental y de una amplia biodiversidad de importancia global, entre los que se cuentan sus recursos de bosques, agua y un excelente suelo fértil, que actualmente lo coloca como el cuarto exportador y el sexto productor mundial de soja.

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En relación con el recurso agua, si se toma como referencia el Acuífero Guaraní –uno de los reservorios de agua dulce más significativos del mundo–, Paraguay no deja de estar buenamente posicionado. A este respecto, según el informe “Usos y gobernabilidad del agua en el Paraguay”, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), publicado en 2006, dicho acuífero, con relevancia geopolítica, ocupa una superficie aproximada de 1.182.000 km², de los cuales 71.700 km² corresponden al Paraguay, con la particularidad de que en el territorio paraguayo se encuentra la mayor zona de recarga.

La cuantificación del potencial productivo sostenible del Paraguay es enorme. Lamentablemente, la puesta en marcha de políticas, programas y acciones de desarrollo y bienestar terminan por estrellarse contra el muro infranqueable de políticos y autoridades mediocres que se esfuerzan no para empujar el desarrollo, sino para trabar su marcha. De ahí que, por encima de las oportunidades, el Paraguay seguirá soportando no solo la progresiva degradación de sus recursos naturales, sino su consecuencia final, la de la pobreza. En este orden de cosas, las prácticas de producción agroeconómica, a cargo de pequeños, medianos y grandes productores, seguirán sendas tradicionales, contradictoriamente a espaldas de una producción sostenible.

Por todo ello, es de esperar que el “Plan Nacional de Desarrollo Paraguay 2030”, presentado en 2014 por el Gobierno, que contempla las estrategias para construir el Paraguay deseable para todos los paraguayos, sea sacado de las gavetas a fin de que alguna autoridad de temple patriota se anime a implementarlo para que vaya echando sus primeros brotes en el nuevo año que se avecina.