¿Qué Latinoamérica dejará Chávez?

Los interrogantes que abre la situación política venezolana en la crisis de salud de Hugo Chávez son numerosos. Su enfermedad, incluso su muerte, serían un simple suceso natural, sin más consecuencias que las lógicas esperables de casos similares, consecuencias que, por otra parte, estarían reducidas a los límites de Venezuela, si no fuera por la influencia que adquirió el régimen chavista fuera de sus fronteras, merced al reparto masivo de “petrodólares”, a su permanente intervención en los asuntos internos de los países, y a su postura belicista ante los Estados Unidos y otras naciones desarrolladas de Occidente, a la que quiso (y a veces logró) arrastrar a otros gobiernos vecinos. Es de desear al pueblo venezolano que la eventual salida del escenario de su autoritario presidente no le cause más daño que el ya sufrido bajo su administración.

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Los interrogantes que abre la situación política venezolana en la crisis de salud de Hugo Chávez son numerosos. Su enfermedad, incluso su muerte, serían un simple suceso natural, sin más consecuencias que las lógicas esperables de casos como estos, consecuencias que, por otra parte, estarían reducidas a los límites de Venezuela, si no fuera por la influencia que adquirió el régimen chavista fuera de sus fronteras, merced al reparto masivo de “petrodólares”, a su permanente intervención en los asuntos internos de regiones y países latinoamericanos, y a su postura belicista ante los Estados Unidos y otros países desarrollados de Occidente, a la que quiso (y en ciertos casos logró) arrastrar a otros gobiernos vecinos.

Chávez empleó el dinero del pueblo venezolano, obtenido de la comercialización del generoso petróleo de su subsuelo, primero, en financiar su megalomanía desde su dimensión nacional hasta la internacional; segundo, asegurando su permanencia en el poder mediante reelecciones sucesivas, al estilo stronista; tercero: comprando, literalmente (o sea con dinero), aliados incondicionales dispuestos a seguirlo en sus planes, tales como Cuba, cuya desastrosa situación económica alivia casi diariamente, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, la misma Argentina, y otros, a cuyos presidentes financia campañas, les compra las deudas a sus países cuando hace falta, y les presta generosamente dinero.

Pero quienes le dieron el gran espaldarazo fueron los socialistas del PT brasileño, quienes supieron hallar en la megalomanía y ambición desenfrenada de Hugo Chávez la gran oportunidad para ampliar la hegemonía del Brasil sobre el resto de Latinoamérica.

Al Gobierno brasileño, pensando y actuando como potencia, incluso desprendido de líneas ideológicas, le conviene mantener las economías del resto de Latinoamérica bajo su control. Le conviene que ningún otro país le haga sombra en el proceso de desarrollo industrial y tecnológico, pero al mismo tiempo, no le conviene que la capacidad adquisitiva de sus vecinos caiga tanto que pierdan su calidad de buenos clientes, sumisos a su liderazgo y económicamente dependientes.

Hugo Chávez vino a servir admirablemente a esta delicada estrategia de la potencia brasileña de mantenerse dos peldaños más arriba que el resto, ralentizando el desarrollo de la competencia. El líder venezolano fue convertido, tal vez sin que él mismo se diera cuenta, en el alfil brasileño, pieza encargada de ir debilitando a los países del área, mediante la implantación gradual del “Socialismo del siglo XXI”, o sea, el populismo bolivariano, ejecutado con la vieja técnica de reventar la iniciativa privada, desalentar la inversión, perseguir o asustar a los productores rurales, financiar campañas electorales a políticos, a partidos, a funcionarios y a jefes castrenses, regalando, repartiendo, expropiando los buenos negocios ya desarrollados, subsidiando las empresas públicas, endeudándose en fortunas inmensas para adquirir armamento y equipos militares, moviéndose con gigantescas campañas publicitarias y propagandísticas, amedrentando y persiguiendo a medios de prensa y a periodistas indóciles, y cuantas más medidas de debilitamiento son aconsejadas en ese tipo de socialismo para conseguir el control político y social integral.

¿Se frustrará el plan brasileño de hegemonía subcontinental porque Hugo Chávez desaparezca de la escena política latinoamericana? Es posible que solamente se debiliten algunas piezas y que esto suponga un replanteamiento puntual de la estrategia.

Los que sufrirán mucha preocupación y temores variados son los regímenes y políticos que se acostumbraron a pasarle el sombrero al dictador venezolano. A Cristina Fernández, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, por lo menos, les aguardan días de incertidumbre y tristeza, pues la grave enfermedad de Chávez es también una grave enfermedad para sus cuentas bancarias y las de sus partidarios y partidos. Y aquí, en este país, los luguistas del Frente Guasu, que dependen en gran medida de la canilla venezolana para mantener fiel y adherida a su clientela electoral, tienen ya hoy sobrados motivos para inquietarse.

Este tablero permanecerá invariable, no obstante, retornando la calma al “Socialismo del siglo XXI” latinoamericano, si la sucesión política en Venezuela se realiza como el dictador previó. Es decir, si el heredero del trono, el canciller Nicolás Maduro, se hace del mando pacíficamente y nadie se lo disputa. Pero nadie aseguraría esto, no obstante, considerando que los que se sienten llamados a heredar el poder omnímodo del mandamás venezolano son más de uno, y que además la Constitución exige nuevas elecciones en caso de muerte del neodictador. Ocurrirá tal vez lo que en España, cuando, al filo de la muerte, el Generalísimo Franco aseguró: “Dejo todo atado, y bien atado”, y, sin embargo, la democracia sobrevino casi inmediatamente a su oprimido país.

Es de desear al pueblo venezolano que la eventual salida del escenario político de su autoritario presidente no le cause más daño que el ya sufrido por el país bajo su administración. Es posible que el chavismo perdure todavía algún tiempo sin Chávez, pero su dispendiosa y alocada ambición megalómana tendrá que ceder ante líderes más sensatos y patriotas. Venezuela, como todo pueblo luchador, merece un destino mejor que el que le deparó este régimen.

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