El lapso histórico político paraguayo transcurrido desde el derrocamiento de la dictadura de Alfredo Stroessner y sus secuaces, hasta la actualidad, nos muestra cambios sustanciales para apreciar la evolución de los mecanismos que son imprescindibles para construir una democracia, particularmente en lo que concierne a sus fundamentos, entre ellos el correcto empleo del régimen legal electoral y la conducta civilizada del electorado.
Si en algo avanzamos para mejorar en este aspecto, fue precisamente en la manera de conducir nuestras jornadas electorales, su organización, la fiabilidad de sus registros cívicos y padrones, la corrección de los escrutinios y una consecuencia elocuente: la aceptación general de los resultados escrutados, aceptación que demuestra la conformidad de los participantes con la transparencia y confiabilidad en los procesos. Lamentablemente, esta eficiencia en el manejo de los mecanismos electorales no se refleja posteriormente en el funcionamiento de las instituciones, por culpa del accionar de políticos ambiciosos, ignorantes y corruptos.
Pese a todo, la ciudadanía paraguaya actual podría concluir que las casi tres décadas transcurridas desde el inicio del proceso de libre ejercicio de nuestras libertades cívicas y políticas no fueron malgastadas vanamente. En estos días de campañas electorales y jornadas comiciales es posible apreciar cuánta diferencia tiene la actualidad con aquella oscura y siniestra época.
Si antes, durante el stronismo, la mayoría de los electores no eran más que muñecos a cuerda que concurrían ante las urnas a cumplir con la orden superior, hoy, si alguien desea votar por candidatos autoritarios o sinvergüenzas podrá hacerlo o no, pero por propia voluntad y con cargo a su conciencia, no por imposición ni por temor insuperable.
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Es cierto que el sistema clientelista y prebendario inventado, desarrollado y perfeccionado por la dictadura stronista, que estaba dirigido principalmente a engrosar las filas de afiliados y votantes del coloradismo –una de las patas de su trípode “Gobierno- FF.AA.-Partido Colorado”–, creó una generación completa de borregos que iban a sufragar con las instrucciones en el bolsillo, so pena de perder su empleo, el de sus familiares, sus privilegios, sus negocios con el Estado y otras canonjías creadas precisamente para tenerlos agarrados del cogote.
No es menos cierto que una gran parte de estos rebaños domesticados por aquel régimen autoritario todavía existe y continúa siendo aprovechado por los herederos de esa técnica de manipulación, porque, en efecto, la dirigencia del Partido Colorado aún se sirve de la pobreza, la prebenda, la intimidación y el soborno como herramientas destacadas de su accionar político, dirigidas, naturalmente, a reforzar su caudal electoral.
Vale decir, esta democracia que los paraguayos y las paraguayas edificamos hasta ahora, aun con sus tropiezos e inconvenientes, aun cuando ocasionalmente deja resquicios abiertos para que se desvirtúen las instituciones, para que se manipule a fiscales, para que jueces, magistrados y otros funcionarios acomoden las leyes (o las interpreten torcidamente) para favorecer a quienes detentan el poder gubernamental, constituye un régimen político claramente superior al que el autoritarismo jamás pudo habernos dado.
En la fecha tendremos otra jornada electoral en la que la ciudadanía escogerá a las personas que ocuparán los más altos cargos del Gobierno. Esto significa nada menos que depositar la protección y promoción de nuestros más caros intereses colectivos en manos de unas cuantas personas. Las atribuciones que recibirán los elegidos, por la legitimación que les otorgarán las mayorías, comprometerán el futuro inmediato de nuestra sociedad y de los individuos que la componen.
Es por este motivo, tan fácil de comprender, que el correcto ejercicio del voto se convierte en un paso transcendental para el interés general. Quienes se abstengan de votar estarán cometiendo el mayor y más torpe error, al privarse a sí mismos de la oportunidad de mejorar su país, su comunidad y sus propios beneficios. Porque, si bien en los partidos tradicionales abundan los impresentables, los averiados y los corruptos, existen también varios candidatos y listas que merecen el apoyo ciudadano. Con lograr meter uno o dos más de estos candidatos en los organismos colegiados, se habrá dado un paso importante en el sentido correcto.
Es preciso ir a sufragar, cumpliendo este compromiso patriótico en forma calma y pacífica, respetando las reglas que rigen este proceso, evitando incurrir en provocaciones o en actitudes destinadas a alterar el orden que es tan necesario para la legitimidad de los resultados. En particular, que no se escuchen las intimidaciones y amenazas a que son muy afectos los operadores del partido oficialista, ni se vulnere la dignidad de las personas pobres tentándoles con dinero para torcer su libre albedrío.
Es de desear que los observadores extranjeros destacados para examinar nuestro proceso comicial no encuentren cortapisas para ver lo que hay que ver y develar lo que encuentren oculto. Sus comentarios y consejos posteriores son útiles para mejorar nuestro sistema, como también para que ellos mismos puedan imponerse acerca de cuáles son los mecanismos tramposos creados para alterar los resultados y en qué momento del proceso electoral se los utiliza. Toda denuncia veraz y oportuna de irregularidades y trampas que estos observadores puedan realizar tendrá un efecto particularmente benéfico para el saneamiento de nuestros procedimientos electorales.
Por lo demás, es indispensable para la buena salud de nuestra perfectible democracia que el elector esté convencido de que el compromiso que él tiene con su patria y su comunidad no se agota con el depósito del boletín de voto sino con la consecuente conducta posterior. Cada uno debe salir del local de votación formulándose la firme promesa de que, desde el día siguiente, va a iniciar y mantener una lucha cívica firme y perseverante destinada a desalojar de la política y del poder público a los violadores de nuestra democracia, usando todos los medios lícitos a su alcance, con el anhelo de que, finalmente, dentro de cinco años, logremos todos juntos sanear las candidaturas, hoy enviciadas y desvirtuadas de mil maneras, eliminando de ellas a los hombres escombros que se adueñaron de las cúpulas partidarias y, a través de ellas, de la manija política que dirige los destinos del país. Ahora mismo, nuestro diario viene publicando los nombres y rostros de 52 candidatos que nunca debieron ser admitidos en ninguna lista de todo partido político que se precie de guiarse por la honestidad, la dedicación al trabajo tesonero y el patriotismo.
Que no se vote más a violadores de la Constitución, como Cartes y Nicanor, y a los trituradores de leyes; que los González Daher, Jorge Oviedo Matto, Víctor Bogado, José María Ibáñez, Enzo Cardozo y tantos otros, ya no reciban el voto de confianza ciudadana que nunca merecieron, que nunca honraron ni lo harán. Que la gente que habita este país, en las localidades urbanas, en los pueblos y compañías, en los barrios, en las asociaciones civiles, vaya aprendiendo que hay que empoderar políticamente a los que tengan méritos y no a los bandidos de siempre que repartan o prometan prebendas.