Se espera que hasta fin del presente año la represa hidroeléctrica binacional de Itaipú genere más de 100 millones de megavatios hora. Por de pronto, ya ha superado el récord mundial de producción de su similar china de Tres Gargantas registrado en 2014 con un total de 98,8 millones de megavatios hora. El 40 por ciento de la electricidad que consume Brasil es generada en usinas hidroeléctricas, e Itaipú es la mayor de todas ellas y le suministra nada menos que el 17 por ciento de la electricidad que consume. Estos excepcionales picos de producción son siempre destacados por las autoridades paraguayas –y por las brasileñas, por supuesto–, pero el mayor beneficiado de esta mayor producción es siempre nuestro socio condómino.
Como Itaipú es un emprendimiento hidroenergético compartido en partes iguales con nuestro país, lo justo hubiera sido que el pueblo paraguayo pudiera tener también la oportunidad de participar de ese banquete con igual entusiasmo, y que la nación se beneficie económicamente a la par que su contraparte. Lamentablemente, los paraguayos debemos resignarnos a rumiar frustración desde la margen derecha del río Paraná, en contraste con la alegría de nuestros hermanos de la otra margen y el concomitante provecho para su país.
¿Por qué somos víctimas de semejante infortunio económico, y por tan largo tiempo?
Porque a la hora de la verdad no tuvimos un gobernante con el patriotismo insobornable y el coraje de estadista de que dieron muestras el Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia y Don Carlos Antonio López en los difíciles tiempos que siguieron a nuestra independencia. Antes que a un patriota genuino, lo tuvimos al frente del Gobierno nacional a un dictador, más preocupado por su permanencia en el poder que por la defensa de los intereses de la nación. Alfredo Stroessner tuvo en sus manos todo el poder político nacional y el apoyo diplomático de los Estados Unidos de América para negociar un tratado justo con el Brasil. Contó además con la ventaja geoestratégica de ser el Paraguay un socio indispensable para tal menester pues, sin nuestra conformidad soberana, Brasil jamás hubiera podido construir Itaipú, así como tampoco la Argentina Yacyretá.
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Para la concreción del Tratado de Itaipú, Stroessner tuvo en sus manos el as de espadas del Acta Final de Foz de Yguazú: una victoria diplomática estratégica obtenida gracias a la presión diplomática del gobierno norteamericano de Lyndon Johnson sobre el gobierno militar brasileño, que concomitantemente puso fin a la ocupación militar brasileña de territorio paraguayo en Salto del Guairá. Por dicho acuerdo, firmado por los cancilleres de ambos países el 22 de junio de 1966, ambos gobiernos convinieron en que la energía eléctrica eventualmente producida “será dividida en partes iguales entre los dos países, siendo reconocido a cada uno de ellos el DERECHO DE PREFERENCIA para la adquisición de esta misma energía a justo precio (…)” (las mayúsculas son nuestras).
Se sabe que una de las directrices básicas de la política exterior brasileña ha sido históricamente la protección de sus fronteras con los diez países limítrofes del continente, evitando o arreglando disputas fronterizas que pudieran suscitarse. Precisamente, la última en tal sentido se dio con nuestro país, a raíz de la pretensión brasileña de sustraer de la soberanía del Paraguay el condominio de los Saltos del Guairá, con miras a un aprovechamiento hidroenergético unilateral de las aguas del río Paraná. La oportuna intervención del Gobierno norteamericano mencionado precedentemente forzó al Brasil a reconocer la soberanía del Paraguay sobre la margen derecha de dicho curso de agua desde la primera caída de las siete que forman el gran salto.
El infortunio de nuestro país fue que el dictador y sus adláteres que negociaron el Tratado cayeron seducidos por la codicia, o claudicaron ante la presión diplomática coercitiva de Itamaraty, que con mezcla de amenazas y promesas de beneficios personales para los negociadores, consiguió imponernos un tratado leonino que desvirtuó completamente lo acordado en el Acta de referencia en cuanto a la libre disponibilidad de la electricidad producida por la usina binacional, y el precio justo por la parcela excedente que el Paraguay estuviera dispuesto a venderle a su socio.
Así las cosas, la memoria histórica de la nación paraguaya no debe olvidar que el inicuo Tratado de Itaipú fue diseñado por Itamaraty como “represalia” por el apoyo diplomático dado al Paraguay por el Gobierno norteamericano para zanjar la crisis fronteriza mediante la firma del Acta Final de Foz de Yguazú, acuerdo bilateral considerado por Brasil como uno de los pocos –si no el único– revés fronterizo sufrido en toda su historia de sistemática expansión territorial a expensas de la decena de países limítrofes.
Por tanto, Itaipú no es fruto de la filantropía brasileña –como lo sostuviera alegremente en alguna ocasión el actual canciller de ese país, José Serra–, ni tampoco de su buena voluntad como país limítrofe. Fue la consecuencia geopolítica de su fallida intención de excluir al Paraguay del aprovechamiento hidroenergético del río Paraná, usurpándole el pedazo de territorio colindante con el Salto del Guairá. La gran ironía es que lo que el Gobierno de Brasil no pudo conseguir unilateralmente por la fuerza, terminó consiguiéndolo en la mesa de negociaciones a base de sobornos y amenazas a la estabilidad del régimen dictatorial de Alfredo Stroessner, invalidando de esa forma el beneficio de la estratégica mediación diplomática a favor de los intereses de nuestro país personalmente conducida por el secretario de Estado norteamericano, Dean Rusk.
Por tanto, de cara a las negociaciones del 2023, el pueblo paraguayo debe asumir como causa nacional la modificación del Tratado de Itaipú, con la inclusión del acuerdo energético contenido en el Acta de Foz de Yguazú, en cuanto a la libre disponibilidad por parte del Paraguay de la mitad de la electricidad generada en la usina, y el pago del JUSTO PRECIO por la eventual venta –al Brasil o a otro país– de algún excedente de la misma.
Solo así los paraguayos podríamos festejar también cada récord de producción que genere la binacional.