Repudiar a los fariseos

En el novenario de la festividad de la Virgen de Caacupé, los obispos volvieron a demostrar su habitual sensibilidad ante las graves cuestiones que agobian al país. Esta vez pusieron énfasis en la narcopolítica y la corrupción, cuyos tristes resultados se reflejan en la precariedad de la salud y de la educación públicas, en la falta de infraestructuras, así como en la inseguridad reinante, entre otras calamidades que afectan a la población. A estas dos lacras, que en los últimos tiempos han adquirido proporciones alarmantes ante la pasividad o la complicidad de las autoridades, ya se había referido el papa Francisco cuando en el Palacio de López expresó su deseo de que no haya más víctimas de la violencia, de la corrupción y del narcotráfico. El crimen organizado es hoy el principal enemigo de la sociedad nacional, aunque no lo adviertan –o no quieran advertirlo– aquellos compatriotas cegados por la miseria o por la codicia. Los obispos han puesto el dedo en la llaga. Confiamos en que dentro de un año, las homilías en Caacupé sean diferentes, porque el cambio moral e institucional venció al avance del narcotráfico y de la corrupción.

Cargando...

En el novenario de la festividad de la Virgen de Caacupé, los obispos volvieron a demostrar su habitual sensibilidad ante las graves cuestiones que agobian al país. Esta vez pusieron énfasis en el narcotráfico y la corrupción, cuyos tristes resultados se reflejan en la precariedad de la salud y de la educación públicas, en la falta de infraestructuras, así como en la inseguridad reinante, entre otras calamidades que agobian a la población. A esas dos lacras, que en los últimos tiempos han adquirido proporciones alarmantes ante la pasividad o la complicidad de las autoridades, ya se había referido el papa Francisco cuando en el Palacio de López expresó su deseo de que no haya más víctimas de la violencia, de la corrupción y del narcotráfico. Allí estuvo presente la diputada Cristina Villalba, a quien se atribuye cercanía con narcopolíticos, al igual que otros políticos y legisladores con similares antecedentes. Con toda seguridad, muchos de ellos, entre los cuales también los derrochadores de los recursos del Fonacide, estarán hoy en la explanada de la Basílica de Caacupé, sin sentirse aludidos por las críticas que lleguen desde el púlpito. Como nunca antes, ahora se habla de narcopolítica o hasta de narcoestado, pues el crimen organizado se ha introducido en el aparato estatal y amenaza con apropiarse de él.

Esta es la primera vez que, en los sermones previos al 8 de diciembre, la alta jerarquía eclesiástica se ocupa con tanto vigor de esa actividad ilícita, manchada de sangre, para señalar sus trágicas secuelas: señal de que se ha vuelto una cruel realidad, que no puede ni debe ser ignorada. El Paraguay se ha convertido en un gran productor de marihuana y en un importante canal de tránsito para la cocaína. También ha aumentado notoriamente el consumo de drogas, como lo muestran los jóvenes carenciados de las zonas urbanas, cuyas vidas son arruinadas por el “crack”, ante la inoperancia del Estado, que solo tiene un pequeño centro de rehabilitación. La cuestión es si estamos dispuestos a aceptar el narcotráfico o a combatirlo por doquier, empezando por erradicarlo de la política, de la burocracia y de la magistratura, o dejamos que continúe financiando a los políticos de todos los colores, a legisladores y magistrados judiciales. La Iglesia Católica no tiene dudas acerca de la decisión de combatirlo que la gente de bien debe adoptar en defensa propia; confiamos en que esa misma certeza la tenga su amplia feligresía.

El crimen organizado es hoy el principal enemigo de la sociedad nacional, aunque no lo adviertan –o no quieran advertirlo– aquellos compatriotas cegados por la miseria o por la codicia. La banda criminal EPP, a la que monseñor Adalberto Martínez se dirigió para pedir la libertad de Edelio Morínigo y de Abraham Fehr, obtiene parte de sus recursos de la protección a narcotraficantes, según reconocen las propias autoridades.

Al igual que varios obispos, dicho prelado se ocupó también de la corrupción rampante, recordando que el Sumo Pontífice la calificó durante su visita de “estiércol del diablo” y “gangrena de los pueblos”. Entre sus efectos señaló con acierto la falta de medicinas para los enfermos y de educación para los niños, para concluir con que “el corrupto roba al pobre”, lo cual también se ajusta a la verdad.

Las reflexiones de los miembros de la Conferencia Episcopal Paraguaya sobre este fenómeno tan extendido son atinadas y de larga data, de modo que cabe preguntarse por qué no han tenido de hecho un gran impacto social. Al contrario, se tiene la impresión de que esa enfermedad ya ha provocado la muerte de una gran parte del “tejido moral de la nación”. Sería mucho pretender que los delincuentes enquistados en la función pública vuelvan a la senda del bien, pero al menos se podría esperar que los fieles no hagan oídos sordos a las sensatas palabras de los pastores de la Iglesia y los motive a rebelarse contra narcopolíticos y corruptos conocidos, expresándoles su repudio allí donde los encuentren, contra esos “sepulcros blanqueados” que pululan en nuestra sociedad. Es pertinente mencionarlos porque la corrupción suele ser tolerada o hasta incitada por quienes tratan de ganar una contratación pública, evadir una multa o acelerar un trámite.

La vibrante homilía de monseñor Lucio Alfert, exhortando a terminar con la corrupción y con el narcotráfico, fue muy aplaudida por los feligreses. Ojalá que influya en el comportamiento colectivo cotidiano y que la gente se abstenga de involucrarse en cualquier acto de corrupción, y, por el contrario, se acostumbre a denunciar a quienes la cometan. De lo contrario, los ciudadanos “se convierten en cómplices”, según apuntó el obispo Ignacio Gogorza.

La festividad de la Virgen de Caacupé debe servir para algo más que un desahogo colectivo anual. En su encuentro con los representantes de la sociedad, el Papa había dicho que el pueblo debe desterrar la corrupción si quiere mantener su dignidad. No será desterrada con emotivos sermones, sino con acciones precisas que recojan, eso sí, el claro mensaje moral que ellos contienen, y que, en consecuencia, la feligresía de todas las comunidades, con actos concretos, repudie a los fariseos y eche a los mercaderes del templo, como hizo Jesucristo.

Los obispos han puesto el dedo en la llaga. Confiamos en que dentro de un año las homilías en Caacupé sean diferentes, porque el cambio moral e institucional venció al avance del narcotráfico y de la corrupción.

Enlance copiado
Content ...
Cargando ...