La humillante escena de un oficial subalterno del otrora glorioso Ejército Paraguayo sosteniendo un paraguas para resguardar de la lluvia al precandidato a la Presidencia de la República por la facción oficialista del Partido Colorado, Santiago Peña, en un acto oficial en la ciudad de Emboscada el pasado 13 de octubre, causó espontánea y justificada indignación pública, según puede constatarse con la reacción de la gente en los medios de comunicación y las redes sociales. La casualidad de que bajo el paraguas sostenido por el teniente 1° de infantería Marcos Gaona, del Regimiento Escolta Presidencial (REP), se encontrara también un oscuro personaje imputado por la justicia (Miguel A. Carvallo), hizo que rebosara el vaso de la reprobación ciudadana ante la indignidad de la misión asignada por sus superiores al joven oficial que, aunque obligado por ley a ser obediente y no deliberante, en modo alguno está obligado a cumplir órdenes ilegales o inmorales, como la de la ocasión que comentamos.
Este bochornoso suceso de menoscabo de la dignidad de un oficial de las Fuerzas Armadas de la Nación viene a sumarse a otro acaecido el pasado 3 de setiembre, cuando un oficial superior del Ejército, el mayor Roberto Javier Díaz, a la sazón comandante del Destacamento Militar N° 2, con asiento en Capitán Bado, acompañado por tres subalternos, ofició de escolta del peligroso narcotraficante Felipe “Barón” Escurra tras su irregular excarcelación, desde Tacumbú hasta su domicilio en la citada localidad.
Tampoco se puede olvidar la reciente remoción, a poco tiempo de su nombramiento, del comandante del Ejército, el Gral. Derlis Cáceres, por el solo hecho de que su hermano, el diputado Mario Cáceres, es precandidato a gobernador de Itapúa por el movimiento Colorado Añetete, opositor al oficialismo colorado “cartista”. Es decir, el presidente Cartes manosea a las Fuerzas Armadas de la Nación en el marco de la campaña electoral interna de la ANR, como si ellas tuvieran algo que ver con la pugna desatada. Al destituir a oficiales profesionales y nombrar en su reemplazo solo a los leales al jefe de turno, puede decirse que retorna la detestable práctica de involucrar nuevamente a los militares en la política, como en la época de la dictadura stronista.
Con todo, el presidente Horacio Cartes no es el único comandante en Jefe que permite abusos de autoridad en detrimento de la dignidad de los oficiales de las FF.AA. Durante el gobierno de Fernando Lugo, varios oficiales del REP fungían como vulgares ordenanzas, tanto de él mismo como de sus más cercanos colaboradores. Incluso trascendió la versión de que su edecán aeronáutico había transportado en un avión de la Fuerza Aérea paraguaya a una vedette argentina desde Buenos Aires hasta Asunción, para un discreto encuentro con el Mandatario en Mburuvicha Róga.
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También se dio el caso del teniente del REP Joel Armando Jiménez Moreno, quien murió en un accidente automovilístico en el Chaco cuando fungía como chofer del entonces influyente ministro de la Secretaría de Emergencia Nacional, Camilo Soares, hoy imputado por lesión de confianza. Por otra parte, también era de conocimiento público que el actual senador Miguel López Perito, cuando se desempeñaba como secretario general de la Presidencia de la República, tenía como ordenanzas de lujo para menesteres personales a más de un oficial subalterno del Gabinete Militar de la Presidencia de la República; obviamente, con el consentimiento del presidente Lugo.
Un militar profesional es un ciudadano con uniforme que ha sido formado para desempeñarse en su carrera con integridad moral, física y emocional. Su ética de responsabilidad lo induce a cumplir con honor las misiones que sus superiores les encomiendan, las que se supone deben ser las reglamentarias. A pesar de eso, para muchos civiles y hasta para algunos militares, la verdadera misión constitucional de las FF.AA., tanto la de custodiar la integridad territorial, así como la de defender a las autoridades legítimamente constituidas, pareciera no ser suficientemente clara, a estar por los frecuentes abusos que se cometen en contra de sus principios de empleo profesional en todos los niveles de la cadena de mando institucional. Como consecuencia, los manoseos políticos que la institución militar de nuestro país ha venido sufriendo por muchos años han ido socavando poco a poco la autoestima, el “espíritu militar” y la vocación de servicio de sus cuadros profesionales, sensiblemente el de los oficiales, que son la piedra angular que sustenta la estructura piramidal de las FF.AA. de cualquier país.
Con la mención de hechos vejatorios de la dignidad de los oficiales de las FF.AA. de la nación, cabe destacar ante la opinión pública cómo actualmente los mismos están siendo sometidos a tratos denigrantes, ante la permisiva indiferencia de un comandante en Jefe, a quien parece importarle un bledo la tradición de gloria de la institución militar y su profesionalismo. Esto hace que actualmente ella no solo tenga que enfrentar al EPP y demás gavillas de forajidos, sino también la corrupción que desde el poder político inficiona sus cuadros, con hechos deplorables que causan indignación.
El Comandante en Jefe debiera tener en cuenta que las FF.AA. constituyen una organización destinada a la defensa de la patria en caso de guerra y al servicio público en tiempo de paz; no para aportar lacayos de lujo que sostengan paraguas o ceben tereré en actos políticos.