Hoy, en el orbe cristiano se conmemora la resurrección de Jesucristo, un dogma de fe para las diferentes doctrinas que intentan ajustarse con fidelidad al legado del Nazareno.
La resurrección tiene significados que van más allá de lo puramente físico; con este concepto no se trata solamente de comprender el retorno a la vida biológica sino, entre otros, el de significar la derrota de la muerte, el retorno triunfal del espíritu sobre lo material y efímero.
Si Jesucristo resucitara aquí en el Paraguay, en este momento histórico, se hallaría con que muchos de los males, vicios y pecados contra los que tanto exhortó a luchar, siguen tan vigentes como hace dos mil años.
Se hallaría con que la ambición y la codicia se exhiben como si fuesen cualidades respetables. Se enteraría de que un empresario afortunado es tentado por el diablo con el poder político, que luego conoce los placeres y privilegios que da esta fuerza y no puede contenerse, cede a la tentación de buscar quedarse para siempre con él, entretanto el diablo sonríe complacido, pues con él ha triunfado su causa. Jesucristo, que conoce mejor que nadie a su viejo adversario, que también fue tentado por él –aunque inútilmente–, sufrirá una decepción más en la larga cadena de ellas que los seres humanos débiles de espíritu y de carácter le infligen a diario.
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Vería, asimismo, cómo muchos de sus pastores y pretendidos discípulos, laicos y políticos, ceden también ante la tentación del poder omnímodo y lucrativo, y se someten a los dictados del maligno sin oponer una sola objeción. Verá cómo los gobernantes están ofreciendo un llamado al diálogo pacífico que no es más que una maniobra publicitaria destinada a proyectar una falsa imagen de pacifismo y tolerancia, mientras por atrás maniobran con proyectos inaceptables.
El plan reeleccionista de Cartes, Lugo y sus seguidores ni es pacífico ni es tolerante. Por el contrario, se muestra intransigente y persiste en que de “su” mesa de diálogo surja el consenso que pretenden para legitimar sus maniobras ilegales en pos de sus metas particulares. Jesús vería también con dolor cómo uno de sus discípulos en el Paraguay avala con su prestigio esta cínica farsa dialoguista.
En efecto, si de Horacio Cartes y sus acólitos no es posible esperar otra actitud dada su débil calidad moral, resulta contrastante la del jefe de la Iglesia Católica en este trance. El arzobispo de Asunción, monseñor Edmundo Valenzuela, exhorta a los opositores a aceptar el convite al “diálogo” que formulan los cartistas con el argumento de que es urgente recuperar la paz y la tranquilidad sociales alteradas por las protestas y manifestaciones últimamente sucedidas.
El prelado sabe bien, como sabemos todos, que si se suprime el origen del problema, si se corta de raíz la causa primera de estos males, la concordia social y la pacificación de los espíritus devendrán por sí solas. En vez de pedir que se concurra a negociar con el bloque reeleccionista, lo que el pastor debió hacer es pedirle a Horacio Cartes que renuncie a su inconstitucional ambición en pos de los valores superiores de esta sociedad que todos queremos proteger.
Jesucristo vería, tal vez sorprendido, que, en ciertas ocasiones, sus más altos prelados pierden de vista la raíz del mal, equivocan el camino principal que nos dirige a luchar frontalmente contra él, extraviándose en atajos que no conducen a otra consecuencia que no sea complacer las ambiciones de los poderosos. Porque, en efecto, si Cartes y Lugo cejaran en su sórdido empeño de violar cuanta Constitución, ley o reglamento se pongan en su camino, devolverían a la sociedad paraguaya la calma y el orden perdidos, y por los que clama nuestro arzobispo. Todos retornarían a recuperar su vida normal, los trabajadores a trabajar, los estudiantes a estudiar, los gobernantes a gobernar y los políticos a mejorar su imagen con una conducta digna.
Es sabido que el hecho de que Cartes y Lugo retornen en este momento a la legalidad y a la sensatez no significa que automáticamente se dejará de robar en los puestos de aduanas, a cometer latrocinio con los fondos públicos, a traficar en las fronteras, a prevaricar en los tribunales o a negociar prebendas y privilegios a cambio de votos; pero, al menos, siendo esta la rutina que conocemos y vivimos, si se le priva a la sociedad de violencia y de enfrentamientos dolorosos será ya dar un paso largo hacia un estadio de convivencia mucho mejor.
Jesús no prometió a nadie que ganará el Paraíso fácilmente o de un solo golpe de fortuna, porque ni santos ni santas lo logran de ese modo. Padecer las tentaciones y ocasionalmente ceder ante ellas es un trance indefectible para los seres humanos; de esto no podemos acusar a Lugo y Cartes, sino de no haber tenido la fortaleza moral de reconocer el pecado político a que les ha llevado su ambición, de no realizar un acto sincero de contrición, y de redimirse mediante la renuncia a sus ilícitas pretensiones.
Porque ese imaginario Jesucristo resucitado en el Paraguay vería que Cartes y Lugo se mantienen contumaces en su determinación, a pesar de que la gente salió pacíficamente a las calles para recordarles sus obligaciones de cristianos y patriotas, noble actitud que fue respondida con chorros de agua, garrotazos, perdigones y muerte. De seguro, mucho de todo esto le haría recordar a Jesús sus padecimientos en el vía crucis.
No cabe hablar de muerte y resurrección del Paraguay mismo, porque este país no morirá ni siquiera si Cartes y Lugo se salen con la suya en esta ocasión, es decir, si la Constitución y los reglamentos del Congreso son pasados por la trituradora de los desvergonzados legisladores venales o complacientes; ni si un referéndum –que no será popular, sino comercial– les otorgue la esperanza de la reelección. Morirán sueños populares, declinará aún más la confianza hacia las instituciones republicanas, cundirá la desmoralización y seguramente crecerá la indignación de quienes entienden la gravedad de la traición cometida por los políticos reeleccionistas; mas, el país no morirá, porque se forjó en la rudeza del autoritarismo remitiéndolo durante mucho tiempo, y demostrando que no tiene los huesos tan blandos para que un par de ambiciosos y sus respectivos séquitos de aduladores y entenados puedan derribarlo.
Lamentablemente, siendo sinceros, no estamos en condiciones de asegurar que en el día de hoy todos los cristianos y cristianas del Paraguay gozaremos de la celebración de una Pascua de Resurrección alegre y esperanzadora, porque somos conscientes del dramático momento político que vivimos; pero exhortamos a todos los habitantes del Paraguay a continuar creyendo que existe un futuro mejor para las personas individuales y para los pueblos mal gobernados, un futuro por el cual vale la pena continuar luchando.