Stroessner y Correa

La hegemonía de tres décadas y media del dictador Stroessner en nuestro país es una realidad que no guarda secretos. Fue el resultado del dominio absoluto del poder conquistado por el Partido Colorado después de una guerra civil que liquidó todo atisbo de oposición organizada en el país. Sus elecciones y reelecciones, siempre aceptadas por el dictador “porque el pueblo lo pedía”, eran tan grotescamente fraudulentas, que los voceros de su partido solían anunciar con anticipación el porcentaje de sus resultados. Curiosamente, sus mejores actuales imitadores latinoamericanos no fueron los retardatarios conservadores, los “fachos” de la derecha, sino la izquierda bolivariana marxista, que sigue punto a punto, con fidelidad asombrosa, el manual stronista de perpetuación en el poder, como lo está haciendo en el Ecuador su presidente Rafael Correa.

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La hegemonía de tres décadas y media del dictador Alfredo Stroessner en nuestro país es una realidad que no guarda secretos. Fue el resultado del dominio absoluto del poder conquistado por el Partido Colorado después de una guerra civil que liquidó todo atisbo de oposición organizada en el país.
A fines de la década de los años cincuenta, Stroessner controlaba en forma tan absoluta la sociedad nacional, que se permitió el lujo de admitir como opositores “oficiales” a un pequeño y electoralmente inofensivo grupo de liberales. Aunque, por las dudas, hizo poner en la ley electoral que el que ganara las elecciones debía controlar las tres cuartas partes del Congreso, con lo cual, se le garantizaba al Partido Colorado stronista eterna, inamovible y tranquila mayoría absoluta.

Sus elecciones y reelecciones presidenciales, que fueron en total ocho, siempre aceptadas por el dictador “porque el pueblo se lo pedía”, eran tan grotescamente fraudulentas, que los voceros oficiales de su partido solían anunciar con anticipación el porcentaje de sus resultados. Stroessner ganó siempre con aplastante mayoría de votos. No existía un solo resorte de la maquinaria del Estado que no respondiera a las órdenes directas de su dedo índice. Una vez, el dictador se dio el lujo de decir después de unas elecciones que “hasta les regalamos votos a los opositores”, sin percatarse de que estaba revelando claramente el carácter fraudulento de los comicios.

Curiosamente –las vueltas de la política y del destino–, sus mejores actuales imitadores latinoamericanos no fueron los retardatarios conservadores, los “fachos” de la derecha, sino la actual izquierda bolivariana marxista, que sigue punto a punto, con fidelidad asombrosa, el manual stronista de perpetuación en el poder.

En efecto, todos los gobernantes “bolivarianos” se presentan a las elecciones reclamando el fin de la era de los partidos tradicionales y la apertura de “nuevas ventanas”..., que son ellos, naturalmente. Durante su primera campaña de aproximación al poder, ninguno habla de pretender modificar la Constitución para ser reelecto, ninguno revela abrigar resentimientos ocultos contra la prensa ni contra los ricos, ni anuncia que va a servirse de los recursos públicos para fortalecer sus partidos, a fin de controlar el aparato estatal y someter a las demás organizaciones políticas a su dominio hegemónico. Todo esto, con infalible regularidad, viene después de ascender al poder.

Hugo Chávez, después de ser electo democráticamente, fue el primero en aplicar la metodología stronista de control totalitario del Estado, la sociedad y el poder, manteniendo cierta fachada institucional y democrática para no ser muy apremiado por la opinión pública internacional. Quienes le siguieron inmediatamente a Chávez fueron Evo Morales y Rafael Correa. Ambos lograron sendos triunfos en elecciones regulares, aprovechando, entre otras circunstancias, el hartazgo popular hacia los partidos políticos tradicionales por los cuales esos pueblos vinieron siendo gobernados.

Estos nuevos totalitarios ya no necesitaron alcanzar el poder mediante golpes de Estado, al estilo de las groseras dictaduras formadas en la segunda mitad del siglo pasado; los políticos, los empresarios, los jefes militares, los dirigentes sociales ineptos, corruptos o ingenuos, y ciertas mayorías electorales coyunturales les sirvieron el poder en bandeja de plata.

Siguiendo el procedimiento clásico de las dictaduras militaristas del siglo pasado, por ejemplo, el mayor esfuerzo que puso Rafael Correa desde el día siguiente a su elección, fue cumplir tres pasos básicos: controlar la justicia y las FF.AA., neutralizar figuras políticas adversarias y llevar las restricciones a la libertad y a los medios de prensa hasta sus límites posibles. Después de tener estos requisitos cumplidos, ya fuertemente agarrado del timón de la República, comenzó a hablar de reformar la Constitución para introducir la reelección, error garrafal al que la mayoría de los ecuatorianos patriotas, sensatos e insobornados accedieron, de lo cual se lamentan amargamente y se lamentarán todavía mucho más, porque ahora Correa “aceptó” candidatarse para ser reelegido; “a pedido del pueblo”, como ritualmente hacía Stroessner cada cinco años, y que es de suponer Correa también lo hará.

En estos días, metido ya de lleno en su proyecto de perpetuación en el poder, Correa solicitó un risible “permiso” al Congreso de su país –dominado por sus partidarios– para abandonar sus funciones y dedicarse a un teatro proselitista, que es lo que está haciendo en este momento, por supuesto arrastrando tras de sí los privilegios del cargo en el que está “con permiso”, gastando descaradamente los recursos estatales, empleando funcionarios, equipos, vehículos y edificios públicos, acompañado de una prensa adicta. En resumen, stronismo en estado de pureza química.

¿Ganará Rafael Correa las elecciones ecuatorianas del próximo 17 de febrero? Sin líderes opositores, con adversarios incapacitados para competirle de igual a igual, sin prensa opositora, de idéntica manera a como fue para Stroessner y Hugo Chávez, estos comicios serán para él, dicho en términos futbolísticos, como ejecutar un penal con el arco libre.

Como una muestra de los numerosos abusos del mandatario ecuatoriano, mencionemos tan solamente una perla: el régimen de Rafael Correa hizo dictar una norma jurídica que reza, textualmente: “los medios de comunicación social se abstendrán de hacer promoción directa o indirecta que tienda a incidir a favor o en contra de determinado candidato, postulado, opciones, preferencias electorales o tesis política”. Esta prohibición no merece ni siquiera un análisis; cada quien comprenderá con suma facilidad qué implica y cuáles consecuencias va a tener en el Ecuador su “interpretación” y “aplicación” por las autoridades “correístas” para el ejercicio de las libertades en general y de las de información y opinión en particular.

Alfredo Stroessner estaría muy orgulloso de saber que hay alumnos aplicados suyos que están empleando con gran éxito sus recetas.

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