Tormenta política a la vista en Venezuela

Tras la desaparición física del cuestionado líder del bolivarianismo, Hugo Chávez, puede predecirse, comenzará a desatarse en Venezuela una sórdida disputa por el control del poder entre las dos caras más visibles del régimen: el vicepresidente Nicolás Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. Por las características autoritarias y personalistas propias del sistema político imperante en el país caribeño, una convivencia pacífica duradera entre ambos es inimaginable. Seguramente subsistirá el que se convierta en receptor del apoyo incondicional de las FF.AA. Una encrucijada histórica muy importante es la que hoy desafía la madurez democrática del pueblo venezolano. Serán inevitables las turbulencias, las conspiraciones y los enfrentamientos, tan característicos de los periodos de sucesión que siguen cuando se produce el resquebrajamiento de un régimen despótico como el chavista.

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Tras la desaparición física del cuestionado líder del bolivarianismo, Hugo Chávez, puede predecirse, comenzará a desatarse en Venezuela una sórdida disputa por el control del poder entre las dos caras más visibles del régimen: el vicepresidente Nicolás Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. Por las características autoritarias y personalistas propias del sistema político imperante en el país caribeño, una convivencia pacífica duradera entre ambos es inimaginable. Necesariamente, uno buscará imponerse sobre el otro.

El artículo 233 de la Constitución de Venezuela establece claramente dos escenarios: si la falta absoluta del presidente electo se produce antes de que este tome posesión del cargo, debe llamarse a elecciones en un plazo de 30 días, y quien asume la primera magistratura de manera interina en ese lapso debe ser el presidente de la Asamblea Nacional, en este caso, Diosdado Cabello.

Sin embargo, dice la Constitución que si la falta absoluta se produce cuando el presidente ya asumió y durante los primeros cuatro años del periodo constitucional, quien debe tomar posesión de la titularidad del Poder Ejecutivo es el vicepresidente, es decir, Nicolás Maduro.

Ahora bien, el pasado 9 de enero, un día antes de que Hugo Chávez tuviera que asumir formalmente la Presidencia por un nuevo mandato, y ante la imposibilidad de este de cumplir con el requisito constitucional, el dócil Tribunal Supremo de Justicia –manejado estrictamente por bolivarianos– “dirimió” la cuestión sentenciando que la nueva toma de posesión no era necesaria “en virtud de no existir interrupción en el ejercicio del cargo”.

Este hecho supuso una primera grave alteración del orden constitucional venezolano, la cual fue olímpica y descaradamente justificada en nuestra región, muy particularmente por los gobernantes cuya conciencia democrática permanece narcotizada debido a los agasajos y las generosas dádivas procedentes de la petrochequera manejada discrecionalmente por Hugo Chávez.

Desde luego que en un estado tan poco institucionalizado como lo es Venezuela hoy, lo que disponga la ley es lo que menos importa. Los herederos del alucinado déspota que viene de fallecer no tienen la más mínima preocupación por dar cumplimiento a lo que prescribe la Constitución. Por lo tanto, es de esperar vaya a desatarse ahora una feroz disputa por el poder entre Maduro y Cabello, hasta imponerse el que tenga mayor fuerza.

Pero, como sucedía en nuestro país en los aciagos años de la tiranía stronista, el poder del Estado se asienta en Venezuela en la conocida trilogía compuesta por “Gobierno, Partido y las bayonetas de las Fuerzas Armadas”, por lo que, sin lugar a dudas, logrará subsistir el que se convierta en receptor del apoyo incondicional de las Fuerzas Armadas, que será el gran árbitro de la lucha intestina que se producirá en las filas de la máxima dirigencia chavista.

En diciembre pasado, en ocasión de su último viaje a Cuba, Hugo Chávez dejó bien claro quién pretendía que lo sucediera. “Mi opinión firme, plena con la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en un escenario que obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana. Yo se los pido de corazón”, proclamó en su última comparecencia pública.

Maduro, pues, fue así ungido como el delfín del poder estando el propio Chávez en vida. No solamente cuenta en su haber con esta relevante “bendición” por parte del extinto fundador del “Socialismo bolivariano del siglo XXI”, sino que además es la ficha que tiene mayor nivel de contacto y vínculos más desarrollados con los hermanos Raúl y Fidel Castro, en Cuba.

Estas “credenciales” son de gran importancia para alguien que pretende suceder a Chávez en el poder.

Sin embargo, ellas podrían no ser suficientes para determinar el curso de la historia. Más allá de lo que el chavismo busque disimular en estos momentos, pretendiendo proyectar una supuesta imagen de unidad ante los venezolanos y el mundo entero, es evidente que será sumamente difícil acallar mucho tiempo las disidencias que, como es natural, habrá al interior del partido, fundado por el extinto mandatario con el fin de ejercer la hegemonía política de Venezuela por todo el tiempo que fuera posible.

No son tranquilos los tiempos que se avecinan para los venezolanos en el futuro inmediato. Una encrucijada histórica muy importante es la que hoy desafía la madurez democrática del pueblo de aquel país hermano. Serán inevitables las turbulencias, las conspiraciones y hasta los enfrentamientos, tan característicos de los periodos de sucesión que siguen cuando se produce el resquebrajamiento de un régimen despótico como el chavista.

Son los estertores propios de un sistema que agoniza, y el comienzo de una nueva etapa que espera ser inaugurada. A nuestro criterio, la crisis, necesariamente, tendrá lugar. Sin embargo, más tarde o más temprano la tormenta pasará, y el pueblo venezolano podrá reencontrarse con la senda de la libertad y la democracia de la que nunca debió haber sido apartado por los caprichos y las ambiciones de gente codiciosa y sedienta de poder.

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