Un día para pensar en una sociedad mejor

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El pueblo que habita el Paraguay se dice a sí mismo cristiano, en una inmensa mayoría, pero muchos no demuestran serlo cabalmente. Si miramos hacia nuestro comportamiento colectivo, a nuestra manera de conducir la existencia que llevamos y a los recursos de los que echamos mano para saciar nuestras ambiciones, tendremos que admitir que nuestro presumido cristianismo francamente deja bastante que desear. El Domingo de Gloria nos ofrece a todos, incluidas las personas que no practican la confesión cristiana, una ocasión para la elevación de las virtudes humanas por encima de nuestros estrechos y efímeros apetitos, de postergación de rencores y enfrentamientos. Es una fiesta para compartir pero también para meditar, para hallar, dentro de nosotros mismos, cuáles deben ser los caminos a escoger a fin de ser mejores personas con el prójimo y mejores ciudadanos con la patria. Hoy también es un día domingo para consolidar la adhesión interna de las familias, reverdeciendo aquellas tradiciones que mantuvieron nuestros ancestros a lo largo de siglos, mediante las cuales logramos conservar una sociedad que, en su gran mayoría, todavía aprecia la convivencia en paz.

El pueblo que habita el Paraguay se dice a sí mismo cristiano, en una inmensa mayoría, pero muchos no demuestran serlo cabalmente. Si miramos hacia nuestro comportamiento colectivo, a nuestra manera de conducir la existencia que llevamos y a los recursos de los que echamos mano para saciar nuestras ambiciones, tendremos que admitir que nuestro presumido cristianismo francamente deja bastante que desear.

Muy cristianos solemos llamarnos de boca para afuera, pero, en nuestras actitudes, no son muchas las virtudes predicadas por la doctrina de esta confesión que nos tomamos el cuidado de respetar y de demostrar con el ejemplo.

La caridad, una de las virtudes cardinales del cristianismo, suele ser con frecuencia soslayada, especialmente cuando alcanzamos algún puesto de poder y tenemos en nuestras manos la posibilidad de utilizarlo para practicarla en el marco de la ley y de la moral. Miles de indigentes, discapacitados, personas de la tercera edad, nativos, abandonados de la salud o de la fortuna, son testigos de que en el país de los que nos llamamos muy cristianos no es mucho lo que pueden esperar, a juzgar por la triste mezquindad de nuestros actos.

La política, consistiendo en el ejercicio del poder para realizar el bien común de la gente, debería ser la herramienta más eficaz para llevar la virtud de la caridad a un plano superior, más eficaz en la práctica, más equitativa y socialmente más abarcante. Sin embargo, nuestros políticos solo saben ser caritativos a modo personal y casi nunca comprometiendo sus propios bienes, sino los recursos públicos. Hacer caridad a costa del dinero ajeno es la única forma que, al parecer, la mayoría de nuestros políticos tienen por buena para poner en práctica esa virtud teologal.

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Contra esta actitud cínica y miserable tienen que erguirse las personas que sí cumplen con este precepto moral sacrificando su dinero, su tiempo, sus conocimientos y su cooperación. Hay muchos que silenciosamente dedican buena parte de estos bienes a intentar aliviar las penurias del prójimo en dificultades, pero son justamente esas personas las que no suelen tener acceso al poder político ni capacidad de decisión en las esferas superiores del Estado.

Como es bien sabido, para los cristianos, la Pascua de Resurrección representa una conmemoración solemne que recuerda el triunfo de la vida sobre la muerte y, enmarcada en esta extraordinaria figura ética, también la de la esperanza sobre el pesimismo, la victoria de la fe sobre la angustia de la nada y la de la convicción sobre la incertidumbre, al tiempo que es también la festividad que invita a la reconciliación con uno mismo y con los demás.

Se trata, sin duda alguna, de la fecha que, junto a la Navidad, marca el hito más alto del calendario cristiano y, por consiguiente, ambas festividades deben recibir la mayor dedicación de quienes se sienten tales.

El Domingo de Pascua es también el día del perdón de los pecados para quienes lo solicitan sinceramente, arrepentidos y dispuestos a no reincidir. Y, cuando se habla de pecados, es preciso tener presentes, en primer término y con más atención, aquellos que son de mayor gravedad, como las maldades que se causan a mucha gente. ¿Puede creerse, por ejemplo, en la sinceridad de nuestras autoridades que año a año concurren a Caacupé a prometer redención, pero de vuelta a sus despachos se olvidan del país y del prójimo?

La población del Paraguay, siendo mayoritariamente cristiana, con sus hábitos de vida y sus costumbres adquiridas, pocas veces demuestra que estas virtudes son consubstanciales a su modo de existencia cotidiana. La falta de respeto por las normas y por los derechos ajenos, el desorden y los abusos de todo tipo, la violencia ejercida contra los más débiles, o la que se practica tras el velo de ideologías supuestamente humanísticas, o en nombre de pretendidos derechos genéricamente conculcados; el desprecio, indiferencia u hostilidad contra toda sana medida de política pública que no sea de su interés personal egoísta, son males –o pecados– que cometemos todos los días, sin perjuicio de llenarnos la boca con una pretendida fidelidad a los preceptos cristianos.

El Domingo de Gloria nos ofrece a todos, incluidas las personas que no practican la confesión cristiana, una ocasión para la elevación de las virtudes humanas por encima de nuestros estrechos y efímeros apetitos, de postergación de rencores y enfrentamientos, desde los grandes y dañinos hasta los minúsculos, y, si fuese posible, el olvido definitivo de todos ellos. Es una fiesta para compartir pero también para meditar, para hallar, dentro de uno mismo, cuáles deben ser los caminos a escoger a fin de ser mejores personas con el prójimo y mejores ciudadanos con la patria.

Hoy también es un día domingo para consolidar la adhesión interna de las familias, reverdeciendo aquellas tradiciones que mantuvieron nuestros ancestros a lo largo de los siglos, mediante las cuales logramos conservar una sociedad que, en su gran mayoría, todavía aprecia la convivencia en paz, a pesar de los fuertes embates negativos y disociadores que muchas veces trae consigo la modernidad, a la par que sus aportes materiales.

Hoy es un alegre día de intercambio de deseos y votos de felicidad. La aspiración y el propósito más sincero de ABC Color es que sus lectores encuentren en sus páginas, este día y también los demás del año, un impulso, por modesto que sea, buscando darles a sus vidas un sentido más profundo y valioso, que les reafirme en sus mejores virtudes y que les insufle el optimismo indispensable para soñar con un país y una sociedad mejores, y que les comprometa a realizar los esfuerzos necesarios tendientes a convertirlo en realidad.