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Sarmiento en Concepción

El miércoles 24 de agosto de 1887 zarpó del puerto asunceño el buque Misiones rumbo a la ciudad de Concepción.

Iba a bordo Domingo Faustino Sarmiento, el expresidente argentino, acompañado de una selecta comitiva, entre la que figuraba el ministro plenipotenciario austro-húngaro, por lo que en uno de sus mástiles flameaba la bandera del Imperio europeo.

Además de amigos personales, integraban la comitiva el cónsul alemán y el ministro del interior, coronel Meza, quien iba a Puerto Rosario a visitar su establecimiento ganadero.

El jueves, a las 6:00, el buque llegó al puerto de Concepción. Una vez fondeado, subió al barco el señor Rosendo Carísimo, uno de los principales de dicha ciudad y senador nacional, invitándoles a bajar y acompañándoles a hospedarse en su vivienda, en donde fueron atendidos con mucha amabilidad.

Una vez instalados, recorrieron en el carruaje del senador Carísimo distintos lugares de la ciudad, como el viejo cuartel –que databa de la época de don Carlos A. López–, los cultivos cercanos y fueron por la picada de Machado al lugar conocido como Curusú Isabel. Posteriormente, Sarmiento visitó la zona del río Ypané.

A la noche, recibió una bulliciosa visita de vecinos, con petardos y orquesta. Al día siguiente, tuvo el gusto de encontrar a un viejo conocido chileno, propietario del hotel Comercio. A su regreso, vino acompañado de un gua’a hovy, llamado Pedro, que le fue obsequiado en Concepción por una joven argentina llamada Juanita Navarro.

Durante aquella primera estadía –volvió meses más tarde y se quedó a vivir hasta su muerte– donó unos lotes de libros a la Biblioteca Pública asunceña y al Ministerio de Instrucción Pública, un banco modelo, diseñado por él y construido bajo su dirección.

Otro regalo que hizo el señor Sarmiento durante aquella primera visita fue la introducción de plantas de mimbre para ser cultivadas en Asunción y lugares del interior, con lo que, poco tiempo después, surgió una interesante industria de canastas y otros utensilios.

Concepción, la “opulenta”

Hablando de la Perla del Norte, el notorio progreso que experimentó la ciudad de Concepción –entre los años 1880 y 1915–, gracias a la explotación de los recursos naturales de la zona, hizo que recibiera, meritoriamente, el título de “opulenta”.

El inusitado desarrollo que vivió la ciudad se reflejó en una intensa actividad comercial y social: se fundaron dos clubes, el Cosmopolita y el Social; se instalaron dos hoteles de primera categoría y tres de segunda, siete bares y una veintena de almacenes de comestibles, entre otros establecimientos. También funcionaron en la época mencionada cinco escuelas y el Colegio Nacional (1890); en 1900 se fundó el Instituto San José de los salesianos y el Colegio de las Hijas de María Auxiliadora. Existían en la ciudad siete consultorios médicos y cuatro boticas.

En 1890, don Remigio Albertini trajo el primer tranvía a mulitas con que contó Concepción, cuyo itinerario unía el puerto con el lugar llamado Canchacué, posteriormente conocido como Riñería, Quinta Genes y Villa Armando.

Funcionaban, además, 18 depósitos yerbateros, cinco grandes olerías (entre otras menores), tres periódicos, una fábrica de hielo y otra de gaseosas, seis panaderías, dos fideerías, dos jabonerías, cinco carpinterías, 18 carnicerías particulares y la Tablada de Matanza Municipal, dos barracas de cuero, cuatro aserraderos y cuatro sastrerías. En la plaza Carreta se concentraban los productos traídos del campo.

Vacas para la Argentina

Para la fundación de Buenos Aires, en 1580, mientras la carabela San Cristóbal del capitán Juan de Garay encabezaba la flota que conducía a los futuros repobladores, por tierra marchaba una tropa de 500 a 750 cabezas de ganado vacuno y otros tantos caballos.

La tropa de ganado salió de Asunción en los primeros días de enero de 1580, siguiendo la margen izquierda del río Paraguay-Paraná, llegando hasta el sitio donde se fundó la capital porteña, el 11 de junio de ese mismo año. Era la primera vez que “los montes de lapachos y los quebrachales del Chaco santafesino vieron desfilar bajo sus follajes la hila de vacas multicolores y briosas caballadas, dirigidas y animadas por el ulular de los jóvenes troperos nativos, en un revuelo de pájaros asustados. Iban por tierras desconocidas, atravesando montes, costeando ríos, acechados por indios hostiles y por fieras carniceras”.

surucua@abc.com.py

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