Orfebrería paraguaya
La larga tradición orfebrera paraguaya arrancó en la colonia. La platería estuvo muy presente en las misiones jesuíticas ya a comienzos del siglo XVII, cuando misioneros e indígenas hicieron muy buenos trabajos. Décadas después de la expulsión de los jesuitas, los viajeros se maravillaban de la platería que aún se podía ver en los abandonados templos: cruces, vinajeras, bandejas, custodios, candelabros, incensarios, lámparas, etc.
En otro ámbito, la población en general era muy afecta a los objetos de plata: estribos, cabezales y fiadores de caballos eran de este material. La morada del campesino podía ser modestísima, se cubrían con miserables harapos, pero la montura era rica en platería, así como sus respectivos arreos. Así también, como bombillas y mates de plata, o los yesqueros y candelabros.
Algunos de los grandes maestros pioneros en los trabajos de platería fueron Juan Velázquez, llegado con Mendoza; luego vino el maese Jacques, en 1538; Juan López, en 1567; Francisco Ruiz y Francisco Carrasco, llegados al Paraguay en 1672.
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A estos profesionales siguieron muchos otros. Claro que, más que a su profesión, se habrán dedicado a otros menesteres, pero la llegada de una sesentena de mujeres, acompañando a la adelantada Mencia Calderón de Sanabria, habrá influido en ellos, pues estas siempre han sido afectas a las joyas y otros afeites.
La materia prima era importada del Perú. Empezaron a ser común las vajillas de plata, primordialmente, en las casas de familias acomodadas y no tanto, teniendo en cuenta que en aquella época la plata era más barata que el vidrio o la porcelana.
Además de esta, otro metal muy utilizado era el oro, también peruano. Era cosa habitual el lucimiento de peinetas, anillos que cubrían varios dedos, muchos engarzados con crisólitas, cadenas, rosarios de oro macizo, zarcillos “tan largos que descansaban en los hombros...”, collares de filigrana, anillos de siete ramales, rosarios de gruesos granos trabajados, sortijas “carretón”. Cuyos originales pueden rastrearse en los pueblos portugueses y españoles que, como dice Josefina Plá, “parecerían escapados del ajuar de una paraguaya”.
Los anillos de ramales, antiguos anillos de bodas, y las filigranas son de neta ascendencia oriental. También lo eran las “sortijas de secreto”, cuyo regatón disimulaba un diminuto receptáculo que encerraba el veneno salvador, el delgado billete amoroso o el aviso del conspirador.
Herederos de estos orfebres son los que hasta hoy nos ofrecen sus trabajos en la vecina ciudad de Luque.
El juego de la balita
Uno de los juegos infantiles que prácticamente ya perdió vigencia –al menos en los centros urbanos– es el de la balita-balita –o bolitas, o canicas, en castizo–.
Las alegres rondas infantiles alrededor de un hoyo son siempre recordadas con cierto halo de añoranza por las personas que van cargando años encima. Además de ser un juego en el que vale mucho la destreza de los dedos, agudiza los reflejos y despierta el ingenio.
Pero jugar balita-balita tiene sus reglas, algunas de ellas son: el yordo, o sea cuando, además de picar la bolita contraria, la otra queda a una distancia no mayor de una cuarta. El kuareá: cuando una de las bolitas queda a cuatro dedos de la otra. El kuartí: también conocido como uñí, cuando queda a una cuarta del hoyo; da derecho a repetir la jugada. Una variante de este juego es la balita kurtú, muy en boga algunas décadas atrás, cuando el premio consistía en el papel envoltorio de los caramelos “Culturales”, que tenían impresos los retratos de héroes, artistas y deportistas nacionales.
Tuka’ẽ
En nuestro país se conoce así a un juego de niños muy universal. En otros lugares se conoce como mancha o, en guaraní, mbopa.
Se determina un lugar de resguardo –generalmente, un poste o árbol al que se le llama “tambo”– desde el cual, sin mirar, el que se queda de guardia cuenta hasta una cantidad prefijada, mientras los demás se esconden.
Terminada la cuenta, el guardia sale a buscar a los escondidos, que tratarán de esquivarlo hasta llegar al “tambo” sin que los toque. Si lo hace, diciéndole “tuka’ẽ”, uno se queda como guardián y se reanuda el juego.
Un jugador puede parar la jugada diciendo: “Pido chancho, el que me toca es un chancho”.
Un histórico río y sus tributarios
Uno de los ríos que afluyen al río Paraguay es el histórico Aquidabanigui. Este nace de una infinidad de vertientes en los collados del Amambay. De un abanico de arroyos cristalinos que tienen, cada uno de ellos, sus respectivos nombres, como los arroyos Guavirá, Yryvu, Kururu, Yby Ya’u, Yby Ya’umi, Yaguary, Yaguarymi, Pyta, de Oro, Lopecué, Cuero Fresco. Otros arroyos que arrojan sus aguas y van formando el Aquidabanigui son el Lucero, Lorito y Aceite.
En su margen derecha están el arroyo Guazú, Cabayuy, Tatacua, Toro Paso y San José. A estos les siguen el sereno Pirá, Tacuara, Ca’a, Kiray, Ytororo, Tranquerita y Negla, que recoge las aguas del Kyryryo, Chacalalina y Trementina, entre otros.
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