Ferrocarril en el Paraguay
Integración ferroviaria internacional. En 1910, por intermedio del Ferrocarril Nordeste Argentino, el Gobierno argentino suscribió acciones del Ferrrocarril Central del Paraguay por valor de 220.000 libras esterlinas (40 %) para acelerar el empalme Pacucuá, comprometiéndose a adquirir o trocar por otros utensilios el material rodante de trocha ancha de nuestro sistema ferroviario. El otro fuerte accionista era Manuel Rodríguez, con 200.000 libras (35 %), y otros, con 142.930 libras (25 %).
En mayo de ese mismo año, próxima a terminarse la vía férrea hasta Encarnación, se trasladó a Buenos Aires el gerente del ferrocarril paraguayo para tratar allá de que el empalme de este con el ferrocarril argentino no se hiciera mediante un ferry boat, sino por un puente. Como un proyecto de esa envergadura tenía un costo elevadísimo, no prosperó la idea y y Mr. Fraser Lawton tuvo que contentarse con el ferry, que funcionó hasta 1990, cuando se habilitó el puente internacional entre Encarnación (Paraguay) y Posadas (Argentina).
A mediados de 1910, la Brazilian Railways Company adquirió, a través de acciones, el control de The Paraguayan Central Railways Company Limited. La Brazilian era una empresa controlada por un norteamericano llamado Pewrcival Farquhar. Poco después llegaron al país varias locomotoras, vagones de pasajeros y carga, zorras, entre otras maquinarias, para el Ferrocarril Central Paraguayo, a los que ya nos hemos referido. (Cont.)
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Yvera
Descontando la rivera del río Paraguay, y así como hoy en día los balnearios concurridos en los días caniculares son San Bernardino, Areguá, los arroyos cordilleranos o Villa Florida, allá por 1959, la ciudad veraniega era San Lorenzo. Claro que, también, en esa época la población podía refrescarse en los numerosos arroyos de los alrededores de Asunción, como Itay, Ferreira, Sosa, Mburicao, o los más retirados, como Yuquyty, en Luque.
Por iniciativa de un emprendedor ciudadano sanlorenzano, don Mario Z. Meyer, se construyeron las piletas que hasta hoy podemos ver –aunque en desuso desde hace unos años– en el lugar conocido como Yvera, un sitio, entonces, rico en manantiales que llenaban esas albercas.
El balneario Yvera contaba con playa de estacionamiento, cantina, servicios sanitarios, vestidores, etc. Era, en su momento, el mejor equipado del país.
Calí, la chipera
Si bien en los últimos años la empanada fue ganando terreno como tentempié típico del paraguayo, aún se mantiene vigorosa otra costumbre: el consumo del chipá, nombre de origen quechua que sustituyó al autóctono mbujape.
En la elaboración de ese manjar se destacaron individualidades y, últimamente, pequeñas empresas familiares. Una de aquellas individualidades, cuya memoria sigue vigente de alguna manera, es la negra Calí, mote diminutivo y cariñoso de Calixta, una mujer laboriosa, pulcra y respetada por los asunceños de la segunda mitad del siglo XIX, pues se brindó como pocas a la elaboración del chipá, teniendo como norte y razón la excelencia, que le dio fama y un medio de vida honesto y cómodo en momentos en los que la sociedad paraguaya pasaba por muchas necesidades.
La negra Calixta (Calí) fue sobreviviente de la Guerra de la Triple Alianza y soportó penurias formando parte de aquel doloroso éxodo de las residentas. De regreso a su casa, en los alrededores de Asunción, se empeñó, como todos los supervivientes, a reedificar su ranchito y cultivar su chacra.
Con la mandioca que cosechó elaboró almidón, typyraty, popi, y con estos ingredientes, además de grasa de vaca, un poco de leche, queso y huevos, y en el horno que reedificó, empezó a fabricar el chipá que ella misma salía a vender.
Bien bañada, oliendo a pacholí y blanco vestido –ancha pollera y typói almidonados–, salía con una gran canasta cubierta con una almidonada e impecablemente blanca tela a vender su chipá que, por su sabor, pronto, ganó el gusto del público.
Se cuenta que uno de sus conspicuos clientes era el general Bernardino Caballero, entonces recién llegado de su exilio en el Brasil. Tanto era el aprecio que le tenía que, después de acceder a la amplia quinta por medio de su boda con la viuda del presidente Gill, inclusive llegó a cederle un espacio de su amplia solar, para que Calixta construyera un ranchito y un amplio horno en el que doraba sus sabrosos chipás (que los elaboraba según diversas recetas y la ocasión).
Con su tesonero trabajo, la negra Calí se hizo de una pequeña fortuna, que le permitió vivir con holgura su ancianidad. Su actividad fue heredada por su única hija, quien fue la más famosa chipera del Mercado Guasu.
Décadas atrás, un emprendedor comerciante adoptó el nombre de esta célebre chipera y con él bautizó una chipería que, en su momento, fue muy famosa. Si bien eran de buena factura, según los que llegaron a conocer el chipá de la negra Calí, no alcanzaban en sabor a los elaborados por esta.