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El Tribunal de Jurados en el Paraguay

El 27 de octubre de 1874 se estableció el Tribunal de Jurados en el Paraguay y el 7 de noviembre de 1874 se determinó que los juicios se hicieran por jurados en toda la República. Un mes después, el 5 de diciembre de 1874, se nombró al señor Hilario Amarilla como presidente del Tribunal de Jurados.

Dos años después, el 5 de diciembre de 1876, fue nombrado presidente del Tribunal de Jurados el señor Otoniel Peña. A este siguieron, en la presidencia del Tribunal de Jurados, Zenón Rodríguez, el 10 de abril de 1877, y José González Granado, el 22 de octubre de 1877.

El 2 de diciembre de 1878, José del Rosario Miranda.

El 13 de octubre de 1883, Hilario Amarilla asume la presidencia del Tribunal de Jurados.

El 10 de diciembre de 1886, Luis Burone.

El 27 de enero de 1887, Gerónimo Pereira Cazal.

El 20 de abril de 1887, Ricardo Torres.

El 4 de junio de 1887, José Irala.

El 6 de julio de 1887, Apolinario Benítez.

El 30 de septiembre de 1887, Daniel Maldonado.

El 6 de diciembre de 1890, Pablo J. Garcete.

El 1 de agosto de 1894, Antonio González.

El 4 de diciembre de 1894, José Mateo Collar.

El 6 de mayo de 1897, Cayetano Carreras.

El 2 de marzo de 1900, Gregorio Ortiz.

El 3 de diciembre de 1902, Manuel Gorostiaga.

El 4 de marzo de 1905, Amancio Insaurralde.

El 10 de abril de 1907, Ramón García.

El 30 de octubre de 1911, Luis C. Ortellado.

El 10 de diciembre de 1914, Eliseo Sisa.

El Tribunal de Jurados estuvo vigente hasta 1940. Fue abolido por la carta política de ese año.

Los mascarones de Asunción

Festivos unos, huraños otros. Los más, impasibles, misteriosos. Desafían el paso del tiempo con la filosófica contemplación de la cotidianeidad ciudadana. Son los mascarones que adornan las fachadas asunceñas, vestigios de un arte desaparecido que, para descubrirlos, se necesitan tiempo y paciencia. No se dejan ver, sino a privilegiados, iniciados de la exclusiva cofradía de los buscadores de tesoros perdidos... o escondidos.

Su silente presencia en las fachadas de las casas de Asunción requiere la mirada escrutadora para ser vistos. Su “discreción” los hace poco menos que inapreciables. Pero están allí, algunos riéndose de todo o malhumorados otros, por ver pasar su “vida” a la intemperie. O impasibles –ni fu, ni fa–, la mayoría.

Los mascarones son, definitivamente, representantes de un arte olvidado, que propiciaba la individualidad, un arte diferencial que abominaba la uniformidad. Muchos están en buen estado y otros, mutilados. Algunos, con tantas pinceladas de cal y pintura que apenas dejan ver sus contornos. Y hay para todos los gustos. Desde fieros leones y felinos hasta serenas mujeres de cabellos rizados. De apacibles mancebos tocados con gorros frigios a malhumorados hombres de mostachos asomados sobre foliáceas y barrocas ondulaciones.

También hay candorosos ángeles y perversos demonios de boca flamígera, así como águilas, atlantes y ninfas de lujuriosos desnudos. Los mascarones, que adornan varias fachadas son parte inseparable de la arquitectura de la ciudad, constituyen, pues, muestras de un arte monumental dignos de mejor suerte. Son testimonios de un arte olvidado.

Un militar norteamericano en Pirayú

En la década de 1880, se radicó en el Paraguay un militar norteamericano, veterano de la Guerra de Secesión, llamado Hunter Davidson. Había nacido en Richmond, Virginia, Estados Unidos de América, el 20 de setiembre de 1826. Ingresó a la Escuela Naval y se incorporó a la Marina de los Estados Confederados. Allí realizó trabajos como torpederista y experto en minas durante la Guerra de Secesión norteamericana. Finalizado el conflicto, viajó a Gran Bretaña, luego a la Argentina, en 1874, como miembro de la expedición científica dirigida por John J. Page. Fue contratado por el Gobierno argentino para estudiar los ríos Paraná y Uruguay. 

En 1875 confeccionó una carta hidrográfica del Río de la Plata, el Paraná Guazú y el río Uruguay, además de instalar cables submarinos de comunicación y comandar expediciones exploratorias en el Alto Paraná entre 1879 y 1883. Luego de realizar expediciones exploratorias en el río Paraguay, inmigró al Paraguay y vivió, primeramente, en Villa Rica, donde se casó con la paraguaya Enriqueta Silvia Dávalos, con quien tuvo cuatro hijos: tres varones y una mujer. El matrimonio, posteriormente, se radicó en Pirayú, donde Hunter Davison falleció el 16 de febrero de 1913.

Un indescriptible tormento

Una de las más terribles formas de tormento practicadas durante la Guerra de la Triple Alianza era el “cepo uruguayana”. Dicho tormento era aplicado sentando de cuclillas al castigado, poniendo uno o dos fusiles cruzados debajo de la rodilla, atándoles las muñecas con las manos delante de las rodillas y por debajo de los fusiles.

Otros fusiles sobre la nuca, atados con las de debajo de las rodillas. Otra modalidad era pasar forzosamente los brazos por encima de los fusiles oprimiéndoles las espaldas y atarlos a los miembros inferiores. El prisionero, totalmente inmovilizado, sentía que el fusil de abajo se incrustaba en la garganta y con la espalda combada, tironeada por el fusil de arriba, lo que causaba tremendos dolores, además de los otros dos fusiles que presionaban a ambos lados de la cabeza.

Poco a poco, los músculos se despegaban de los huesos, causando inenarrables dolores. Muchas veces se dislocaba el espinazo, dejando al desgraciado en una terrible agonía hasta la muerte inexorable.

surucua@abc.com.py

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