ENTÉRESE

Cargando...

150 años de la batalla de Ytororô

En días más, el 6 de diciembre, se cumplen 150 años de la batalla de Ytororô, la primera de las tres batallas que sellaron definitivamente la suerte del Paraguay en la Guerra contra la Triple Alianza.

Luego de la caída de la fortaleza de Humaitá, el ejército paraguayo se replegó hasta el río Tebicuary. Los aliados, en su persecución, a fines de agosto de 1868, hicieron algunas incursiones y atacaron en varias oportunidades el puesto de observación paraguayo en el arroyo Yacaré. De esta manera, se inició la Campaña de Pikysyry, por el arroyo ubicado al sur de Villeta, en el que los paraguayos se acantonaron tras las defensas construidas y siguieron el curso del agua.

El 23 de setiembre, los aliados atacaron a los paraguayos en Surubi’y y, el 8 de octubre, se registró una escaramuza en Angostura.

Ante la dificultad de vencer las defensas paraguayas, en el arroyo Pikyryry, los aliados operaron en el Chaco para atacar por la retaguardia a las fuerzas paraguayas; mientras tanto, el 17 de noviembre, buques de la flota aliada llegaron a Asunción, pero fueron resistidos por la batería de Itapytapunta. Superado este punto, los aliados bombardearon la ex capital paraguaya, abandonada por sus ocupantes.

Luego de un penoso avance por el cenagoso terreno chaqueño, los aliados salieron frente a San Antonio, donde algunos buques realizaron la travesía de las tropas. Capturaron al pueblo y avanzaron hacia la retaguardia paraguaya.

Para enfrentar a los aliados, el mariscal López envió una fuerza de 5000 hombres al mando del general Bernardino Caballero, para oponer resistencia en el arroyo Ytororô. Si bien se luchó por más de 10 h, casi nada se pudo hacer ante la gran superioridad enemiga, con más de 18.000 combatientes.

Al final, los paraguayos tuvieron que replegarse hacia el arroyo Avay, para reorganizar las tropas y prepararse a seguir resistiendo.

Los león perô

Entre las compañías Yaguary, San Benito y Costa Pucú de San Ignacio, Misiones, viven varias familias que en los siempre calurosos días de sol en nuestro país pasan grandes padecimientos, pues sus cuerpos carecen de la capacidad de sudoración para regular el calor corporal. Pero no solo en verano pasan malos momentos, sino también en invierno, pues tienen serias dificultades para mantener el calor del cuerpo, y fácilmente llegan a la hipotermia y sufrir las afecciones típicas de las temporadas invernales. Son los vulgarmente conocidos como león perô.

Los afectados por esta afección genética, al no tener capacidad de sudar, viven todos los días un verdadero viacrucis, pues sus actividades cotidianas las tienen que realizar en las cercanías de un pozo de agua, arroyo o aguada, pues cada cierto tiempo deben mojar su cuerpo para regular la temperatura corporal.

La presencia de la afección en nuestro país data de los días inmediatamente posteriores de la Guerra contra la Triple Alianza, cuando se establecieron en la zona misionera varias familias de origen argentino, entre ellas: doña Eustaquia González, quien legó a sus descendientes el trastorno genético conocido como displasia ectodérmica anhidrótica familiar. La dolencia, de carácter hereditario, fue descrita por Charles Darwin en 1875.

El tormento de la sed

Cuenta Ernesto Daniel Andía, médico argentino, que durante un viaje a caballo de Concepción a Nanawa (en la Guerra del Chaco) pasó “seis días sin probar bocado, bebiendo apenas un litro de mala agua por día, y bien puedo asegurar que el hambre no es nada comparada con la sed, pues pude engañar al estómago mascando pasto y fumando.

La poca agua la conseguía en los pirizales, aunque, a veces, no se conseguía sino cavando un poco y succionando con filtro de carbón. Pero el agua que se obtenía estaba saturada desagradablemente de metano” (gas de los pantanos).

Muchas veces, el esfuerzo de succionar agua era estéril. “Por más que se chupara, no se conseguía hacer ascender una sola gota de agua a través del cilindro lleno de carbón; además, las emanaciones pestilentes del metano producían tal náusea que uno prefería soportar la sed antes de mantenerse boca abajo haciendo estériles ejercicios de succión. En estos casos, era preferible mojar el pañuelo o la camisa y chupar el tejido empapado en el agua sucia. Esta operación no satisfacía, pero mitigaba la sed”.

El doctor Andía fue testigo de un dantesco espectáculo en Cañada El Carmen, en octubre de 1934.

“Todos tenían el semblante desencajado –escribió–, la mirada ausente, pupilas dilatadas, ojos hundidos, labios resecos y agrietados; la gran mayoría sufría de alucinaciones. Los prisioneros se desnudaban, cavaban con las manos hoyos profundos donde penetraban; otros, gateando iban de un lugar a otro: reñían por tomar el orín de algunos que orinaban”.

surucua@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...