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La Maramachú

Hace unos 30 años, doña Ramona Gutiérrez, una encantadora ancianita sanmiguelina, tejedora de frazadas de lana, me comentó acerca de un personaje mitológico de su juventud (ella había nacido en 1898): la Maramachú.

“Mi primer telar lo confeccionó mi padre”, contó. “El peine, que es la parte principal, estaba hecho con caña de castilla y era de entramado grueso, no como los de antes que servían para hacer tejidos de algodón. A mí me enseñó a tejer una señora de nombre Cándida Martínez, en 1912; desde ese entonces, con 14 años de edad, me dediqué exclusivamente a tejer frazadas”. Hurgando en sus recuerdos, comentó que “trabajábamos con mis hermanas hasta el primer canto de gallo a la luz de las velas que nosotras mismas fabricábamos con cebo o grasa de vaca”. “No sé desde cuándo trabajaba con la lana –los ovinos fueron introducidos en la posguerra del 70–, pero ella ya tejía desde mucho antes de la guerra; tejidos de algodón hacía. Cuando me enseñó, ya era muy viejita. Recuerdo que una vez me contó que, de tanto que trabajaban, las visitó la Maramachú”.

A nuestra pregunta de qué era eso, nos comentó que la Maramachú era un “jaryi” (hada maligna). “Estábamos trabajando ya muy tarde; habrá sido ya de madrugada, cuando la Maramachú entró en la casa y comenzó a trabajar con la lana, escardando y dejando todo desordenado, dificultando el trabajo nuestro. Unos días después vino el cura al pueblo y le contamos lo sucedido. El cura nos aconsejó que si íbamos a trabajar hasta tarde, cerráramos con tranca las puertas y no la dejáramos entrar a la Maramachú en caso de que apareciera otra vez. Así sucedió otra noche en la que estábamos trabajando; vino nuevamente la Maramachú y pidió que se la dejara entrar, pues tenía que terminar su trabajo. No les hicimos caso a las lamentaciones y protestas de la ‘jaryi’, pero tanto fue el susto que desde esa vez no trabajamos hasta muy tarde”.

Decisión extrema

Durante la Guerra del Chaco se supo de la posibilidad de que la aviación boliviana podía bombardear la capital paraguaya. Aquel día, el presidente Ayala llegó a su casa –Villa Lidia– con el rostro adusto y aire absorto.

Luego de almorzar, se encerró en su escritorio. A media tarde se acercó a su esposa, doña Marcela Durand, y con un papel en la mano le dijo: “Debo tomar una decisión y tomaría yo solo. Tengo que intentar salvar a Asunción de un bombardeo y solamente hallo un medio que está fuera de las leyes de la guerra. No hallo otro. Voy a leerte lo que he escrito: ‘El presidente de la República del Paraguay previene al Gobierno boliviano que si la capital fuese bombardeada, como se la amenaza, se fusilará por sorteo a algunos de los oficiales superiores prisioneros que están en la ciudad. A Bolivia le corresponde decidir lo que conviene hacer...’”.

Tevegó

La colonia Tevegó o Estevegó, cuyo recuerdo es rescatado por Augusto Roa Bastos en su magistral novela Yo el Supremo, fue fundada por la Junta Superior Gubernativa en enero de 1813, para “resguardo de la villa Concepción y la pacificación de la frontera”, frecuentemente asolada por malones de indios mbayá y sanapaná.

El asentamiento de la colonia se hizo en el lugar en el que antiguamente estuvo la reducción de Nuestra Señora de la Revelación, sobre el río Paraguay, a 120 leguas de Asunción y, para poblarla, fueron trasladadas hasta allí las familias de pardos de Tavapy (San Roque González de Santa Cruz), quienes un año antes habían solicitado se les trasladara al pueblo de indios Itá o “a otro pueblo que se les proporcione”.

La colonia Tevegó fue poblada inicialmente por 40 colonos, quienes construyeron las casas de los otros que se ubicaron posteriormente. Las duras condiciones de vida –en una zona inhóspita y cenagosa– hizo que muchos desertaran, y durante la dictadura del dictador José Gaspar Rodríguez Francia fueron llevados allí criminales y vagos a quienes se les conmutaban sus penas por el confinamiento temporal o perpetuo en la colonia. En 1823, debido al constante asedio los mbayá, el Gobierno consular ordenó el despoblamiento de Tevegó, pero en cambio dispuso el traslado –a cien leguas de Asunción– de la colonia con el nombre de Villa del Divino Salvador. Este nuevo asentamiento también corrió la misma suerte de Tevegó.

La exploración del Paraná

La primera exploración española del río Tebicuary se realizó en agosto de 1785 y la empresa estuvo dirigida por el demarcador de límites Cnel. Félix de Azara, quien comisionó a dos subordinados suyos: el teniente de navío Martín Boneo y el ingeniero Pedro Cerviño, con la misión de navegar el caudaloso y más largo río interior del Paraguay. El 29 de agosto del mencionado año, “a las 3 horas y 2 minutos de la tarde”, Boneo y Cerviño, acompañados de un práctico y seis tripulantes indígenas, partieron de un obraje sobre el río Tebicuaryguasú, en las cercanías de Yuty, en una balsa construida al efecto. El 4 de setiembre llegaron a la confluencia del Tebicuaryguasú con el Tebicuaryminí y el 11 del mismo mes, “a las 2 horas y 9 minutos de la tarde”, llegaron a la desembocadura en el río Paraguay. La travesía duró 13 días.

surucua@abc.com.py

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