Poco después de la Guerra de la Triple Alianza, varias familias decidieron establecerse en un idílico paraje que desde 1906 sería el departamento de La Cordillera. Era un agreste lugar enclavado entre collados y regado por varios arroyos, entre ellos, el más importante: el Yhaguy.
Tal vez inspirados por la belleza del lugar, los habitantes de Itacurubí supieron darle a su ciudad un espíritu siempre animoso y progresista.
Gente trabajadora y optimista. Supieron congeniar el esfuerzo físico con las ideas emprendedoras, sin descuidar los momentos de distracción comunes en la época: disfrutar de las frescas aguas de sus arroyos, el cobijo de la exuberante vegetación circundante, las tertulias familiares y con amigos, juegos de bochas, alguna carrera de sortija y caballos, truqueadas, riñas de gallos, bailes, obras teatrales, etc.
Desde principios del siglo anterior, también, los chicos –y los grandes– empezaron a correr detrás de alguna pelota de trapo y, ocasionalmente, de cuero.
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El siglo ya llevaba tres lustros desde que se inició cuando llegó a la comarca una fiebre lúdica: el fútbol, un deporte iniciado en los últimos años del siglo XIX, y que fue ganando adeptos en la capital del país y varias ciudades a lo largo de las vías del Ferrocarril Central.
En 1916 se habían fundado clubes en Barrero Grande (actual Eusebio Ayala) y Piribebuy, por lo que Itacurubí no podía estar exenta.
Nace El Cordillerano
Al poco tiempo de aparecer la primera pelota reglamentaria en la ciudad, según relatos de los memoriosos, en un encuentro casual en la oficina de correos de la ciudad entre dos parroquianos, don Carlos García y don Juan José Almada Cáceres, se gestaba el nacimiento del club.
Efectivamente, don Carlos García había concurrido al local del correo a retirar su correspondencia y tenía una revista Mundo Argentino bajo el brazo. Curioso, don Juan José Almada le pidió y empezó a hojearla. Le llamó la atención una información referida a un encuentro de fútbol disputado en Mendoza, Argentina, entre un equipo argentino y uno chileno: El Cordillerano vs. El Mapocho, del cual salió ganador el primero.
Le impactó aquel nombre –El Cordillerano– y desde ese momento no cejó en su empeño por fundar un club de fútbol en su ciudad cordillerana: Itacurubí.
En ronda de amigos, reunidos bajo la sombra de los añosos eucaliptos, se empeñó a entusiasmar con la idea a los demás itacurubienses. Con el propósito de fundar un club y darle la denominación de El Cordillerano, como bien lo dice el nombre de la ciudad… Una ciudad con nombre y apellido: Itacurubí de la Cordillera.
Inmediatamente hicieron correr las invitaciones para una reunión en la casa de un expectable parroquiano, don Ignacio Aguilera. Aquella reunión se realizó el 12 de diciembre de 1916 y allí mismo decidieron deliberar en asamblea, para lo cual eligieron como presidente de esta a don Wenceslao Segovia Aguilera y como secretario a Juan José Almada Cáceres.
El principal proponente y argumentador fue el señor Almada. Señaló que la ciudad de Itacurubí contaba con una buena escuela, banda de música, orquesta y otras entidades de bien común, y que era perentoria la fundación de un club deportivo para competir con los clubes recientemente fundados en ciudades cercanas y reunir a la juventud lugareña alrededor de una sana actividad deportiva.
Aceptada la propuesta, el mismo Almada Cáceres propuso –argumentación mediante– el nombre de la flamante entidad, que fue aceptado gustosamente por los concurrentes, quienes cerraron la asamblea con un sonoro: “¡Viva El Cordillerano!”.
En aquella pionera asamblea se adoptó la casaca albirroja como color distintivo y todos colaboraron de su peculio para la adquisición de la indumentaria respectiva.
Viajar a Asunción, en esos años, era toda una odisea –había que cabalgar, cruzando por Valenzuela hasta Caballero, tomar el tren y llegar a la capital–, por lo que para conseguir las casacas, el señor Juan José Almada pidió a su madre, doña Revelación Almada, una de las modistas del pueblo, que confeccionara las mismas, para lo cual compró varios metros de tela roja y blanca.
La señora de Almada aceptó de buena gana la misión y confeccionó las primeras 22 camisetas con las que contó el club, además de la bandera de la institución deportiva. Estrenar esas primeras casacas se hizo en medio de un entusiasmo colectivo; el escenario: la plazoleta de la iglesia. Esos momentos iniciales fueron toda una fiesta en el pueblo. Nacía El Cordillerano.
La primera comisión
Como no había un lugar apropiado para ubicar la cancha del club, los mismos entusiastas jóvenes, con palas y asadas, pusieron en condiciones un predio en el lugar llamado Yvyverá, donde hasta hoy –un siglo después– se encuentra la sede deportiva del club.
Para dirigir el club, fueron electos Wenceslao Segovia Aguilera, presidente; Carlos A. García, vicepresidente; Juan J. Almada C., secretario; Ignacio Aguilera, tesorero; Wilfrido Alonso, Ladislao Flecha y José María Bazán, vocales; capitán general y de la Primera División, Juan José Almada; intendente y capitán general de la Segunda División, Ezequiel Aguilera.
Primer plantel
El primer plantel de jugadores lo conformaron Alejo y Manuel Aguilera, jugador del Cerro Porteño, de Asunción; César Goiburú, del Olimpia, de Asunción; Enrique Barboza, del Atlántida, de Asunción; T. Fariña y Lorenzo Britos, del 24 de Mayo, de Ypacaraí; José N. Irala, de San Bernardino; Juan José Almada Cáceres, Ezequiel Aguilera, Antonio y Pedro Vera, Arturo Bordenave, Medardo y Fidencio Miltos, Wilfrido Alonso, y Macario y Andrés Aguilera.
Con estos jóvenes nació hace un siglo El Cordillerano, también conocido como El León de la Cordillera, por su aguerrido temple, que lo llevó a importantes victorias futbolísticas en la comarca por medio de sus atletas, quienes eran conocidos como “Los cachorros de El León Cordillerano”.
En fin… La historia de El Cordillerano es larga e intensa. Unas breves líneas no pueden contenerla toda, pero sí puede rendir homenaje a una institución centenaria y orgullo de los itacurubienses.
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