Herramienta de voltaje

Trasladando narrativas distópicas a nuestra coyuntura cultural, el bailarín, actor y director Jorge Báez desprende, desde una obra simbólica, muchas realidades locales, fijándose en el proceso creativo, la estructura de las instituciones públicas artísticas y la interacción con cada agente en la puesta teatral.

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Diversas son las constantes en el desarrollo del oficio teatral, así como varios los gestores que lo integran. Partiendo de un texto, muchas puestas divergentes pueden ejecutarse sobre el tema. Es ahí donde el simbolismo, con sus académicas construcciones, provoca una suerte de fenomenología en el espectador: una obra puede ser planteada por el equipo artístico de una manera, pero el público la puede entender de miles de formas.

Con La piedra oscura, del español Alberto Conejero, la experiencia es tangible, por lo cual conversamos con su director Jorge Báez un día después de su única representación, tras haberlo hecho el año pasado en el Museo de las Memorias, enmarcado en el Mes del Teatro Hispano Paraguayo.

- En relación a la dramaturgia planteada desde el texto en La piedra oscura y su similitud con situaciones de opresión que vivimos durante la dictadura paraguaya, ¿cómo afronta el teatro en particular y el desarrollo artístico local en general la reivindicación de un importante sector político en nuestro país a ese tipo de régimen, y cuáles podrían ser los principales atrasos culturales en ese sentido?

- El teatro es una herramienta de alto voltaje. Una suerte de reflejo y megáfono de gritos proyectados a un colectivo de personas que lo presencien. En ese evento, todas las voces tienen lugar, todos los deseos y propuestas. Permitir algunas y no otras sería censura, y el teatro, por su historia, siempre peleó contra eso. Hay una responsabilidad y también una intencionalidad, lo que implica una responsabilidad enorme en cuanto a la herramienta. En cuanto a cómo se podría afrontar desde y con el teatro ciertas tendencias de un sector que oprima la expresión y la memoria, para mí sería luchar, dando precisamente expresión y memoria; dos aspectos que el teatro acerca por naturaleza.

- La obra plantea un diálogo simbólico en el texto, expuesto también en elementos como el paisaje sonoro, el audiovisual, las luces, etc. En relación a ese punto, ¿cuál es la constante en las realizaciones teatrales de enfatizar, cortar o superponer ciertos momentos de la narrativa, procurando que todo se fusione armónicamente?

- La constante es absolutamente individual en cada propuesta. Incluso, no podría referir que esas decisiones sean una constante. Cada propuesta escénica responde a una manera particular de exponer el libro original. Hay materiales que permitirán más que otros en cuanto a opinarlos o mirarlos. En el caso de La piedra oscura, hay mucha intimidad en juego. Mucha piel en peligro.

- Al universalizar el texto de Conejero, volviéndolo coyuntural, incluso a cualquier espacio geográfico y cultural, ¿cuál es el desafío como director al proponer una semejanza estética a los actores y cómo se fue dando el trabajo dramatúrgico con ellos?

- El desafío fundamental es hacerla posible para los actores y el público. Un lenguaje que no aporte a eso cierra puertas de empatía y tal vez haya obras con las que puedas buscar eso si cumple con el objetivo de la propuesta. Esta obra de Alberto Conejero sería ingrata sin esa empatía. El trabajo dramatúrgico parte, en la mayoría de las obras a mi cargo, de la mirada y el aporte de los actores. Sin ese espacio de retorno, implicaría una imposición a la cual, por suerte, casi nunca apuesto. Ante todo, soy actor y considero que somos piezas en este oficio, con el deber y la responsabilidad de tener una mirada personal sobre el material. Sin ese compromiso, seríamos simples soldaditos cumpliendo órdenes y no creo en ese tipo de trabajo.

- ¿Qué opinión te merece el escenario político que se avecina en relación al desarrollo de los entes estatales que dictan disciplinas artísticas?

- No me muestra la más mínima posibilidad de una propuesta que apueste a jerarquizar ni el oficio escénico ni los espacios de formación artística. Ni siquiera creo que los consideran. No me sorprende y dejé de esperar que lo hagan. Desde esos espacios de resistencia nos acostumbramos a trabajar sin depender de falsas promesas y de generar las barricadas en las que creemos. No espero nada porque nos acostumbraron a eso. 

- Dentro de tu formación, ¿encontrás algún apego en particular hacia tu labor como bailarín, docente, actor o director y por qué, y en el caso de que todas te parezcan diferentes y aporten construcciones distintas, cómo proyectás la dinámica multidisciplinaria?

- (Risas) No lo llamaría apego, más bien necesidad de expresión, curiosidad y seducción por la escena justa, y aunque considero que la capacidad y posibilidad de hacer escena es un aspecto ineludible al ser humano, el trabajo artesanal de pensarla requiere de un instrumento disponible a esa labor.

- En relación con el docente creador y en permanente retroalimentación, ¿qué puntos son necesarios reforzar en los planteamientos pedagógicos de las escuelas de teatro, para que eso se vea reflejado en las temporadas y compañías alternativas?

- Considero que todos los colectivos de trabajadores de teatro en nuestro medio son alternativos. No encuentro un colectivo que sea oficial. Aclaro esto a modo de introducirme en tu pregunta. Es una necesidad urgente considerar al oficiante (actor/actriz) como un oficiante creador, no como un oficiante meramente representativo. Por suerte, hay algunos espacios de formación que están comulgando con esa necesidad y estoy orgulloso de formar parte del staff de esos espacios. Es imperioso preguntarse qué tipo de teatro busca el público que hoy está comenzando a plantearse consumir teatro. Porque el margen de esa respuesta tiende a ir cambiando cada vez mas pronto. Por tanto, es fundamental replantearse respuestas instaladas. El rigor va cambiando de panorama cada vez más pronto de lo que nos imaginamos.

Con varios proyectos para el año, Jorge potencia la creación como base de su trabajo, involucrándose con referentes que comulguen con una dinámica común: evidenciar el alto voltaje que confiere una expresión artística encauzada.

Las historias son distintas y siempre que se logre una reacción consciente sobre el escenario real de las confluencias sociales, ni el desfasaje institucional ni las reivindicaciones de otro tiempo podrán con el alto impacto que, de vez en cuando, nos acerca el teatro.

Todas las luces de la piedra…

El proceso personal del director, desde sus conversaciones con el autor del texto, el trabajo con los actores, el universo lorquiano y el equipo técnico tuvo muchos matices.

“Iniciamos con un trabajo de gabinete con el equipo que implicó pensarle al libro original de Conejero con la sensibilidad y la humanidad que requería. Una vez que coincidimos en definir esa sensibilidad sumamos a los compañeros de luces y asistentes, y aporte audiovisual y sonoro a responder al mismo código”, comenta Jorge.

“En ese aspecto recalco la importancia fundamental del aporte personal de los dos compañeros actores: Hernán Melgarejo y Manuel Alviso, encargados de encarnar a Rafael y Sebastián”, enfatiza.

“No podría concebir construir una sensibilidad que no partiese de ellos. Eso requiere bucear en los mecanismos para darle escena a ese requerimiento y eso es un trabajo colectivo”, reflexiona el artista.

carlos.canete@abc.com.py

Fotos: ABC Color/Diego Peralbo/Gentileza.

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