Juntos toda una vida

Andresa Sara Ferreira Martínez y Francisco Villalba Grance celebran 60 años de matrimonio. A lo largo de sus vidas se apoyaron, y superaron pruebas y conflictos; hoy siguen disfrutando de su amor, en compañía de sus hijos, nietos y bisnietos.

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Esta historia de amor unió a dos jóvenes de puntos distantes del país. Andresa nació en Gral. Artigas (Itapúa), el 30 de noviembre de 1937. Hija de don Manuel Ferreira y doña Ascensión Martínez, es la mayor de 10 hermanos y se dedicó a la docencia. Francisco es oriundo de Gral. Caballero (Paraguarí), nació el 2 de abril de 1934 y es el segundo de cuatro hermanos. Sus padres fueron Félix Villalba y Mónica del Carmen Grance. Cuando joven, Francisco trabajó como telegrafista del Ferrocarril Central del Paraguay.

Sus caminos se cruzaron en 1954... Específicamente, el 4 de octubre, en el último día de las fiestas patronales de la ciudad de Gral. Artigas, en homenaje a la Virgen del Rosario. En la época era costumbre que la municipalidad ofreciera, el último lunes, un “cóctel danzante” como broche de oro de los festejos y era el programa esperado por la juventud. Francisco andaba de visita en esa ciudad y, en ese entonces, se ganaba la vida trabajando en San Salvador (Guairá). Andresa tenía 17 años, y Francisco, 20. La relación iniciada en aquella tarde del lunes siguió su curso. “Él, lejos por razones de trabajo, enviaba con los trenes revistas, cartas, mensajes, telegramas”, recuerda doña Andresa.

Y continúa su relato: “Comenzaron las visitas a la casa; yo vivía con mis tíos, quienes no tenían hijos y yo era como la hija adoptiva, porque mis padres vivían en el campo. Las visitas eran muy controladas; debíamos sentarnos alejados uno de otro, en presencia de mis tíos. Fue creciendo la relación hasta que, luego de tres años, se concretó la boda, el 15 de febrero de 1957; yo, con 19 años, y él, con 22”.

Al final de ese año, ya se convirtieron en padres. A la primogénita la llamaron Norma Esperanza. Al año siguiente nació Carlos Alberto; en 1964, Félix Manuel, y en 1969, Marta Evelia. Estos hijos les dieron 11 nietos y cinco bisnietos.

Las seis décadas de matrimonio tuvieron años fáciles y no tanto. Con sus tropiezos y dificultades, supieron sortear las adversidades con el apoyo, contención y ayuda de sus familias de origen: Villalba Grance y Ferreira Martínez.

“En la vida es así: soplan las borrascas y, luego, aparece el arcoíris. Tampoco están ausentes las discordias de pareja, pero son vencidas gracias al amor, respeto y tolerancia. Si una de las partes se muestra dominada por los nervios, la otra debe llamarse a silencio. Y, posteriormente, tratar el tema, pero en un ambiente de calma, luego de haber pasado la borrasca”, afirma don Francisco.

Con el tiempo, tras cumplir tantos años juntos y con los hijos levantando vuelo con sus propias alas, sienten el síndrome del nido vacío, pero no se dejan avasallar; entienden que es la ley de la vida. “Ellos son como los corderitos: crecen, se alejan de sus progenitores, pero regresan junto con mamá y papá en busca de mimos, momentos agradables, y se alejan de nuevo. Los hijos saben que papá y mamá son como punto de referencia. Acuden para verlos, saludarles, dar un poco de mimo con palabras amables y se alejan luego a sus respectivos hogares”, añade sonriendo.

Sus hijos sienten orgullo de tanta muestra de amor y perseverancia. “Nos legan el ejemplo de sobrellevar las diferencias con tolerancia, respeto, comunicación y amor hacia uno mismo”, dice Marta, y hace mención a una frase bíblica muy escuchada en la casa: “Jesús dice: ‘Ama al prójimo como te amas a ti’, y el prójimo es ‘el más próximo a ti’. Tener presente a Dios en la familia, confiar que un ser superior desea el bien para todos, y cada integrante de la familia busca paz, armonía y amor en su hogar”.

No podíamos dejar de pedirles algunos consejos. Orgullosos de su matrimonio, coinciden en que el amor y hogar se construyen momento a momento. Alimentados con sonrisa, comprensión, alegría, paciencia, perdón y comunicación, para reencausar el sendero. “Cada día es un aprendizaje nuevo. Tomar conciencia de que esos matices diarios cooperan en la construcción. Cada día es único e irrepetible, porque todo es dinámico y nada estático”, concluyen.

Aunque para muchos resulte difícil mantener una relación por tantos años, esta pareja es uno de los mejores ejemplos de que, con respeto, amor y comprensión, sí se puede.

ndure@abc.com.py

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