LA CANASTA MECÁNICA

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INJUSTICIA Y PROTESTA.- Algo se rompe en la armonía del universo cuando, indiferentes, permitimos que se cometa una injusticia. Si no sentimos que nuestros derechos son vulnerados por la decisión de un tribunal que condena a la cárcel a campesinos indefensos y no protestamos, ni gritamos ni bramamos ante la arbitrariedad e injusticia, de alguna manera, somos cómplices de quienes, desde un tribunal, ejecutan un crimen contra el derecho, y no cumplen con integridad y ética los deberes que sus investiduras les exigen.

Causa una tremenda impotencia la injusticia ejercida desde el poder de los más fuertes en contra de gente indefensa, debilitada física y sicológicamente.

Desde la inquietud e impotencia ciudadanas, con los ánimos cargados de rabia, nos convertimos por obligación en simples observadores de la decadencia moral de quienes administran la justicia y dan un fallo desde una postura soberbia, sin advertir que están fabricando motivos para que aumente la violencia y la contraviolencia.

Quienes amamos a nuestro país vemos con horror cómo el orgullo desmedido de quienes manejan la fuerza del poder aceleran la descomposición de valores constitucionales.

Por eso, es esencial la protesta contra la injusticia ejercida por los poderosos contra los débiles. Protesta contra las restricciones a la libertad de expresión y la desinformación que con cálculo cínico esgrime pruebas testificales que están viciadas de parcialidad. Un policía no va a testificar en contra de quienes integran el cuerpo al que pertenece. Protesta contra la aceptación sumisa, sin investigación, de la masacre que dio la muerte a 11 infortunados campesinos. Es que se trata, en definitiva, de la preservación de grandes intereses económicos y de poder.

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Existe un silencioso rechazo ciudadano al fallo del tribunal contra los campesinos de Curuguaty. Hay un sentimiento colectivo de desánimo porque la roca que con tanto esfuerzo llevamos cuesta arriba, ahora, una vez más, vuelve a rodar hacia abajo, hasta el pie de la montaña.

Recordemos a las sufragistas norteamericanas que diariamente se concentraban frente a la Casa Blanca, a partir de enero de 1917, exigiendo el derecho al sufragio. Decían: “Nosotras, las mujeres de los Estados Unidos, afirmamos que los Estados Unidos no es una democracia, porque a las 20 millones de mujeres que vivimos aquí se nos niega el derecho al voto”. Más de 200 activistas fueron detenidas. Esta protesta pública les dio visibilidad nacional e internacional y el presidente Wilson, quien se oponía al sufragio femenino, se vio obligado a cambiar de postura. El Congreso aprobó la 19.a enmienda a la Constitución, que prohibía la discriminación de voto por razón de sexo.

Volveremos a subir la roca, aunque intuyamos que rodará cuesta abajo una vez más. No tenemos opción. La protesta ha de seguir, porque es el instrumento ciudadano que nos permite manifestarnos dentro de lo humanamente posible.

carlafabri@abc.com.py