Hoy son adolescentes, estudiantes, artistas y gente creativa quienes más emplean este lenguaje todavía alternativo, que también tiene detractores en diversos grupos. Todes, ningunes, nosotres, etc., se irán integrando al lenguaje cotidiano, porque la lengua es viva, se va transformando y la realidad no se puede ignorar.
Cualquier cambio estructural conlleva esfuerzo para lograr su aceptación y uso. Es comprensible que ante las propuestas de cambios surjan voces reticentes. Santiago Kovadloff, filósofo, poeta, ensayista, traductor y miembro de la Real Academia Española, se refiere a “un síntoma de demanda que excede a la lengua”. La demanda es de igualdad, de paridad, por parte de quienes se sienten invisibles en el lenguaje.
El mismo Kovadloff dice que es lógica la apelación, porque, durante años, muchos de los ámbitos profesionales o relacionados con la vida pública eran casi exclusivamente del género masculino. La realidad actual es diferente: generaciones de mujeres profesionales integran las esferas y actividades profesionales, por lo tanto, es razonable que se las mencione, que se las haga visibles y ocupen su espacio en el idioma.
Se entiende que la gente mayor se oponga a esta nueva forma de hablar la realidad. Las mentes conservadoras se escandalizan porque incomoda y exige esfuerzo al cerebro, que debe interpretar el mundo de una manera distinta.
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Allá por 1994, yo escribí en El Color del Cristal –mi columna de entonces– que se venían cambios necesarios en el lenguaje, porque ya en ese tiempo se empezaba a cuestionar el machismo idiomático. Para conformar a quienes argumentaban la necesidad de la economía en el lenguaje, yo sugería en tono humorístico, quizás, el recurso de la e en vez de la o del masculino dominante: niñes, maestres, peluqueres, médiques, etc. El despotismo ilustrado pegó el grito al cielo y se opuso con rigidez a discutir sobre los privilegios del lenguaje, porque se veía venir la subversión a las normas impuestas y el desacato a las élites.
El poder, el conocimiento y el privilegio son los que se debaten a través del lenguaje inclusivo, más allá de decir los niños y las niñas, todos y todas, nosotros y nosotras. Hoy, eso que en 1994 parecía una extravagancia es una realidad ineludible. No es cierto que el masculino nos haya incluido a las mujeres. La Declaración Universal de los Derechos del Hombre excluía a las mujeres, que no tenían voto. Cuando fueron incluidas, se cambió el título por Declaración de los Derechos Humanos, y esto se consiguió gracias a Eleanor Roosevelt. Así como la tecnología invadió el español sin pedir permiso, la RAE se irá actualizando en esto del lenguaje inclusivo. Imagino el guarará que habrá significado cambiar aquel lenguaje del 1400 que decía: “Moca tan fermosa non vi en la frontera, como una vaquera de la Finojosa”. En la actualidad contamos con nuevas palabras aceptadas por la RAE que son como flores: sororidad, por ejemplo, y nuevas palabras aceptadas, como escrache, que puede usarse como flor de piedra.
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