LA CANASTA MECÁNICA

¿HAY DEMOCRACIA EN LA FAMILIA?.- Cuando se dice que la familia tiene que empezar a practicar la democracia en casa, no se sugiere para nada la adopción de una conducta permisiva. Se plantea que la familia asuma un papel formador y reproductor de hábitos democráticos que genere ciudadanía responsable, crítica y participativa. Las casas, los hogares, las familias empezaron a poblarse de seres con derechos. Es lento aunque incontenible el avance y la aceptación de los derechos de las mujeres, las niñas, los niños, gente mayor y personas con capacidades diferentes, quienes han ido adquiriendo carta de ciudadanía familiar.

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Todavía cuesta negociar con el adulto patriarcal, que siente amenazados sus valores morales establecidos, su espacio y autoridad. Los miedos son tan fuertes como la resistencia al cambio.

La aprobación de la llegada de la democracia en la familia requerirá la combinación del cariño y la comprensión, la libertad individual y la solidaridad grupal, para cambiar el modelo autoritario. La intención es conseguir una forma de convivencia de respeto mutuo entre padre, madre, hijos e hijas, para formar infantes, adolescentes y jóvenes de criterio, capaces de tomar decisiones correctas en todos los órdenes de la vida.

Padres y madres tienen ahora más información y mucho más interés de hacer mejor las cosas. Aunque no lo parezca, hoy, el papá y la mamá se involucran más en la educación de sus criaturas. Lamentablemente, no existe un manual para ser buen padre, ni taller para ser madre ejemplar ni curso para ser hijo o hija modelo de conducta.

Se considera la existencia de tres clases de familias: , democráticas, autoritarias y permisivas.

Si bien son las cabezas del hogar quienes establecen las normas y el orden, más allá de cómo esté nucleada la familia, se considera democrática a aquella que promueve relaciones basadas en la confianza, la tolerancia, la equidad. Existe una distribución de tareas y roles, el reconocimiento y la participación de todos los integrantes, se comparten las labores cotidianas y se dialoga en un clima afectuoso en el que existen las manifestaciones de cariño, apoyo y comprensión.

Una familia democrática crea momentos y encuentros para compartir experiencias y conversar sobre temas de riesgo. ¿Cómo vamos a cambiar los modelos de poder injusto si no empezamos a practicar el cambio en la familia? ¿Cómo vamos a ejercer nuestras libertades individuales si no nos ejercitamos en la casa? ¿Cuántas familias examinan ideas, vengan de donde vengan, para ver de qué manera pueden favorecer a quienes la integran y, también, a la sociedad en la que vivimos?

Qué mejor sitio que el hogar para visibilizar la equidad de géneros y los roles que se construyen con base en eso, reconociendo, a la vez, la participación y autonomía de cada miembro de la familia. Por ejemplo, por qué las tareas domésticas se delegan solo a las mujeres. Por qué se corrige a gritos o con agresiones físicas. Por qué una criatura le grita al papá o a la mamá. Por qué hay hijos que no aceptan la norma de una hora de llegada a la casa. Es preciso encontrar formas alternativas al uso de la imposición y la violencia por parte del poder, tradicional en nuestra cultura. Lo que se aprende en una casa en la que se practica el amor y el respeto es un capital de vida invaluable.

Por carlafabri@abc.com.py

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