Por otra parte, en lucha frontal, el progresismo buscó desarticular aquello que consideraba la tiranía de la religión. Pero no pudo evitar que en su reemplazo se instalara la tiranía del mercado de consumo.
Sin religión, nos apartamos de Dios, de esa dimensión de la existencia que trasciende lo material. Ese lugar de lo trascendental, de lo divino, fue ocupado por el dios dólar que hoy rige nuestro día a día. La estampita de la primera comunión fue reemplazada por el billete de cien dólares con San Benjamín Franklin en el anverso.
Entonces, el alma de los seres humanos ya no es aplastada por Dios, porque es aplastada por el salario que no alcanza y la necesidad de comprar objetos que no necesita. El mercado invade nuestro caracú con su publicidad destinada a convencernos de que, para ser felices, necesitamos zapatos deportivos de tal marca, bicicleta de alta gama, moto, coche nuevo, gaseosa, ropa de moda, anteojos de sol, maquillaje, peluquería, spa, etc. Para tener todo eso nos endeudamos y como no podemos pagar la deuda, nuestro nombre aparece en Informconf, que vendría a ser como el latae sententiae, la lista de gente excomulgada antiguamente. En caso de que se recurra al dinero que nos presta algún alma bondadosa, si después no se puede devolver, no respondemos llamados ni mensajes y la amistad se pierde por culpa del dinero.
Lo más decepcionante sucede cuando nos damos cuenta de que el dios dólar no llega a satisfacer nuestras necesidades, y que así como las más terribles guerras fueron por motivos religiosos, hoy, las guerras más sangrientas, las peleas familiares y entre amistades, casi siempre están motivadas por el dinero que nunca es suficiente. Porque el dinero no alcanza. Que lo diga el clan ZI, que en medio del más impresionante enriquecimiento no logra cubrir sus indecorosos actos.
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No podemos dejar de mencionar a la gente conservadora que considera que la esencia de los seres humanos está ligada a los valores colectivos, entre ellos, en muchos casos en destaque, los valores religiosos. Son quienes defienden las libertades solo cuando coinciden con sus principios religiosos y también rinden adoración al dios dinero. El énfasis en los valores familiares y colectivos permite al conservadurismo construir sociedades fuertes, casi siempre a expensas de quienes no comparten sus ideas y particular orientación religiosa. La tiranía de la presión social nunca está lejos de la sonrisa conservadora, que hace retroceder horrorizada a la gente progresista, ante el amor que afirman profesar los conservadores por los hijos de Dios. Lo terrible es que si usted no es un hijo o hija de su Dios preferido, pueden aguardarle experiencias muy desagradables.
Por carlafabri@abc.com.py