Por qué la necesidad de compartir momentos, imágenes, opiniones y detalles de nuestra existencia con tanta gente conocida desconocida. La mayoría de estos vínculos no trascienden a la realidad. El hecho es extraño, porque lo que hace atractiva la vida en las redes son las relaciones, no el medio. A raíz de esto aparece una nueva angustia por saber qué está pasando allá. Los americanos llaman a esta sensación: FOMO (Fear off Missing Out), el miedo a perderse algo, que vendría a ser una necesidad compulsiva de estar conectado.
Según estudios, la mayoría no somos precisamente adictos a internet, sino a la información. Consideremos que internet es una fuente de conocimiento y, también, un albañal para difundir cualquier cosa. Abunda la noticia basura, que se reenvía sin confirmar su veracidad. En estos días, el tema de Venezuela nos invade a tal punto que, si no me equivoco, ya me llegaron aviones americanos bombardeando mi propio WhatsApp.
Gente entendida aconseja hacer cada tanto una inteligente dieta digital. Unos días fuera de la red puede ofrecernos la agradable experiencia de que contamos con más tiempo.
Por semana usamos algo así como 15 h revisando correos. Trabajamos con un promedio de ocho ventanas abiertas al mismo tiempo. Según datos de GlobalWebIndex, cada usuario registra 1,72 h/día en las redes sociales. Otra consultora informa que la mayoría de la gente está en la red alrededor de 5 h.
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Muchos padres y madres expresan preocupación por el consumo excesivo de las nuevas tecnologías por parte de sus hijos e hijas, tanto por menores de 10 años como por adolescentes que ya muestran señales de adicción. Llegan a la casa y apenas saludan. Luego, se encierran a chatear con sus pares o quedan colgados por horas en los videojuegos. Son tan numerosos los casos que el manual de diagnóstico mental empleado mundialmente por psicólogos y psiquiatras decidió catalogar al “Trastorno por adicción a internet o a los videojuegos”. Se produce una obsesión por conectarse a la red o a los videojuegos. Al estar desconectados se ven irritables, con cambios de humor, desgano, distraídos y el único tema constante son los videojuegos. A veces muestran agresividad y tristeza, y evitan a sus amistades hasta el punto de perderlas. Por otra parte, y para tranquilidad, también conviene decir que se considera adictos a los juegos solo al 3% de quienes los consumen. Para no demonizar las cosas, cabe tener en cuenta que “la diferencia entre un gran entusiasmo saludable y una adicción es que el entusiasmo saludable aporta algo a la vida, en vez de restarle”.
Estamos ante el desafío de congeniar el mundo virtual con el real. Para conseguir un equilibrio, habrá que crear una nueva alquimia, una nueva consciencia en la que lo digital ocupará cada vez más tiempo, ya que su uso será cada vez más esencial. Apuntemos a encontrar un balance entre el tiempo que se invierte online y el que se dedica offline. Tomar decisiones siempre será un reto.
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