LA CANASTA MECÁNICA

PIROPO: ACOSO VERBAL ENCUBIERTO .- De la palabra que halaga a la que molesta hay una delgada línea que separa. La discusión sobre piropo y acoso callejero se puso candente en nuestros días. La controversia generó posturas enfrentadas y discusiones semánticas acerca de lo que es o no un piropo, si es o no es acoso callejero y si existe un posible piropo aceptable. Surgieron voces femeninas en defensa del piropo, señores que expresaron su afiliación inapelable al requiebro y mujeres que señalaron su disgusto y rechazo a este palabrerío callejero.

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Sucede que aquel cumplido, que en otros tiempos un caballero le dedicaba a una dama, hoy, en la mayoría de los casos, se ha convertido en una sarta de palabras soeces, de mal gusto, de vulgaridades desagradables. Dada esta circunstancia, el piropo callejero podría ser considerado un acto de agresión a las mujeres, además de situarlas en una posición de sometimiento. Se trata de un comentario no solicitado sobre la apariencia o el cuerpo de alguien, en su mayoría enunciado por varones hacia mujeres. El piropo callejero es una forma de avance sexual machista, de tipo verbal no solicitado, es una opinión que usualmente se refiere a la anatomía femenina.

Como el piropo también se utiliza en lugares de trabajo y estudio, por jefes, compañeros y colegas, lo negativo del piropo no se limita a ejercerlo en la vía pública, sino que se lo practica sin consultarle a la mujer, sin su consentimiento, sea donde fuere, y contiene componentes cosificantes y sexualizantes. Es un abordaje sexual, es abuso de confianza, es reducir a la mujer a un objeto dispuesto al gusto y voluntad masculino. Es machismo exhibicionista.

Ciertos autores ubican los orígenes del piropo en las cortes reales de Europa en los siglos XII y XIII, cuando los cortesanos recurrían a expresiones creativas para demostrar en forma “cortés” la visión positiva que tenían de la damisela a la cual querían conquistar.

En sus investigaciones, Werner Beinhauer, encuentra evidencias de que a mediados del siglo XVI, los piropos ya no eran bien recibidos y resultaban inoportunos. Menciona la Comedia erudita de Sepúlveda, en la que un personaje femenino se queja de no poder salir a la calle sin escuchar “pesadas liviandades, palabras torpes y señas deshonestas”.

Por lo visto que el piropo ya incomodaba a congéneres de siglos anteriores. Además, el acoso verbal no es solo de palabras, suele ir acompañado de miradas libidinosas, silbidos, gruñidos ofensivos, susurros y hasta toqueteos en algunos casos. Este acoso callejero, camuflado tras un supuesto halago, coloca a las mujeres bajo la dominación masculina, como objetos de sus deseos sexuales. El guardia del vecino piropea a la señora que sale a caminar por el barrio; eso es falta de respeto, la está ninguneando y para ello se coloca en posición de hombre, ejerce su poder masculino. La señora puede expresarle su molestia al guardia e incluso quejarse a la familia que lo contrató. Pero ¿por qué una mujer tiene que pasar por esa mala experiencia, por un mal rato que le genera un conflicto improcedente que se podría evitar?

Un hecho digno de mencionar es la existencia de muchos hombres que, con empatía, comprenden la incomodidad de las mujeres que rechazan el acoso oculto tras el piropo. Dialogar sobre el tema creará consciencia en quienes toman a la ligera esta innecesaria práctica que sería útil erradicar para beneficio de la salud mental femenina.

carlafabri@abc.com.py

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