Mujeres con historia propia

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Durante siglos, en una sociedad dominada por la superioridad masculina, se consideraba que las mujeres “no tenían historia” o no habían hecho –a lo largo de los siglos– suficientes méritos para ser incluidas en el acervo histórico de las naciones. Pero no. Las mujeres también tienen e hicieron historia desde la noche de los tiempos…

Desde la noche de los tiempos, el hombre fue cazador. Si la caza era propicia, él y su familia comían. Si durante varios días no lograba cazar, pasaban hambre. Así descubrió –por medio del fuego– que, asando la carne, podía comer en los días que no había cazado nada. Esto llevó –para tener comida siempre– a que se convirtiera en pastor… Con el trascurso del tiempo, como la mujer se quedaba en la cueva o choza, se volvió recolectora de hierbas, frutos y semillas. Fina observadora, descubrió que las semillas esparcidas por el viento o que caían en el piso brotaban y se convertían en plantas que daban frutos y semillas. Esta se tornó más poderosa que el hombre, pues descubrió las virtudes de las diversas hierbas… ¡Descubrió la agricultura! Si eso no es hacer historia, ¿qué es? Miles de años de negación, invisibilidad, ignorancia, desvaloración llevaron a las mujeres a ser consideradas una casta distinta; en muchas ocasiones, inferior al género masculino. Si se les daba algún lugar en la historia, no se les daba por ser mujeres, sino como mujeres de los hombres: las hijas de Príamo, la mujer de Lot, la madre de los macabeos, la mujer del César… Inclusive, las que optaban por la vida religiosa eran conocidas como las “esposas de Cristo”. Por otra parte, de antiguo, se ha considerado que el papel exclusivo y excluyente de las mujeres era la crianza de los hijos y el cuidado de la casa. Eran sus obligaciones primarias. Nunca se tuvo en cuenta que estas no solo realizaban esas tareas, sino también cultivaban los campos, arrancaban malezas, sembraban, cosechaban, tejían, limpiaban hogares ajenos, criaban hijos ajenos y más tarde, ya en nuestros días, trabajaban en fábricas u oficinas, llevando la doble carga de cuidar a su familia, atender su hogar y llevar parte del sustento diario de la familia. Pero el trabajo remunerado y las condiciones laborales siempre –y hasta la actualidad– fueron depreciados en casi todas las sociedades. Si una mujer gana igual o más que el hombre de la casa, aún sigue siendo excepción. Desde siempre, esta fue considerada imperfecta por naturaleza, menos valiosa y, por lo tanto, inferior al hombre, por lo que era “bien visto” ser tratada como inferior a aquel. Cuando una mujer, por alguna circunstancia, ejercía una función dominante –mediante un trono o como jefa de hogar– era considerada “masculinizada” y un peligro para “la jerarquía natural del universo”. Estas perspectivas culturales están expresadas en los más antiguos documentos de todas las civilizaciones. La Biblia es uno de esos textos en los que se discrimina clara y naturalmente a la mujer. Hay, inclusive, un texto griego que dice que “la mejor mujer es la muda” u otros textos como que “una gallina no es un pájaro ni una mujer una persona” es un lugar común en la literatura de todas las épocas. Estas tradiciones culturales negativas fueron las más poderosas resistencias a todo posible cambio. Aun así, aunque la historia no las registrara, siempre la mujer buscó su lugar en el mundo. Muchas veces, por medio de creaciones anónimas y efímeras, como las cestas para recolectar frutos, los tejidos que vestían hombres y mujeres, los juguetes para sus hijos… Pero, como ellas mismas, estos productos no trascendieron sus vidas, fueron olvidados y no colaboraban en la construcción de una historia de las mujeres. No fue sino hasta el siglo XVIII, con la Revolución industrial, que la mujer fue tomando protagonismo como trabajadora de las fábricas –con salarios inferiores y horarios esclavizantes–. En este ámbito, su presencia eclosionó con violencia. Ha habido excepciones; excepciones excepcionales. Pero la generalidad era el caso de la mujer relegada a planos inferiores. Ha habido mujeres que aprendieron a leer y escribir, incursionaron en el mundo científico y la docencia. Ser obediente, resignada, poner a los demás primero y ceder eran los preceptos que se inculcaban a las mujeres, pero fueron surgiendo pioneras que buscaban la instrucción y capacitación para conseguir un mejor trabajo. La industrialización urgía que supieran leer, escribir y realizar operaciones aritméticas básicas. Así, de a poco, pero tenazmente, las mujeres fueron conquistando sus derechos de ir a la escuela, hacerse educacionistas y, algunas avanzadas u osadas, a hacerse universitarias, pese a la resistencia de una sociedad masculina y reaccionaria. Las trabajadoras tenían una larga tradición de protestas violentas en el campo y las ciudades, especialmente cuando el sustento diario se ponía difícil. Protestaban, en ocasiones, por la introducción de maquinarias en el proceso industrial –lo que significaba sacrificar mano de obra en busca de una mayor rentabilidad–. Otro capítulo importante en la lucha de las mujeres fue la conquista de los derechos civiles; una antigua lucha, de siglos. Así también, lograr mejorías en las condiciones de trabajo. En ese sentido, una fecha es señera en esa lucha de la mujer por sus derechos de igualdad con el hombre. El 8 de marzo de 1857, un grupo de obreras textiles salió a las calles neoyorquinas a protestar por las degradantes condiciones laborales. Otra importante protesta tuvo lugar 51 años después, cuando otro grupo se declaró en huelga para reclamar igualdad salarial, disminución de la jornada laboral, entre otras cosas. Durante esa huelga murieron quemadas más de 100 obreras de una fábrica textil, en un incendio presuntamente ocasionado por la patronal y que se tomó como fecha para conmemorar internacionalmente la lucha femenina por sus derechos; fecha adoptada durante la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Trabajadoras, realizada en Dinamarca, en 1910. La historia sigue y seguirá siempre.

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Fotos surucua.