“Nos elegiríamos otra vez”

Hace 13 años, Samantha Gavilán (32) y Daniel Barrientos (39), hijos del amor a través de internet, llenos de felicidad, se casaban en el Paraguay. Mucha agua corrió bajo el puente de esta historia sentimental y no todo fue color de rosa. Tras vencer un desafío de salud, la pareja logró renacer –dicen– más fuerte y comprometida.

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“Somos almas gemelas; creemos en el destino”, decían Daniel y Samantha hace más de una década. Charlamos con ellos aprovechando sus vacaciones en Asunción. ¿Cómo los ha tratado el amor del siglo XXI? “Para mí, el tiempo pasó muy despacio. Vivimos momentos de felicidad, pero también épocas complicadas”, apunta Samantha. Recordemos que se conocieron por internet en tiempos del llano y básico Messenger. Ella hacía duelo por su mamá; él, argentino, de mamá paraguaya. “Me sentía triste y entré a chatear; así contactamos por primera vez”, recuerda la exnovia cibernética. Ocho meses de amistad hasta que se conocieron personalmente y el amor afloró. Después de un año y medio de noviazgo (entre idas y venidas), se casaron en Asunción, en enero del 2004. Los planes eran quedarse a vivir en el Paraguay, pero el destino y la falta de trabajo marcaron otro rumbo.

Vivir en Baires

“Siempre quise irme a vivir a otra ciudad, pero de mayor quiero volver al Paraguay; no me gustaría morir en otro lado”, dice Samantha, y Daniel comenta que se adaptaría sin problemas.

-¿Cómo empezó aquella nueva vida?

S: Daniel trabaja hasta hoy en el mismo banco que cuando nos conocimos. Para mí, no fue fácil. Al principio, me decía que estar en Buenos Aires era temporal y aproveché para seguir estudiando. Venía seguido para calmar la nostalgia. Me tomó tres o cuatro años entender que íbamos a quedarnos allá. Después, llegó el primer trabajo en una droguería, que lo conseguí por el diario. La dueña, quien era paraguaya, me decía: “Me hacés acordar a mí cuando recién llegué a esta ciudad”.

-Empezaste bien, con trabajo.

S: Sí, estuve casi un año y medio; salí porque quería ejercer mi profesión (analista de sistemas). De nuevo por el diario, conseguí en un banco. Arranqué de abajo y fui ascendiendo; cuando llegué al tope, renuncié. Lo hice porque no era feliz ahí.

-¿No eras feliz habiendo hecho carrera?

S: Fueron años en los que aprendí un montón, pero el grupo no me gustaba. Además, estaba pasando por una crisis personal. Todo eso influyó en mi matrimonio y nos empezamos a distanciar. Ambos estábamos afectados y estresados por el ritmo de vida. Nuestro pulmón como pareja fue viajar; hicimos parte de Europa, Cuba y Argentina. En el 2015 también renuncié a otro trabajo, a pesar de que me ofrecía el crecimiento que estaba buscando. De afuera era muy lindo, pero entré y me comió. Ahí me di cuenta de que yo no estaba bien.

D: Entrábamos, sin saberlo, en una nebulosa.

-Y ya se habían comprado una linda casa.

D: La compramos en el 2012; todavía la estamos pagando.

S: Antes vivíamos en un departamento céntrico. La casa nos encantó desde que la vimos; tiene bar y patiecitos internos. Nos jugó a favor, pero también en contra, porque pasábamos mucho tiempo de cada uno haciendo cosas para mantenerla.

D: También nos afectó la distancia; se tarda una hora para llegar desde el centro. Ya no pasábamos tanto tiempo juntos ni salíamos tanto.

-¿Se consideran dependientes uno del otro?

D: Tan dependientes como independientes; respetamos nuestros espacios.

-La tecnología avanzó en calidad y velocidad. ¿Qué piensan de aquella que los unió?

S: Tuvo lo necesario. A mí me encantó que fuera así; lo que faltó lo completaron las cartas de amor que Dani me enviaba por correo tradicional.

D: Creo que más allá de toda la tecnología, tiene que haber un punto en común. Lo virtual está bueno, pero no hay que dejar de lado el contacto físico.

-¿Qué opinan de exponer la felicidad de pareja en las redes?

D: Todo eso puede ser muy fugaz; la clave está en persistir. Al principio, me inhibía poner cosas con ella, pero después pensé que no miento; ese también soy yo. Está bien que sepan que es mi mujer y hacemos cosas que nos hacen bien.

S: Él es de postear más. Yo comparto lo lindo que me pasa para que lo vea mi familia.

-¿Qué aprendieron uno del otro?

S: A ser más desestructurada, espontánea y reír más. La verdad es que no me veo con otro hombre ni con otro padre para mis hijos –que todavía no llegan–.

D: Yo, aunque soy mayor, crecí con ella; crecimos juntos. Aprendí de su fortaleza, su capacidad de tocar fondo y renacer en versión mejorada. No es de las personas que se victimizan. Tampoco me veo con otra mujer. Mientras esperamos que lleguen los hijos y, por supuesto, salvando todas las diferencias que hay entre una mascota y un bebé, ahora compartimos nuestra casa con nuestra perra Clarita; ella también nos enseña sobre la responsabilidad que se necesita a la hora de comprometerse y cumplir con el amor y el afecto.

Recuperar la fe

Casada muy joven, Samantha tuvo que sobrevivir en una ciudad diferente y voraz, sobrellevando, a veces, las discriminaciones por su nacionalidad. Un cóctel de estrés laboral, el enorme esfuerzo por adaptarse y, quizá, las heridas antiguas que no sanaron desarrollaron en ella una hipersensibilidad. En el 2015, exhausta y confundida, regresó sola al Paraguay. “Estuve muy mal, con síntomas raros, hasta que una amiga me llevó a un siquiatra. Me diagnosticaron síndrome bipolar, algo que jamás había escuchado”. Con tratamiento puntual e información, Samantha fue superando otra prueba que la vida le ponía.

-Diste con la nube oscura.

-Fue un alivio saber a qué se debían mis cambiantes estados de ánimo. Con el tratamiento que recibí, a los dos meses me recuperé. También volví a la religión, de la cual me había alejado; hice oraciones a san Pío para que sacara todo lo feo que había en mí.

-Volviste a confiar.

-Sí. Mi esposo vino a buscarme. En la casa de mis abuelos, un hermano capuchino nos bendijo; lo hizo juntando nuestras manos y las de mis abuelos, quienes llevan 50 años de casados. Fue muy íntimo e importante para nosotros, porque fue como casarnos de nuevo.

Si el tiempo retrocediera y supieran qué les espera, ¿se volverían a elegir? Los dos responden que sí. El distanciamiento los hizo entender cuánto se necesitaban. “Al final, todo lo horrendo acabó convirtiéndose en algo hermoso. Todo fue una bendición”, sellan con una mirada de amor.

lperalta@abc.com.py

Fotos ABC Color/David Quiroga/Gentileza.

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