Un devoto del arte musical

Heredero de una dinastía de músicos, Alfred Kamprad a los seis años ya ejecutabadifíciles partituras con su instrumento preferido. Luego de conocer los horrores de la guerra, y con una carrera envidiable, vino al Paraguay donde desarrolló gran parte de su carrera artística y murió un 13 de marzo de 1961, hace 45 años.

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El 2 de agosto de 1893, nacía en Sajonia, Alemania, el violinista Alfred Kamprad, quien llegó al Paraguay en 1923 y, al frente de un célebre trío de músicos, fue el primer ejecutante de la guarania, el género musical creado por otro genio, José Asunción Flores.

Miembro de una familia de músicos, desde muy tierna edad el violín era como una prolongación de su propio ser. Sus primeras lecciones las había aprendido de su propio padre, posteriormente, aún en su adolescencia, se trasladó a Berlín a perfeccionar sus conocimientos musicales, teniendo como maestros a célebres músicos como Hans Sitt y N. Voyen.

La calidad interpretativa del joven Alfred le valió el privilegio de ser elegido para pertenecer a la orquesta sinfónica Blüthner, donde tuvo como directores a artistas de la talla de Richad Strauss, Sigmund von Haussger, Siegfried Wagner y Max Roger y, durante siete años, actuó en los conciertos anuales de Weingarther y realizó extensas giras por Suiza, Francia e Italia.

Un violinista en el frente de guerra

Tenía 21 años cuando negros nubarrones cubrieron el hasta entonces radiante firmamento mundial. La Primera Guerra Mundial lo devoró en su tempestad, arrastrándolo a ser protagonista, como muchos jóvenes de su generación, de los horrores de una conflagración mundial. Pero los desastres de la guerra no le amilanan y, cada tanto, entre batalla y batalla, Alfred Kamprad, ya solo, ya acompañado de otros soldados músicos, daba conciertos ante las tropas.

En esos trajines, incluso llegó a estrenar melodías compuestas por él, cuando su regimiento estuvo estacionado por algún tiempo en Macedonia, Bulgaria. Luego de un lustro de horror, sangre, desolación y muerte, el joven músico emergió de las oscuridades del espanto, templado en la horrible prueba, pero más humanizado que nunca.

Con la música a otra parte

Concluyó la guerra y con él murió el soldado Kamprad para resurgir de nuevo el músico Kamprad. Retomó con nuevos bríos su pasión por el arte, entregándose al estudio y a la ejecución de su querido instrumento, el violín. Entusiasta cultor de la música de cámara, fundó su propio conjunto orquestal y realizó numerosos conciertos en Berlín, donde se radicó.

Su arte le hizo recorrer varios países y así, recaló en Buenos Aires y, poco después, en momentos que nuestro país estaba restañando sus heridas sufridas en una de las tantas rencillas políticas intestinas, los pies del joven músico hollaron las playas asunceñas en 1923.

¿Que le trajo al paraguay?

Estando en la Argentina, dio conciertos en varias ciudades, entre ellas Rosario, en la provincia de Santa Fe. En el teatro de esa ciudad, tocó una melodía que había estrenado en pleno fragor de la guerra, en Macedonia. El azar quiso que estuviera presente entre el público una persona que también había estado en el frente trabajando de enfermera, Hilda Hingenohl, una dama de ascendencia alemana, nacida en París en 1874. Apasionada por los deportes y la música, al estallar la guerra mundial, trabajó como enfermera en la Beethoven-halle en Bonn, luego en Lille, Francia. Posteriormente fue trasladada a Hungría y de allí a Macedonia, en Bulgaria, lo que le permitió conocer a Alfred Kamprad y asistir al concierto en el cual estrenó una hermosa melodía.

Después de la guerra, invitada por una amiga, hija de un diplomático, vino a América y algún tiempo después, se encontraba dirigiendo el Hospital Alemán de la ciudad de Rosario. En un momento dado vino al Paraguay y compró tierras en San Bernardino y mandó construir una casona. Mujer de carácter fuerte, acostumbraba recorrer la ciudad a caballo, pilotaba diestramente aviones y era muy aficionada a la caza mayor, por lo que la gente le puso el sobrenombre de La Tigresa. De vasta cultura, tenía dominio casi absoluto sobre todos los instrumentos musicales entonces conocidos, de los cuales tenía toda una colección. En San Bernardino enseñó música y formó la orquesta del lugar y patrocinó conciertos de importantes artistas. Durante la Guerra del Chaco, sirvió a su país de adopción como enfermera en el frente de batalla.

Mientras todavía vivía en Rosario, asistió al concierto del maestro Kamprad, su amigo de los días amargos de la guerra y lo invitó a visitar el Paraguay, donde llegó en 1923.

Establecido en el país, el músico se quedó hasta su muerte. Solo una vez y por breve tiempo, allá por 1928, Kamprad volvió a su país. Su primer concierto lo dio en el Teatro Nacional -actual Teatro Municipal "Ignacio A. Pane"-. Poco antes de su partida, para conmemorar el centenario de Franz Schubert, había fundado un conjunto musical, el Cuarteto Kamprad, con Remberto Giménez, Enrique Marsal y Erik Piezunka.

Retrato de artista

Alfred Kamprad era, según testimonio de un contemporáneo, "de poco menos que mediana estatura, frente amplia, rostro expresivo, la mirada cargada de sueños, la sonrisa de bondad; la palabra suave, el gesto de reflexiva energía". Hombre muy culto, "su palabra dejaba entrever, discretamente, una pasión, una vital dirección, si se quiere unilateral en un intelecto por entero consagrado a la vocación musical".

En nuestro medio, donde se radicó definitivamente, Alfred Kamprad fue profesor y vicedirector del Instituto Paraguayo, además de acompañar musicalmente las películas mudas que se exhibían en su época, posteriormente fundó un conservatorio de música, de donde egresaron importantes violinistas que hoy descuellan entre sus pares. Dio numerosos conciertos como primer violín de orquestas nacionales y extranjeras y con su recordado Trío Kamprad, junto con sus compañeros, también alemanes, Erik Piezunka y N. Brand, en la terraza del hotel Cosmos, actual Asunción Palace Hotel estrenó la guarania Jejuí, compuesta para violín, cello y piano por José Asunción Flores, especialmente para ser ejecutada por el trío.

Kamprad fue un artista dotado de una gran capacidad de trabajo y también se dedicó a alentar a jóvenes artistas y compositores uno de sus discípulos es el virtuoso violinista Jorge Báez Roa. Contribuyó en buena medida dice el dramaturgo Arturo Alsina a la evolución de la buena música popular y a su difusión en el plano sinfónico.

Auditorio indígena

Estudioso incansable, se dedicó a la musicología y a registrar las expresiones musicales de etnias chaqueñas, como el caso de los lengua, de cuya música decía que se parecía mucho a la de los incas. Así como daba conciertos en importantes teatros ante calificado y elegante público, no dudó en tomar su violín y ejecutarlo ante rústicos aborígenes.

Al respecto de un concierto en los confines chaqueños, entre los indígenas lengua, escribió: "Con el primer trozo de música clásica había conquistado a todos. Los ancianos fueron en busca de los niños, aun de los más pequeños, para que escucharan la música, nueva para ellos. Ya nadie reía. Yo les había hablado al corazón y descubierto lo más hondo de su sentir.

Apenas interrumpía mi música para guardar el violín, todos me pedían a una voz que no dejara de tocar y por la alegría que esto me proporcionaba, seguí ejecutando un buen número de piezas clásicas. La emoción de los indios llegó al extremo de que uno del grupo me extendió espontáneamente la mano en señal de gratitud".

Así, de la mano de Kamprad, tal vez por primera vez en esas soledades chaqueñas, la música de Beethoven, de Schumann, de Mozart, contribuyeron a extender un lazo de amistad entre pueblos primitivos y el consumado artista que fue el maestro. Hoy, casi olvidado salvo por algunos memoriosos o estudiosos de la música, Kamprad merece una recordación. Los 45 años transcurridos desde su muerte y que se cumplen mañana 13 de marzo, bien vale la pena hacerlo. ¿No le parece?
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