A los hombres libres

Suele callarse la proyección de la Reforma de Córdoba fuera de las aulas, abordársela con banalidades sobre «excelencia» académica, etcétera, limitarse el alcance de su crítica, soslayarse lo que en verdad propone. Pero a cien años del inicio de un movimiento que se extendió por todo el continente, el dominio en el mundo de fuerzas empresariales y políticas mercantilistas afecta cada vez más a la universidad y sigue restringiendo el acceso universal a la educación.

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«La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica…»

Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, 21 de junio de 1918

La mañana del 9 de septiembre de 1918, hace hoy día un siglo, unos setenta estudiantes tomaron el Rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba, en el centro de la ciudad, e izaron en su viejo frontispicio la joven bandera de la Federación Universitaria, en cuyo local habían pasado la noche reunidos, y que habían creado en mayo, luego de marchar exigiendo la reforma de los estatutos y la renuncia de las autoridades de su casa de estudios.

Nombraron decanos de sus tres facultades, Derecho, Medicina e Ingeniería, a los dirigentes estudiantiles Horacio Valdés, Enrique Barrios e Ismael Bordabehere. Iban a presionar al gobierno del presidente Yrigoyen hasta que enviara un interventor que cumpliera sus demandas, proclamadas el 15 de junio, cuando irrumpieron en el salón de grado, echaron a la policía, rompieron vidrios y muebles, impidieron la elección de un rector, Antonio Nores, que mantendría todo como estaba, e iniciaron una huelga general –la segunda.

«La asamblea universitaria convocada para elegir rector», narraba al otro día La Nación –voz de la gran burguesía agraria, diario conservador en lo político y liberal en lo económico creado por Bartolomé Mitre tres meses antes del fin de la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay– «fue interrumpida cuando se pronunciaba el triunfo en favor del Dr. Antonio Nores por los estudiantes, que produjeron un escándalo indescriptible».

La batalla había comenzado. Los jóvenes denunciaban a las autoridades universitarias, que nombraban como docentes a sus parientes y amigos, la pobre formación de los profesores y aun su desconocimiento de las materias que debían enseñar. Era hora, proclamaban, de cambiar el cuerpo directivo, en manos de sectores reaccionarios, ligados a intolerantes grupos de la iglesia –en realidad, a la Corda Frates, suerte de sociedad católica de funcionarios, políticos y académicos cuyos tentáculos cubrían todos los ámbitos del poder–, un círculo cerrado que manejaba las facultades y las cátedras como si fueran sus bienes de familia.

No son menos adversos que aquellos estos tiempos, en los que el «mérito» no es tal, sino pretexto para excluir a los que menos tienen, ni menores que entonces los abusos hoy, cuando la inversión pública en educación se considera gasto y no justicia, y tampoco los privilegios en el acceso a ella, entre otras cosas, naturalmente, han desaparecido. En la sociedad argentina de comienzos del siglo XX, los procesos de modernización que abrían las universidades a las emergentes clases medias urbanas chocaban contra modelos institucionales anteriores y vigentes aún en ámbitos académicos. En ese choque, el estudiantado se hizo sujeto político. Porque la Reforma de 1918 no consistió tan solo en demandas académicas: la radicalización del movimiento estudiantil le permitió alcanzar cuestionamientos más vastos y profundos. La revolución rusa, la revolución mexicana, el enfrentamiento de las potencias imperialistas en la Primera Guerra Mundial y los ecos de todos estos fenómenos sacudían el amanecer del siglo XX en el mundo mientras las huelgas obreras desafiaban al régimen oligárquico imperante en el país cuando los estudiantes marcharon por las calles de su ciudad, recibiendo el pronto apoyo de la Federación Obrera de Córdoba. El Manifiesto Liminar, escrito (anónimamente) por Deodoro Roca, señala que los problemas universitarios reflejan los problemas sociales y cuestiona así no solo un modelo de universidad sino el sistema que lo produce y al que este modelo reproduce y legitima; por eso, no se dirige (solo) a los estudiantes, sino a todas las personas libres:

«La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica...»

Suele presentarse la reforma como relevante para la universidad, soslayando su proyección fuera de los claustros, sus cercanías y afinidades con las organizaciones y las luchas de los trabajadores, la ambición estructural de su postura crítica, su ímpetu revolucionario; suele abordársela con simplezas petulantes sobre «democratización», «meritocracia», formación «científica», «excelencia», soslayando la irracionalidad de hablar de «democratización» en las instituciones de una sociedad que solo es formalmente democrática, de «meritocracia» en un orden regido por fuerzas e intereses ajenos y aun opuestos al mérito, de formación «científica» cuando el sistema de la tecnociencia oprime a la ciencia, y al pensamiento epistemológico, y con ello al pensamiento en general, a secas, crecientemente desde la Segunda Guerra Mundial, de «excelencia» bajo condiciones de producción del conocimiento que reflejan relaciones estructurales de poder desplazando la investigación autónoma sensu stricto a los sótanos académicos, devaluando –sin ningún rigor– la docencia e ignorando la compleja naturaleza del aprendizaje propiamente dicho.

No hay análisis histórico sin postura política, consciente o no. Porque en 1918, como en el 2018, «las funciones públicas se ejercitan en beneficio de determinadas camarillas» fue que los estudiantes cordobeses se levantaron, nos dice el Manifiesto Liminal, «contra un régimen administrativo» y «un método docente». Y, last but not least, «contra un concepto de autoridad». Suele amansarse ese declarado empeño hasta la caricatura omitiendo lo que en verdad propone, porque eso que propone –que solo podremos cambiar la universidad si lo cambiamos todo– asusta a sus supuestos adalides. Tienen razón al temblar: por mera lógica, no podrá existir una universidad sin arbitrariedades ni autoritarismos mientras no exista una sociedad sin explotadores, no podrá existir una universidad sin dogmas mientras no exista una sociedad sin privilegiados, no existirá una universidad sin jerarquías ajenas a la justicia y contrarias a la lógica mientras estas gobiernen el planeta, y la nueva universidad solo podrá, finalmente, existir en un mundo nuevo.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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