Ahmad-Amado: al filo de las fronteras

Todos los sábados, David Amado y Ahmad Rahal invitan al público a cruzar con ellos el río desde el puerto de Asunción hasta Chaco’i para participar de una experiencia teatral que el autor de este artículo nos comenta hoy.

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«—Pero el exilio es otro tipo de viaje.

—No, Claire. Para la mayoría de los inmigrantes es un viaje sin documentos, desarraigado a un país cuya cultura es extraña.»

Monsieur Lazhar (2011)

El 7 de diciembre de 2018, Paraguay ratificaba su adhesión al Pacto Global de Migraciones. El 11 de ese mismo mes, pese a la presión de grupos conservadores, el canciller paraguayo, reafirmándose, defendía públicamente el Pacto Migratorio y desmentía los mitos que generaba. Pero la ultraderecha terminó ganando la pulseada y Paraguay, ausente en la ratificación del Pacto el 19 de diciembre, fue coronado, una vez más, como emblema de la incoherencia y eterno deudor moral a escala internacional.

Desde la Guerra Civil del 47, pasando por la dictadura de Stroessner de 1954 a 1989 y la emigración masiva a España entre el 2000 y 2010 (al 1 de enero de 2014 se registraron 74 910 paraguayos y paraguayas en ese país), se tomó algo de conciencia, a pesar de la buena voluntad de varios países a lo largo de la historia, de las condiciones en las que se da ese tránsito duro que experimentan nuestros emigrantes. No obstante, por encima de cualquier pacto y aunque Paraguay no tome la posta en saldar —al menos simbólicamente— la deuda con la migración en nombre de aquellos que nos han acogido para mejorar el escenario migratorio, hay esperanzas de una realidad: lenta y progresivamente, las fronteras van desapareciendo en la práctica. La humanidad no deja de abrir puertas a la alteridad que suscita la presencia extranjera, y, a la luz de ella, se va abriendo a una convivencia pacífica y fraterna, nutrida de intercambios culturales en honor a la diversidad, cualidad de toda especie.

Aquellas fronteras se han venido desdibujando en las fluctuaciones de las olas del río todos los sábados del mes de marzo. El río ha delimitado los territorios, las ciudades y los países. Ahmad Amado, obra que versa sobre la condición humana subordinada a las arbitrariedades de las fronteras y las aduanas, en un afán de borrarlas definitivamente, revive la vida del migrante. Un escenario nada usual (un barco) permite al público, mediante el convivio, que es la «base de la teatralidad» (Dubatti, 2007: 43), adentrarse en el mundo que han vivido los que transitan y transitaron tierras y ríos o los que han saboreado la autoridad de un jefe de vuelo, un capitán de barco o una voz en off que con cansinas «advertencias» y amenazantes «recomendaciones» trata de ocultar el tufo xenófobo generado por el trabajo a bordo, por ese «riesgo» que conlleva trasladar extranjeros. Migrantes.

Al romperse la cuarta pared y reivindicar ese convivio con el objetivo de hacer participar al espectador —que termina siendo un pasajero más— de una experiencia cargada de símbolos más allá de los universos que se van configurando a lo largo del espectáculo, ese público se cuestionará cada momento que vive. Se ha trascendido la mera expectación y el drama cobra vida en la crítica —y en la nostalgia— del pasajero, pues el mismo recorrido del barco, pieza fundamental de este espectáculo, es el que habrán hecho otros y otras en otros lugares y tiempos. El barco, que debe de ser similar al que pinta Forgues (2017) en su Viaje por el Paraguay de 1872, destinado a la navegación de los ríos, con poco calado y que debe desplazarse con rapidez mientras toda otra consideración cede a la del bienestar de los pasajeros (p. 18), es también el soporte de numerosas historias que se van contando en la obra. Historias de dos culturas que, convergiendo en el mismo lugar, homenajean a aquellas otras posibilidades que hace propicias el fenómeno migratorio, ese tejido de culturas y naciones que se han cruzado en aeropuertos, puertos navales, terminales de ómnibus y, otrora, estaciones de ferrocarril.

El teatro en Paraguay —salvo excepciones— se mostró reticente a ofrecer experiencias poco convencionales. Ya en el siglo XVII el teatro cortesano de Calderón paseó al público por el Estanque del Retiro de Madrid para que apreciara desde las barcas los actos, en diferentes locaciones, de su comedia Los tres mayores prodigios. En Paraguay, Ahmad Amado nos embarca en una experiencia de teatro fuera del escenario cuyo realismo se configura a través del símbolo —por ejemplo, el agua del río que demarca fronteras, y el barco que representa viajes— para suscitar en cada espectador una reflexión permanente.

Ahmad Amado puede dividirse en dos momentos fundamentales: uno de presentación (de lo real) más propio del teatro posdramático; y otro de representación. De presentación porque, como se ha dicho antes, se trata de una experiencia mucho más convivencial en que la narrativa dramática se aleja de formalidades clásicas. Ese momento en que el público, de entrada, se sumerge en el universo que se le presenta y se aparta un rato de su zona de confort, de su cotidianidad. Es decir, abraza la experiencia y se engancha con los intérpretes.

El momento de la representación se da en la recreación de un pasaje de la historia que protagonizara un famoso navegante a bordo de un barco allá por la primera mitad del siglo XVI. Ese momento en que Sebastián Gaboto exploraba las aguas del río Paraguay ha abierto varias interpretaciones, bastante legítimas, tanto en los creadores de esta obra como en el mismo público. La conciencia del explorador veneciano se divide en dos, es repartida en los dos actores y constituye el momento más jocoso de la obra con sorpresivas acciones límite. Es una sátira de nuestra historia que nos lleva a considerar el absurdo de la interpretación actual del pasado paraguayo, plagada de fantasías y mitos, y que, alejada de la realidad, ha venido estructurando la mente de los ciudadanos a través de la forma tradicional de contar la historia. Nos lleva a pensar que cada hecho histórico, muchos de los cuales son celebrados como hitos, no son más que momentos que suscitan varias críticas pero desde otras lecturas. Desde el «descubrimiento» del Paraguay y la fundación de Asunción hasta la Guerra Grande, algunos de cuyos hechos, como las fundaciones de capitales de emergencia, fueron verdaderos éxodos que hoy se «conmemoran» y celebran folclóricamente como si de logros del pasado se tratara; se sigue echando en falta responder preguntas, como diría David Velázquez Seiferheld (2016), alejándonos «del metodismo y el énfasis en el documento» (p. 98) potenciado por esa unilinealidad y monocausalidad (en palabras de este autor) legadas por el régimen de Stroessner. Régimen que, según Velázquez Seiferheld, consolidó durante la Guerra representaciones de amigos y enemigos que instalaron un maniqueísmo que todavía sigue negando a otros protagonistas de la historia y que se traduce hoy en cierta animadversión al extranjero, cuya presencia en territorio paraguayo genera suspicacias cuando incide en la vida pública. Su incidencia es considerable, pues es parte de una realidad que suscita tanto desavenencias como buenos pasares. Desavenencias cuando la cultura con la que vienen es diferente a la local, donde hay una mayoría que no tolera costumbres (culturales o religiosas) de ese «otro» y, postrado ante los altares de su tradición, las rechaza.

De esa condición del otro también nos habla Ahmad Amado, donde el migrante es víctima de numerosos achaques culturales del pueblo que lo acoge. Esos papeles del «otro» —en el caso de Ahmad, que es de familia musulmana, y de Amado, que es de familia mormona— representan muchas otras condiciones que la cultura paraguaya predominante obliga a rechazar. De ahí las posturas de algunos grupos contra el Pacto Migratorio, del que se habló al principio. Posturas de personas que siguen cerrándose a considerar a ese otro que nos trae cosas nuevas, muestras de una parte del mundo que todavía no conocemos. Parte de sus universos, que nos puede estimular al intercambio y al desarrollo cultural. Aquel desarrollo que, en el ámbito cultural, todavía no está contemplado en la agenda política.

Ahmad Amado, una pieza teatral en el río¸ es una producción de La Posdramática que cuenta con la actuación de Ahmad Rahal y David Amado y la asistencia creativa de Florencia Bonzi. Puede ser vista hasta el próximo sábado con reservas previas al (0982) 675-331.

Referencias

J. Dubatti: Filosofía del Teatro I. Convivio, experiencia, subjetividad. Buenos Aires, Atuel, 2007, 224 pp.

M. Forgues: El viaje por el Paraguay de 1872. Asunción, Editorial Y, 2017, 132 pp.

L. Déry, Kim McCraw (productores) y P. Falardeau (director): Monsieur Lazhar [largometraje], Canadá, Micro_Scope, 2011.

Instituto Nacional de Estadística (España). Disponible en: http://www.ine.es

D. Velázquez S.: «Triple Alianza, guerra y representaciones del otro», en Más allá de la Guerra: aportes para un debate contemporáneo. Asunción, Secretaría Nacional de Cultura, 2016, 158 pp.

jj.detorrespy@live.com

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