Capilla de San Miguel, barrio Cerrito: «Cuando las catedrales eran blancas»

Con elementos funcionales y simbólicos, la arquitectura expresa el universo cultural de su época al tiempo que modela la vida de las sociedades. El autor del siguiente artículo aborda el caso de la capilla de San Miguel, en barrio Cerrito, desde el punto de vista del dilema entre la estandarización de la estética y la importancia de los contextos locales en la búsqueda de una identidad propia, en este caso «forjada en la marginalidad»

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«Cuando las catedrales eran blancas el universo entero estaba soliviantado por una inmensa fe en la acción, el provenir y la creación armoniosa de una civilización» 

(Le Corbusier, París, 1937).

Un «barrio difícil» 

La capilla de San Miguel en el barrio de Cerrito se erige a pocos metros de una cantera abandonada en la periferia de Asunción y a orillas del río Paraguay. Esta área, habitada por los ribereños, conforma un caserío invisible para la mayoría de los asuncenos; un «barrio difícil», en el cual, a pesar de los obstáculos impuestos por la pobreza, la comunidad ha logrado organizar solidariamente a decenas de hombres, mujeres y niños para levantar un templo a prueba de las inundaciones y la rapiña. Así, trabajando todos juntos, como «cuando las catedrales eran blancas», fue construida la capilla de San Miguel Arcángel en lo alto de un barrio de mataderos en el que unos cuantos se ganan el pan degollando vacas.

Propuesta y meta 

Respecto al sitio, adquirido con fondos provistos por la Iglesia y sito en la altura, es una parcela de terreno angosta, con dimensiones de lote urbano, que permite desarrollar una obra de pequeña escala o doméstica, entre medianeras, como la de cualquier vecino. Desde su frente se desciende hasta un lugar que fue utilizado como vertedero del vecindario, una depresión en la que el sol cocina la basura y desde la que esparce los aromas proletarios. De este antiguo y pobre asentamiento se rescataron dos rubros vitales para encarar la empresa: mano de obra que conocía el trabajo de concreto (oficio que ocupa a una buena cantidad de los hombres de la comunidad), y basura para usar como encofrado de obra.

La propuesta arquitectónica se puso como meta lograr lo imprescindible: una capilla-refugio diseñada como una estructura articulada cuyo techo también pudiese servir de muros y de piso para un máximo ahorro de materiales. Dicha estructura, concebida como una cinta de infinito o de Moebius, cumplió su objetivo utilizando nervios reticulados triangulares, lo que resultó en paredes y techos muy delgados.

Se pretendía una construcción sostenible sin mantenimiento; una edificación que pudiese soportar posibles actos violentos y cumplir el objetivo de la iglesia: ser refugio siempre abierto para quien lo necesite.

Gestación poética y soluciones racionales 

Podría pensarse que las formas de la capilla de San Miguel Arcángel se asemejan a las de una nave, a las de un arca de salvación que viene al rescate de quienes sufren las crecientes del río. Tal vez esa fantasía nos permita percibir ciertos aires de obra portuaria, e imaginar al arquitecto Corvalán delineando las costillas del «arca», dando ingeniosa plasticidad a las delgadas paredes de hormigón del casco de la nave, máquina eclesial mansamente apoyada en recios pilares de quebracho.

Eso, que se puede describir como una gestación poética, será validado con las soluciones racionales con las que el arquitecto dio respuesta funcional a las necesidades de la población, sumando al proyecto inicial de educación primaria, secundaria, artística y recreativa un dispensario médico que conlleva un programa de salud. Emprendimiento entusiasta y construcción social a largo plazo –diez años–, esta obra de largo aliento ha comprometido a un colectivo profesional de arquitectos y estudiantes universitarios a trabajar ad honorem con una comunidad decidida a mejorar su calidad de vida a través de la arquitectura. Ayudará también a otorgar identidad al antiguo cerrito y a dignificar su geografía la construcción de un espacio urbano entre la capilla y la antigua cantera.

Allí, donde el vecino de Cerrito se acerca a Dios 

Al trasponer un precario cerco de madera, se deja atrás el ajetreado espacio público. A partir de allí, el feligrés asciende por una rampa hasta entrar al refugio sagrado. Este despegue del suelo pone la planta de la capilla en un plano levemente más elevado que el de la tierra, dando realce al espacio interior de recogimiento.

Si en lugar de ascender por la rampa descendiésemos por la pendiente del terreno original, encontraríamos un espacio de múltiples actividades comunitarias a la sombra de la capilla. Es el ámbito laico por naturaleza, cuya falta de cerramientos le otorga las características básicas de refugio de clima subtropical.

Con este diseño arquitectónico que hace gala del uso ingenioso de la geometría se logró un templo sobrio, austero, en el que lo esencial forma parte de una concepción radical que no puede ser explicada con los argumentos estandarizados de la globalización cultural debido a que el Cerrito posee su propia identidad, forjada en la marginalidad. Por eso, su capilla es el resultado de la interpretación local de las necesidades acuciantes de la propia comunidad. Sufrimiento cotidiano que, lejos de ser vivido como fatalidad, expresa una manifestación de esperanza comunitaria con este templo que simboliza el deseo de un futuro mejor.

olimpia63@hotmail.com

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