El 2018 en 3 películas

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En vísperas de Año Nuevo, esta es la selección –abreviada, incompleta– del mejor cine del 2018.

3er Puesto: Las herederas

Por problemas económicos, una pareja de sexagenarias, originalmente de clase media más o menos acomodada, se ve obligada a vender sus pequeñas posesiones, sus muebles, etcétera. Acusada de fraude, Chiquita (Margarita Irún) va a la cárcel, y Chela (Ana Brun) se queda en la vieja casa, prueba a ganar algo de dinero como chofer de señoras ricas, conoce a la atractiva Angie (Ana Ivanova) y descubre otros espacios, otras formas suyas de estar en ellos, otros deseos. Quizá lo más promisorio de la película sean esas –leves– pinceladas que, conscientemente o no, rozan el –profundo– tema del deseo inexplorado –potente combustible que la soledad revela y verdadera sustancia del futuro, individual o colectivo, por cierto, hemos de añadir a título personal–. En suma, un interesante primer largometraje del paraguayo Marcelo Martinessi. Ana Brun recibió el Oso de Plata a la mejor actriz en el Festival de Cine de Berlín por su interpretación.

2do Puesto: Hereditary

Escrito y dirigido por Ari Aster, este prodigio visual hecho de secretos familiares en una casa poseída por ese entramado de misterios no busca el susto sino el miedo. Annie (Toni Collette) está de luto por la muerte de su madre, con la que se llevaba mal y que vivió con ella y con su marido, Steve (Gabriel Byrne), su hijo, Peter (Alex Wolff), y la pequeña Charlie (Milly Saphiro) en una suerte de matriarcado venenoso que bajo la rutina escondía rencores, culpas, penas y también cierta ominosa fuerza de otra índole, previsible recurso a una subtrama de brujería sin la cual la película sería una obra maestra pero también una rareza, uno de esos tour de force históricos que no suelen darse. Nuestra incapacidad de ver nuestro propio rumbo y de cambiarlo es el centro de esta historia de fatalidad. Incapacidad debida, por un lado, en la película, a esa subtrama fantástica. Y por otro lado, más profundo y descarnado, más filosófico, si se quiere, a lo extranjero de uno mismo en el siniestro mundo de lo familiar, que el filme explora y que, inexorable, mueve nuestros hilos, mundo al que remite el título Hereditary, tal como Annie, en las figuras de la casa en miniatura en la que trabaja, traduce, sin saberlo, nuestra condición universal de marionetas trágicas y ciegas. Escalofriante, perfecta música de Colin Stetson, inteligente evitación del gore ahí donde suele ser inevitable, apelación al recurso de la brujería solo, en el fondo, para clavar la pica en terrenos menos trillados y a la vez, paradójicamente, más arcaicos, en esas regiones encubiertas por el necesario olvido de lo que en el fondo somos, hacen de este un gran filme. Aplausos.

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1er Puesto: Roma 

Cleo barre, lava, remienda, repasa, limpia, consuela, cocina, arropa, zurce, arrulla, desempolva, tiende la ropa, plancha, conforta, alimenta, canta. Cleo recibe los dardos impunes de las frustraciones de los señores de la casa. Cleo refleja sin odio sus fracasos, sus miedos, sus maldades, sus mentiras, sus sufrimientos. Cleo lo ve todo. Cleo ve mucho más de lo que debe. Cleo es invisible; sus gestos son modestos, apagados; su expresión, opaca; su voz, que habla en castellano con los señores y en mixteco con su amiga y compañera de trabajo, susurrante, comedida. Cleo vive en off, Cleo vive en sordina su vida subliminal, no escrita. Cleo es la infancia, Cleo es la memoria desgarrada de México, Paraguay, Perú, España, del mundo dividido que nos separa. Cleo (Yalitza Aparicio) habita, en esta oda de Alfonso Cuarón al neorrealismo italiano, para siempre en su esquina del tiempo, universo sonoro y visual de ingenuos hits setentosos y postales de otra vida en blanco y negro. Cleo es la nostalgia de lo que fue, y sobre todo de lo que no fue, la culpa por una amistad imposible, secreta, traicionada, perdida, verdadera. Cleo es el pasado que no merecimos. Pero en realidad Cleo es el futuro. Si el futuro es turbio, Cleo lo lavará, y si el Sol se apaga, encenderá las luces para todos; si el futuro es de miseria, Cleo se las ingeniará para poner cada día las ollas en los fogones; si el futuro es amenazante, Cleo, la pequeña, oscura, invisible Cleo, la que nada tiene que perder, se salvará, y con ella salvará al resto. Si el océano furioso arrastra nuestro horrible universo, que le destinó a ella el cuarto de servicio, será Cleo, aunque no sepa nadar, quien se adentre en esas aguas para que nadie se ahogue. Es tiempo de hablar de nuestras perversas jerarquías de clase y de «raza» con belleza, con nobleza y con justicia, como Alfonso Cuarón ha sabido hacerlo. Aplausos de pie.

juliansorel20@gmail.com