El bueno de don Gustavo

Adiós al filósofo riojano Gustavo Bueno Martínez, fallecido el pasado domingo 7 de agosto a los 91 años de edad en el pueblo asturiano de Niembro, a orillas del Cantábrico.

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«[Los peregrinos] no van a Santiago para quedarse en Compostela. No cabrían en ella, la inundarían. Tampoco van allí a morir, con el Sol. Santiago es una ciudad y no un cementerio. Los peregrinos van a Santiago para volver después, en viaje revolucionario, a su propia patria, de la que salieron».

(G. Bueno, «El camino de Santiago como prototipo de la Idea de Camino»)

Si al salir de Nájera nos adentramos en un pinar y cruzamos un arroyo rumbo a Azofra, cuya Calle Mayor es parte del camino que lleva desde hace siglos peregrinos a Compostela –cerca queda San Millán de la Cogolla, tierra de Berceo: «Gonzalvo fue so nomne qui fizo est tractado,/ En Sant Millan de suso fue de ninnez criado,/ Natural de Berçeo, ond Sant Millan fue nado:/ Dios guarde la su alma del poder del peccado»–, y seguimos el sendero que parte de la fuente, ya en las afueras del pueblo, se erguirá ante nosotros el Rollo del que otrora colgaron cabezas de ajusticiados, y al pasar Cirueña se dibujará al cabo de un buen trecho una torre distante: es la de la catedral de Santo Domingo de la Calzada. A su plaza, con su ermita, su posada y su campanario, habremos llegado desde Nájera, si anduvimos despacio, en cuatro horas; si aprisa, en tres. En su Calle Mayor vivieron Santos Bueno Roqués, médico de la ciudad en a mediados del siglo XIX, y luego su hijo, Gustavo Bueno Arnedillo, que lo fue a mediados del siglo XX, abuelo y padre, respectivamente, del pensador calceatense muerto el pasado domingo, al que recordamos hoy.

En otro tiempo, llegó también a esta ciudad un peregrino, al que una mesonera despechada metió una copa en la alforja y acusó de robo y que, ya ahorcado, habló, pues seguía vivo por gracia de Santiago; el juez, que a la mesa estaba al recibir tal noticia, dijo que estaría tan vivo como la gallina asada que iba a comerse enseguida, y apenas lo hubo dicho cuando su cena cacareó y, volando, abandonó el plato.

De Santo Domingo de la Calzada, «donde cantó la gallina después de asada», era el bueno de don Gustavo, fundador del llamado «materialismo filosófico», para el que cuanto existe es material y no hay sustancias espirituales –sí materialidades incorpóreas, o modos físicos de estar en el mundo sin cuerpo–. Es un sistema algo problemático, lo que tal vez explique las contradicciones que el profesor Bueno acumulaba en sus posturas públicas sobre asuntos políticos, éticos, religiosos y de toda índole, ya que sus propios conceptos tendieron a liarse a mamporros entre sí desde el comienzo. Y conforme a tan polemista cuna, de este sistema y su no menos sonada –e inconclusa– «teoría del cierre categorial» han hecho frecuente uso sus discípulos cual si de tanques se tratase.

Si se contradecía, no era sin gracia, a veces. Ni tampoco, en otras ocasiones, sin curiosa impertinencia. Y, aunque parte de esto ha de atribuirse a los malentendidos que la prensa –ya queriendo, ya sin querer, ya «sin querer queriendo»– derrama sobre los intelectuales que se prestan a ser muy mediáticos, tan pronto don Gustavo podía sonar nostálgico al peor estilo «Arriba España» y enemigo de nacionalismos regionales desde, oh paradoja, el más retrógrado nacionalismo (en el supuesto de que pueda existir un nacionalismo «menos» retrógrado, claro), como podía, de repente, señalar con brillo la ignorancia patriotera (qué sería de Bach sin Vivaldi, dijo una vez, o de Kant, escolástico de pies a cabeza, sin Suárez: hablar de naciones a las que pertenece la cultura es una mentira, y totalmente ideológica –cito de memoria–). O tan pronto espantaba por islamófobo, como defendía –y muy bien, en este caso– el derecho a acusar seriamente las ofensas de cierta «progresía» europea (no críticas: ofensas, apuntó firmemente en una importante ocasión: «En todo caso, las caricaturas de Mahoma [don Gustavo hablaba de Charlie Hebdo] no contienen tanto una crítica seria al Islam, una crítica producto de una libertad de pensamiento, cuanto insultos lanzados contra quienes creen en Mahoma. ¿Qué crítica a Mahoma y al islamismo puede haber en la caricatura que ofrecía su nariz en la forma de un pene?»). Etcétera.

Y si fastidiaban sus dichos, tanto podía ver llegar el bueno de don Gustavo los abucheos desde su flanco izquierdo como desde su derecha –sectores cuya definición problematizó, por cierto–. Lo bueno de Gustavo Bueno no fue su coherencia, sino su desfachatez, en el mejor y más filosófico sentido de la palabra: el de afrontar el propio error y aun el absurdo, si se dieren. Eso se espera, creo yo, de un intelectual honesto: que se equivoque. Si es preciso –y preciso e inevitable será, cuando de pensar de trate–. Que no haga del espacio público una «zona de confort» para decir lo aceptado, repetir lo aplaudido y atenerse a lo sabido, sino un laboratorio, un cuadrilátero, un bar, uno de esos lugares donde uno no sabe nada pero todos podemos descubrir lo que ignoramos y discutir lo incierto.

Hay filosofía de soledad y de soliloquio, y filosofía de dialéctica y de plaza; ambas podrían desaparecer, y ambas son imprescindibles. No es, para nosotros, el momento de analizar el sistema filosófico de don Gustavo Bueno, ni, menos aún, los que a nuestro simple juicio pudieran ser sus aciertos y sus yerros: es el momento de reconocer que se encargó, mientras estuvo vivo, de recordarnos que existe una antigua profesión, un peculiar y molesto modo de vivir sin el cual nuestro escenario sería tal vez más cómodo pero perderíamos algo vital como personas, algo sin lo cual nunca serían lo mismo la sociedad y la cultura, un interlocutor que apareció en la polis y comenzó a interpelarnos entre el ruidoso tráfico del ágora ateniense, donde el pesado de Sócrates fastidiaba a todo el mundo con sus preguntas insólitas y sus opiniones atípicas, y que mantener en pie esa indómita manera de habitar el espacio público es una de las extrañas tareas del filósofo.

Algunos libros de Gustavo Bueno:

El papel de la filosofía en el conjunto del saber, Madrid, Ciencia Nueva, 1970, 319 pp.

Etnología y Utopía. Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Etnología? Valencia, Azanca, 1971, 160 pp.

Idea de ciencia desde la teoría del cierre categorial, Santander, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1976, 87 pp.

El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión, Oviedo, Pentalfa, 1985, 309 pp.

Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la Religión, Madrid, Mondadori, 1989, 478 pp.

Teoría del cierre categorial, vol. 1, Oviedo, Pentalfa, 1992, 380 pp. (Los cuatro volúmenes siguientes aparecieron en 1993.)

¿Qué es la filosofía?, Oviedo, Pentalfa, 1995, 108 pp.

¿Qué es la ciencia?, Oviedo, Pentalfa, 1995, 112 pp.

¿Qué es la Bioética?, Oviedo, Pentalfa, 2001, 134 pp.

Telebasura y democracia, Barcelona, Ediciones B, 2002, 257 pp.

Panfleto contra la democracia realmente existente, Madrid, La esfera de los libros, 2004, 320 pp.

La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización, Barcelona, Ediciones B, 2004, 405 pp.

El mito de la felicidad, Barcelona, Ediciones B, 2005, 394 pp.

El fundamentalismo democrático, Madrid, Temas de Hoy, 2010, 416 pp.

En prensa: El puesto del Ego trascendental en el materialismo filosófico, Oviedo, Pentalfa, 2016.

*El epígrafe que encabeza el artículo y la cita acerca de las caricaturas de Mahoma están tomados, respectivamente, de la conferencia impartida por G. Bueno en el 2002 sobre el Camino de Santiago y publicada en las Actas del Seminario José Antonio Cimadevilla Covelo de Estudios Jacobeos, Madrid, 2008, pp. 62-67, y del número 155 de la revista El Catoblepas, de enero del 2015.

El fundamentalismo democrático, Madrid, Temas de Hoy, 2010, 416 pp.

En prensa: El puesto del Ego trascendental en el materialismo filosófico, Oviedo, Pentalfa, 2016.

*El epígrafe que encabeza el artículo y la cita acerca de las caricaturas de Mahoma están tomados, respectivamente, de la conferencia impartida por G. Bueno en el 2002 sobre el Camino de Santiago y publicada en las Actas del Seminario José Antonio Cimadevilla Covelo de Estudios Jacobeos, Madrid, 2008, pp. 62-67, y del número 155 de la revista El Catoblepas, de enero del 2015.

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