El primer Rolling Stone

Las cenizas del poeta sueco incinerado en Chicago Joel Emmanuel Hägglund (Gävle, 1879 - Salt Lake City, EE UU, 1915), a.K.a Joseph Hillström, a.K.a Joe Hill, dibujante, músico, jornalero y nómada que trazó a la moderna protest song y al folk norteamericanos del siglo XX un poderoso camino que seguirían, entre otros, Woody Guthrie, Joan Báez, Pete Seeger y Bob Dylan, fueron arrojadas al viento desde diversas ciudades el día 1 de mayo de 1916. Hace hoy, exactamente, un siglo.

https://cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/abccolor/33U323CQPRFYVGTN2BJVIEE5BA.jpg

Cargando...

JOEL, UNDER

Un espectro rebelde recorre, subterráneo, la cultura actual: Joe Hill.

Cruza la literatura del último siglo desde la primera elegía que le dedicó el poeta londinense Alfred Hayes, The man who never died, elegía que el gran Earl Robinson hizo canción; cruza el cine desde aquel filme, hoy de culto, The Ballad of Joe Hill (1971), de Bo Wilderberg; la música (le han cantado, y han cantado sus canciones, Paul Robeson, Woody Guthrie, Pete Seeger, Joan Báez –que le dedica un célebre cover en Woodstock en el 69–, Scott Walker, The Dubliners, Ziggy Marley …), las artes gráficas, el cómic… Desapercibida para la gran mayoría, su impronta asoma recurrentemente en ciertas zonas radicales del arte y el pensamiento contemporáneos. En noviembre pasado, Tom Morello, el guitarrista de Rage Against the Machine, declaró que sin Joe Hill no hubieran existido ni Woody Guthrie ni Bob Dylan ni Bruce Springsteen ni The Clash, ni Public Enemy ni Minor Threat ni System of a Down... ni Rage Against The Machine.

Joe Hill, a.K.a Joel Emmanuel Hägglund, a.K.a Joseph Hillström, sueco de cuna, migrante iluso y pobre y estadounidense por adopción, era una piedra rodante y lo dijo en su último poema, su poema de despedida, al explicar por qué no dejaba bienes que repartir citando un viejo refrán: «Piedra que rueda no cría moho». «Moss does not cling to rolling stone».

JOEL, POETA

Escribió ese poema de despedida mientras esperaba, condenado a muerte en su celda de la cárcel de Salt Lake City, la fecha en la que sería ejecutado por unos hijos de Utah. Se titula My Last Will («mi última voluntad») y en él juega el sueco Hägglund con la rima en su adoptivo idioma inglés –en el que supo escribir tantas canciones de versos duros y sonoros– y cierra con una perfecta consonancia al poner como firma su «nombre de pluma»:

MY LAST WILL

«My will is easy to decide

For there is nothing to divide.

My kin don’t need to fuss and moan:

“Moss does not cling to rolling stone”.

»My body? Oh, if I could choose,

I would to ashes it reduce

And let the merry breezes blow

My dust to where some flowers grow.

»Perhaps some fading flower then

Would come to life and bloom again.

This is my last and final will.

Good luck to all of you,

»Joe Hill»

JOEL, NÓMADA

Joel Emmanuel Hägglund nació el 7 de octubre de 1879 en Gävle, Suecia, en la provincia de Gästrikland, tierra de hierro y de cal, materias explotadas desde el siglo XIV. Su padre, Olof, era obrero ferroviario. Era una familia religiosa (perteneciente a una rama de la luterana iglesia oficial creada por el pastor excomulgado Waldenstrom), y una familia musical. Joel aprendió pronto a tocar la armónica, la guitarra, el violín, el banjo, el piano y el órgano.

Y después, en 1887, Olof hizo alguna maniobra peligrosa en el trabajo y fue aplastado por una máquina. Antes de que lo operaran, sufrió hemorragias internas durante un año. Nunca despertó de la anestesia.

La pensión de la viuda era exigua, y mientras, a veces sin comida ni calefacción, sus seis hijos (sobrevivientes de los nueve que habían tenido) dormían con hambre, la madre de Joel, Margareta, trabajaba en la máquina de tejer sin parar.

La muerte de Olof la quebró. Parada en una esquina, leía en voz alta la Biblia y denunciaba el mal y las miserias de este mundo. Llamándola «loca», los niños le tiraban piedras, y ella les gritaba frases del libro sagrado. Terminó encerrada en un hospicio para indigentes. De algún modo, Joel siguió ese destino, el de salir a las calles y denunciar en voz alta los males de este mundo, como su pobre madre.

Joel dejó la escuela a los doce años de edad. En la década de 1890, lejos de cualesquiera corrupciones o mafias ulteriores, el movimiento obrero estaba en plena lucha por derechos tan elementales como la jornada laboral de ocho horas. Joel se ganaba la vida comiendo el duro pan del obrero. Tenía veintitrés años cuando murió Margareta. Los seis hermanos vendieron la casa familiar y con el dinero de la venta pagaron todas las deudas. Y dos de ellos, Pablo y Joel, decidieron viajar y probar suerte, y cruzaron el océano en tercera clase hasta llegar, el 28 de octubre de 1902, a Ellis Island.

JOEL, WOBBLIE

En Nueva York, ese invierno, el de 1902, Joel era limpiador de escupideras públicas, uno de los trabajos típicos del inmigrante recién llegado (como, entre otros, el de recolector de excremento de caballo –antes del triunfo del automóvil–). Entonces había escupideras en todas partes (y carteles de «no escupir en la vereda»). Luego se fue al Oeste, hacia California, y vivió como leñador, albañil, trabajador agrícola. En 1905 lo encontramos enviando a su familia una postal desde Cleveland, Ohio. En 1906, el terremoto del 18 de abril lo pilló en San Francisco, que ardió en llamas: las explosiones en cadena de las tuberías de gas que inició en Hayes Street una madre al prender la cocina para hacer el desayuno desataron el «Ham and Eggs Fire», que destruyó la ciudad y dejó tres mil cadáveres. En 1907, cuando llegaron unos «wobblies» al muelle de Portland a pedir a los estibadores solidaridad con la huelga de los trabajadores del aserradero, que pedían mejores salarios, allí estaba, como estibador, Joel, que colgó los guantes y se hizo «woobblie».

Un wobblie era un militante de la Industrial Workers of the World, creada en Chicago en 1905 por sectores demasiado marginales y radicales para contentarse con el reformismo del sindicato oficial estadounidense, que representaba los intereses de los obreros cualificados, varones y blancos. La IWW fue el «otro» movimiento, o el movimiento de los «otros», de los «otros» obreros, de los no cualificados, de las mujeres, de los negros, de los inmigrantes recientes. Parias entre los parias, dispuestos a todo, listos para la acción, decididos a dejarse el pellejo en cualquier lucha que valiera un poco más que resignarse a arrastrar una vida sin esperanza.

JOE HILL

1908 pescó a Joel en Spokane, donde, mediante agencias de empleo, la empresa Northern Pacific se quedaba con el dinero de los incautos que reclutaba con falsas promesas. La IWW salió a la calle y llamó a los trabajadores a organizarse. Por presión de los dueños de la empresa y las agencias, la autoridad prohibió tomar la palabra y reunirse a wobblies y trabajadores. Así que los wobblies libraron la Pelea por el Derecho a Hablar, la Free Speech Fight, ese año en Spokane. Uno tras otro, subían a un cajón a tomar la palabra; uno tras otro, los hacía bajar y callar la policía. Entre los cerca de quinientos manifestantes que fueron encarcelados en esos meses estaba Elizabeth Gurley Finn, llamada por la prensa «la perra anarquista», a la que años más tarde recordará Joel en su canción Rebel Girl. Tal vez fue entonces y allí, en Spokane, que Joel Hägglund se convirtió en Joe Hill.

LAST WORD

En 1913, luego de un mes en la cárcel de San Pedro por «vagancia», encontramos a Joe en Utah, donde un episodio confuso tiene lugar el 10 de enero de 1914: con una herida de bala, acude a un médico de Salt Lake City. El balazo, le explica al médico, se lo disparó un marido celoso. En otra parte de la ciudad, acababan de morir un tendero y su hijo en un asalto. La policía acusó a Joe de ese doble homicidio. Debía probar su inocencia, según la policía (aunque la acusación no se fundaba en nada), para lo cual se requeriría una coartada, pero Joe se negó a nombrar a la mujer cuyo marido, conforme antes había contado al médico, le disparó, «para preservar su honra», según sus palabras. Fue condenado a muerte, sin juicio y sin pruebas.

Desde la cárcel, Joel le escribió al wobblie Big Bill Haywood: «No quiero que me hallen muerto en Utah», así que, tras la ejecución, fue incinerado en Chicago y sus cenizas fueron enviadas en sobres a las sedes de la IWW para que las arrojaran al viento el 1° de mayo de 1916.

Y así se hizo, en efecto. Hace hoy exactamente un siglo.

Pocos meses antes, durante una fría madrugada de noviembre de 1915, con la espalda contra el paredón del patio de la cárcel de Salt Lake City, de pie frente al pelotón de fusilamiento, Joel Emmanuel Hägglund, a.K.a Joe Hill, pronunció su última palabra:

–¡Fuego!

montserrat.alvarez@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...