El universo femenino en la obra de Gabriel Casaccia y Juan Manuel Marcos

Desde que Virginia Woolf y Simone de Beauvoir levantaron sus voces de protesta por el tratamiento que recibían los personajes femeninos en las novelas escritas por hombres, ha transcurrido mucho tiempo y han cambiado las cosas.

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Lita Pérez Cáceres   

Tal caracterización brindada por autores masculinos a personajes femeninos cambia de acuerdo a la formación y la experiencia individual.   

No actúa de la misma manera una dama de Balzac que una mujer de Henry Miller. La mujer actúa tal como la concibe su autor, conforme a los arquetipos de su época. Si la mujer ha conquistado espacio en la sociedad, ese hecho también se refleja en la literatura.   

Gabriel Casaccia y Juan Manuel Marcos, dos escritores paraguayos, tienen, además de la nacionalidad, otros elementos en común. Vivieron mucho tiempo fuera del Paraguay. Casaccia ya no volvió, Marcos sí. Las obras de ambos han trascendido las fronteras de la mediterraneidad. Son de los pocos exponentes de nuestras letras que han atraído la atención de estudiosos, traductores y editoriales extranjeras. Uno y otro nos han retratado con la ayuda invalorable de la distancia, con esa lejanía que favorece la objetividad, sin el chantaje de cualquier melcocha sentimental.   

Casaccia y Marcos han actuado como precursores dentro del desarrollo de la novelística paraguaya. El autor de "La Babosa" inaugura con su crítica realista una nueva era para la literatura paraguaya, al estampar en sus páginas seres imperfectos, ignorantes, dementes y capaces de cometer todo tipo de delitos para lograr sus objetivos. Casaccia terminó con el mito del paraguayo noble, valiente, idealizado. "El invierno de Gunter" es la primera novela paraguaya inscripta dentro del posboom. Publicada en Paraguay, en 1987, cuando aún el lector paraguayo no había conocido esa estática ni esas técnicas narrativas. La riqueza conceptual de la obra va pareja con una prosa invadida de poesía.   

Veamos ahora cómo estos autores han tratado a sus personajes femeninos.   

En sus novelas y cuentos, Casaccia describió a varias mujeres, las construyó hasta en el último detalle, su mano maestra estuvo en cada movimiento o rictus de esas féminas que perduran hasta hoy en la memoria de los lectores. Les otorgó una mirada patriarcal, protectora. Ellas eran seres dependientes, sin mucha preparación intelectual. Para pensar estaban los hombres. Un denominador común llevaba a algunas de esas jóvenes hasta la locura o el suicido: la falta de marido. Quedar soltera era una maldición en la mirada de la sociedad de la época de Casaccia. El personaje más resaltante de su obra, una obra llena de mujeres dominantes, el epítome de las solteronas es Ángela Gutiérrez, la babosa de Areguá. Han pasado muchos años de la publicación de esa novela que la hiciera famosa. Ahora, la palabra solterona se ha borrado del vocabulario común y solo existe en el diccionario. Con el avance del progreso y la conquista de la independencia económica de parte del sexo femenino, el matrimonio dejó de ser la única esperanza para la mujer de tener un lugar propio en el mundo.   

La babosa de Casaccia, Ángela, envidia la suerte de su hermana Clara, que tuvo un marido que la llenó de regalos, le legó una casa en Areguá, y la acarició como nunca fue acariciada ni amada Ángela. Casaccia describe a Clara como una mujer madura pero apetecible, al menos para el paraguayo común del interior del país que siempre apreció las "muñecas de loza" (blancas y gordas). Su hermana Ángela es flaca y larga, desangelada, sin ninguna gracia, ningún atractivo y, como no se ha casado, recurre a un sucedáneo del placer que reciben las casadas en sus lechos: espía y sospecha de todo el mundo y lastima a todo el mundo. Ángela es un retrato de la frustración sexual que haría las delicias de un psicoanalista freudiano. Ángela pertenece a una clase media venida a menos. Le está prohibido salir a ganarse el pan. Las niñas casaderas solo debían aprender a dirigir un hogar, a ser fieles y mansas, y prepararse para educar en los mismos valores a la prole que el marido fecundaría en ellas.   

Nacido en las postrimerías de la posguerra, cuando el Paraguay estaba postrado aún en medio de la miseria y el desamparo, proveniente de una familia acomodada, Casaccia no aprobaba la conducta independiente de las mujeres de clase baja, trabajadoras del mercado o bien campesinas que se autosustentaban. Sobrevivientes de la Guerra Grande, ellas habían repoblado el país y habían sido el motor del renacimiento del Paraguay. Sin embargo, cerca de medio siglo después de finalizada la contienda, las cosas habían vuelto a sus cauces naturales, los hombres a sus sitiales y Casaccia las condenaba por ejercer una sexualidad sin cortapisas, sin rendir cuentas a nadie, pese a que esas madres asumían la crianza y la educación de sus hijos sin pedir ayuda a los hombres que los habían engendrado, y cuyo trabajo les brindaba una educación que los elevaba del nivel de donde provenían ellas mismas. Una de ellas, aunque analfabeta, había engendrado y empezado a formar ya por entonces a un niño campesino llamado Eusebio Ayala.   

En "La Babosa", Casaccia describe la situación de la mujer de clase pobre, que aparece en roles muy secundarios y como mansa bestia acepta las humillaciones con fatalismo, tal como hace Paulina, la empleada doméstica de Ramón Fleitas —que se somete y permite que Ramón la siga tratando como a una sirvienta, pese a acostarse con ella—. Paulina nunca reclama nada, quizás su venganza tácita es la degradación que siente Ramón al comprobar que se va hundiendo cada vez más en un ambiente que odia y del que no puede desprenderse.   

"El invierno de Gunter", novela de Juan Manuel Marcos publicada en 1987 y reeditada en 2009, es un testimonio del cambio de conceptos y de actitud hacia el género femenino en la obra de un autor que pudo presagiar el futuro.   

Ya desde el nombre de la protagonista, Eliza Lynch —esposa de Gunter—, Marcos propone un reto al lector, al comparar a la Eliza imaginada, profesora de Literatura norteamericana y mulata, con la Elisa que cualquier paraguayo recuerda aunque no la haya conocido. Ambas Elizas solo tienen en común el nombre y la lengua que hablan. La Lynch irlandesa vino a Paraguay y fue muy humillada por la sociedad de entonces, sometida a los deseos y órdenes del presidente Carlos Antonio López, su suegro. Como don Carlos desaprobaba la relación de su hijo con la Lynch, ninguna familia distinguida la recibía en su casa ni tampoco la visitaba. El aguijón del despreció siguió desgarrándola siempre.   

La Eliza de Marcos es desafiante y tierna, sensible, luchadora, bella y orgullosa de su sensualidad, auténticamente decidida a ser feliz sin pedir permiso a nadie. Profesora de Literatura, Eliza goza de una existencia independiente y procede de acuerdo a sus propias ideas, desafía los prejuicios y los vence. Ya el hecho de haber contraído matrimonio con un blanco siendo negra, en medio de una sociedad que todavía no aprobaba esas uniones (como Ann Dunham, la madre anglosajona de Barak Obama), es una prueba de su fortaleza. Eliza vive sin culpas su relación con un amante, aunque sigue enamorada de Gunter, su marido. Pero el profesor Toto Azuaga la satisface en otros ámbitos. Ambos son profesores de Literatura y comparten afinidades culturales, que quizá su esposo tecnócrata no comprendería. Eliza se involucra en la lucha de Soledad —sobrina de Gunter— y corre grandes riesgos porque admira a esa jovencita con ideales. La mujer de Gunter, como personaje, es fuerte, muy propia del siglo XX y del XXI también [1].   

Soledad, heroína de la novela, sobrina de Gunter, hija de su hermana y de un peluquero anarquista, absorbe las ideas libertarias de su padre, ya muerto. Decide luchar por librar a su pueblo de la dictadura militar que la oprime. Una joven muy sensible, capaz de escribir bellísimos poemas y de leer a Marx y comprenderlo, es una exponente de la juventud del siglo que pasó y del que vivimos ahora. Como todo en la novela de Marcos es ambiguo y se presta a dos o más interpretaciones, la sexualidad de Soledad es y no es, tal como lo proponía Marcuse, para quien la sexualidad "polimorfa" de los adolescentes era la antítesis del consumismo sexual de la supuesta "liberación de las costumbres". Soledad concurre a un burdel de ínfima categoría para prostituirse, dos o tres veces por semana, y con el dinero allí ganado puede pagar las cuotas de un colegio para "niñas bien", que su madre no puede costear. Soledad y su compañera Verónica son amantes, a pesar de que esta es nítidamente heterosexual y más tarde tiene hijos, y, a la vez, el hermano de Verónica está muy enamorado de Soledad y quiere casarse con ella. Soledad es como una estrella que ilumina la noche de la obra de Marcos y como brilla, las sombras de la represión deben apagarla.   

El tercer personaje femenino de la novela es Verónica, compañera de colegio de Soledad, muchacha rebelde y fuerte, decidida a romper las viejas reglas que su padre, el millonario Sarría-Quiroga, quiere imponerle. Fascinada por Soledad, trata de tenerla todo el tiempo a su lado, sufre muchísimo cuando ella es detenida y se siente impotente por no poder ayudarla. Verónica pierde a sus padres de manera trágica y poco después sufre un dolor semejante con Soledad, sometida a atroces torturas, pero Verónica comprende que el sacrificio de su amiga no es en vano.   

Estos tres personajes femeninos de la novela de Juan Manuel Marcos fueron tratados por el autor como iguales o aún superiores al universo de los personajes masculinos, y palpitan en las páginas de la obra con su ritmo propio.   

  
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[1] Augusto Roa Bastos consideraba a la Eliza de "El invierno de Gunter" uno de los personajes más logrados y emocionantes de la literatura paraguaya. Cf. Correspondencia personal.
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