Fer Bachero o lo oculto que sale a la luz

Fer Bachero es un artista difícil y ferozmente impactante. Generalmente dibuja en cartulina blanca y sombrea sus trazos con lápiz negro. Son figuras son familiares para nosotros y próximas a nuestras vivencias pero, finalmente, no son de nuestro mundo. Yo diría que Bachero cultiva un estilo que reverbera en lo ominoso.

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LO OMINOSO

Sigmund Freud dice que lo ominoso es una dimensión que de tan cercana y familiar no captamos como nuestra. Como bien señala el maestro vienés, en su muy curioso capítulo titulado «Lo siniestro», por más que la Estética no se circunscriba a la ciencia de lo bello (pues es doctrina de las cualidades de nuestro sentir), el ámbito de lo que provoca angustia y horror suele descuidarse en los tratados de arte o casi silenciarse como marginal. Esto lo dice en 1919; hoy, al lado de lo bello, lo grandioso, lo atractivo, hay una presencia cada vez mayor en el arte de lo chocante, repulsivo y doloroso.

Es probable que esta orientación que se constata cada vez más en las salas de exposiciones tanto en Asunción como en el mundo se deba a la amenaza de catástrofes; Noam Chomski ya ha señalado que el calentamiento global por el ataque al medio ambiente puede ser tan destructivo y fatal como la hecatombe atómica. Entonces, se torna menos infrecuente ahora que los artistas, los creadores todos –que vislumbran lo que está «un poco más allá» de la realidad cotidiana–, nos inunden con películas y otras manifestaciones visuales y sonoras de alto contenido angustiante. ¿Nos preparan para un futuro por venir?

ARTE Y JUEGO

Freud también habla, en «El poeta y la fantasía», del rol lúdico del arte, en el sentido de que nos ayuda a elaborar ansiedades, anhelos no cumplidos y sueños irrealizables. Compara el trabajo del poeta con el juego del niño, que, así, elabora sus temores y dolores y ejerce un dominio ilusorio sobre la realidad. Esa misma técnica le adjudica al poeta, que permite a su audiencia que muchas excitaciones, en sí penosas, se conviertan en vivencias placenteras. ¡Cuántas veces arrojamos la carga dolorosa de la vida (vivimos en un valle de lágrimas, rezan las letanías de las viejas lloronas) en el disfrute de películas cómicas y programas de humor! Es que Freud nos enseña que el Yo no renuncia nunca a su fuente de satisfacción, sino que la suple por otra experiencia que su cultura y sociabilidad le permitan. Pero sepamos que el placer de hoy es mero subrogado del placer anterior. El artista –dice Freud textualmente– nos «soborna» menguando el sentido egoísta de la ensoñación con la prima de placer formal, escenificando sus fantasías.

En lo que respecta a la insistencia de lo horrendo en Bachero –aparte de lo inexplicable del hecho estético–, Freud nos diría que así como el juego busca dominar la realidad, el artista se enseñorea con su trazo y, planeando por arriba de una existencia displaciente con el embrujo de su imaginación, nos induce a su mismo juego.

FUNCIÓN DE LO OMINOSO

Ampliemos lo que pareciera una contradicción: lo que comentamos del arte que procura disfrute ante lo inquietante y siniestro de Bachero; ¿cómo explicar esta aparente paradoja? En este punto recuerdo a Ingmar Bergman, que decía en una entrevista que él veía caminar alrededor de él a la Muerte, y que si no fuera por sus películas, enloquecería. Que hacer arte le ayudaba a objetivar, cristalizándolas en imágenes, sus aprensiones más oscuras.

Schelling decía de lo siniestro que es aquello que «estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto, ha salido a la luz…»

Freud decía, por ejemplo, que la angustia por los ojos, la angustia de quedar ciego, es con harta frecuencia un sustituto de la angustia ante la castración. Esta reflexión la hacía a propósito del cuento de E. T. A. Hoffman «El hombre de la arena» (1816), que cuenta la historia de un hombre atormentado cuyas aventuras amorosas trágicas eran resultado de terrores infantiles en relación a un padre sumamente severo. Pues bien, Hoffman utiliza sus pesadillas como materia prima para su producción intensamente creativa. Este prusiano inspiró a Edgar Allan Poe y a Lovecraft. Ahora tenemos a Stephen King, a Tolkien. Ray Bradbury, por ejemplo, con su País de octubre (1955), nos pinta su imaginario tenebroso y nos da placer al encontrarnos con nuestros miedos y poder enfrentarlos gracias a que él los pone a hacer sufrir a otros (nos ahorra a nosotros ser los protagonistas). Así Bachero nos regala sus ensoñaciones, que se abren hacia una percepción ampliada de martirios patibularios, y todos nos vemos allí, en el lado en el que no nos gustaría vernos, pero, «como les sucede a otros», se digiere mejor. Es más, parafraseando a Freud, Bachero nos soborna y encanta con su estética transgresora y maldita.

A continuación, reproducimos lo que escribió sobre nuestro artista asunceno la crítico Lyle Rexer para la exposición «Visiones y visionarios» celebrada en la sala de exposiciones de la Fundación ONCE de abril a mayo del 2011 en Madrid, España: «…la Mujer con cabeza de serpiente, de Fernando Bachero, distorsiona de manera violenta la forma del retrato (así como la integridad del sujeto) mediante perturbadoras extensiones e intrusiones orgánicas. De cierta forma, es un trabajo que parece combinar la ciencia ficción de Luc Besson en su película El quinto elemento con el surrealismo de las pinturas de Agustín Fernández».

maramariasalome@hotmail.com

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