Identidad de cédula

Hoy en estas hojas rompemos fetiches. Recibe como balazos los puntos para tus íes en la página 1, respira en las páginas 2 y 3 una libertad inédita en la historia de nuestra crítica literaria paraguaya y toma un eléctrico café para salir a la agitada calle en la página 4. Intrépida lectora, lector iconoclasta, lee este Suplemento Cultural como quien derriba una puerta o abre una ventana.

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«Amar a la Patria bien nos exigieron. Si ellos son la Patria, yo soy extranjero» Charly García, Botas locas

APOCALIPSIS ZOMBI

Habiendo salido a revolear la uerte dos guadañas en vez de una en la primera semana de septiembre, y matado dos pájaros de un tiro, resucitaron en apocalipsis zombi las hordas de los fundamentalistas del Arpa, de la Chipa y de la Patria, los policías que han hecho de la Mandioca su Águila hitleriana, y del Requinto su Esvástica, para linchar a cuantos osaran comentar su pesar por el fin de Gustavo Cerati olvidando cuadrarse y hacer el obligatorio, aun si fuera meramente defensivo y burocrático, saludo a la bandera de nombrar al otro ilustre fallecido de estos días, el maestro (él sí paraguayo, he aquí el quid del asunto) Cayo Sila Godoy.

Habiendo partido, pues, por coincidencia macabra, ambos en días contiguos, los nazi-onalistas detectaron un blasfemo predominio de la atención prestada al primero, incluso de parte de músicos e intelectuales (¡y, horror, de músicos e intelectuales paraguayos! –a los ojos nazi-onalistas, malos paraguayos, claro), y se lanzaron al ataque con tal saña que, en las últimas dos semanas, el cáncer del nazi-onalismo de Lapacho y Tereré hizo metástasis en las redes sociales y también fuera de ellas, en el mundo físico, en debates al o en (disyunción inclusiva) pedo, excusen lo vulgar de la expresión. ¡Por Alá, que no se mueran el mismo día Schémbori y Amenábar, o estalla una guerra civil!

DEFENSAS QUE SON ATAQUES

Cierto o no tal predominio de atención detectado y censurado (lo creo cierto), concierne al libre albedrío de la gente y, en consecuencia, es del todo legítimo. Lo que no impidió que fuera denigrado. ¡Anatema de nuestros insolentes espíritus cosmopolitas que no se dejan encerrar entre las estrechas paredes mentales-nacionales en las que quieren confinarnos, por muchos golpes de símbolos identitarios que liguemos!

Porque es como un símbolo identitario nazi-onalista, y no como un músico cuya obra sepan apreciar, que los esbirros de la Secta de la Polka y del Chicharó Trenzado «defienden» o, mejor dicho, utilizan a Godoy, igual que a otros artistas. No necesitan, no digamos ya entender, sino meramente conocer su obra para «defenderlo» (utilizarlo), porque es solo un nombre, una imagen que decora el folleto turístico que los nazi-onalistas llaman «nuestro país». Los nazi-onalistas no necesitan sensibilidad para la música, el arte ni la belleza, ni inteligencia para disfrutar y aprovechar legados e ideas (de hecho, no tienen nunca ni una ni otra): basta que la alarma de su cuartel general haga sonar los cornetazos de la alerta de «irreverencia» ante cualquier elemento constitutivo de la representación socializada y hegemónica de «lo paraguayo» para que salgan en masa a lapidar al hereje.

LOUD AND CLEAR

Digamos un par de cosas en voz alta y clara. Si a un paraguayo no le gusta, no le estira, no le interesa escuchar la guitarra del muy meritorio, qué duda cabe, maestro Sila Godoy, es cosa suya. Es su derecho. Él se lo pierde. Allá él. Y punto.

Y si la música de Gustavo Cerati es para ese paraguayo más importante en su vida, si toca más su sensibilidad, si es más parte de su experiencia, si le parece más suya, aunque Cerati no haya sido paraguayo, aunque haya sido argentino, y aunque hubiera sido un chino, o, por último, un marciano, sigue siendo cosa suya. Absoluta y exclusivamente suya.

Y si no uno, sino muchos paraguayos sintieran la vida, la obra y la muerte de Cerati más que las de Godoy, seguiría siendo un derecho absoluto de todos y cada uno de ellos y una parte absolutamente privada, soberana e inexpugnable de su libertad individual.

Y reprocharle esto a la gente en nombre de una cédula de identidad, o de una identidad de cédula, si no fuera tan grotesca e hilarantemente absurdo, y, encima, no revelara tan pasmosa (y, paradójicamente, antipatriótica) ignorancia del papel de Cerati y de Soda en la cultura y la producción musical y estética paraguaya (y latinoamericana en general), sería una prepotente infamia.

Y para defender a Godoy de sus defensores: los músicos no eran paraguayos ni argentinos; eran Cayo Sila Godoy y Gustavo Cerati. Personas. Individuos. No se puede pensar en rebaño; el rebaño tan solo es capaz de balar. No seamos argentinos, no seamos paraguayos: seamos humanos, que no es ser menos, que es ser mucho más. Ningún individuo libre debe su valor al hecho de ser parte de otra cosa, de un país, de lo que fuere; mi valor como individuo solo depende de mí; lo contrario negaría que yo elijo mi destino y que yo soy lo que quiero y lo que yo llego a ser con mis actos, mis batallas, mi historia y mis decisiones; negaría mi libertad, y, por ende, no lo acepto.

«NO AMÁIS: ODIÁIS»

Entre el ruido de las dos últimas semanas, se enfrentó abusivamente a ambos músicos por algo tan contrario a la música –que suena igual para todos sin importar de dónde sean– y tan repugnantemente mezquino como la vanidad patriotera de los «mandionazis». Se ofendió la memoria de ambos con comparaciones disparatadas, y por puras ganas mandionazis de trepar, de figurar, de señalar en defectos reales o inventados en otros a falta de méritos propios, disfrazando tal bajeza de defensa de «la patria / los artistas compatriotas».

Excusen que lo cite por esta vez de memoria, pero en un artículo de 1908 en el El Diario de Asunción, escribió Rafael Barret algo así: «Amad vuestra tierra, y también la ajena. Si no amáis sino lo vuestro, no amáis, sino que odiáis». «Solo el egoísmo y el odio tienen patria», decía Alphonse de Lamartine. «La fraternidad, no».

La influencia de Soda Stereo y de Gustavo Cerati en la música y la cultura paraguayas y de otros países no tomó en cuenta coordenadas geopolíticas que el arte salta atléticamente sin mirarlas, y esa influencia sigue viva. No viene al caso desmerecer por ello al maestro Godoy; es que la comparación es abrumadoramente ofensiva e indigna; mejor dicho, no es posible, es un mero sinsentido.

El arte, la creación, la música, las ideas de todas las culturas crecieron en el espacio abierto en el que circulan todas las corrientes de su tiempo, y averiguar qué cédula está detrás de tal obra de arte o de tal idea y a qué estado nacional pertenece es un propósito que nunca recibirá de ninguna mente noble más que lo que se merece: bostezos e indiferencia.

SIN CADENAS NI FRONTERAS

Los que tienen la «cultura de los incultos» –como define al nacionalismo Vargas Llosa– creen que la «identidad nacional» los autoriza a corregirte, reprimirte y decirte qué te debe gustar más, qué debes escuchar más y qué es más importante en tu experiencia y en tu vida. Desde que, a fines del siglo XVII (grosso modo), cobran apariencia de realidad esas fantasmagóricas identidades antropogeográficas, psicogeológicas, castizotectónicas que en la imaginación popular habitan dentro de las fronteras del Estado-nación (y que han legitimado desde su origen el poder estatal), los prosélitos de la paraguayidad (y de sus equivalentes en otros países) están convencidos de que saben mejor que uno lo que a uno lo define en tanto paraguayo, inglés, magrebí, etcétera.

A un artista le quedan pequeños los rincones, y a quien tenga de verdad inteligencia y alma le asfixian las fronteras geopolíticas, estatales, nacionales: los corrales son para las ovejas, que solo van en rebaño y solo piensan a coro, y los rincones, para las cucarachas. Qué les puede importar a Cayo Sila Godoy o a Gustavo Cerati su adscripción a un gobierno en una cédula si la música vuela, no lleva pasaportes, no se sella en aduanas y cruza las fronteras.

La ágil, sensual, elegante estética de Gustavo Cerati llevó el rock en español a un inédito refinamiento poético sin perder la potencia rítmica, la efervescencia sonora, la vibración impetuosa. Su influencia consolidó el rock nacional en Paraguay en la época en la que se lanzaban valientemente a la lid los primeros avanzados, como RH+. No estuve en Rock San Ber en el 88, cuando Cerati vino con Soda al Club Nacional de San Bernardino, pero puedo entender que fue una bocanada de aire fresco. Que trajo una emoción nueva de libertad y alegría a un país silenciado y reprimido durante mucho tiempo. Que era el ocaso de la dictadura. Que el pasado se ponía en lontananza, en el horizonte crepuscular de aquel largo día de verano en San Ber, y que el pulso vital de las canciones hacía presentir ya el amanecer futuro. Cerati siempre fue eso. Murió a los 55 años, siempre más joven y más bello y más noble y más poeta y más lleno de porvenir que los pobres nazi-onalistas, guardianes del pasado y de lo «nacional» y de lo «nuestro», que nacen ya con suficiente edad para ser sus abuelos.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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