La ciudad borrada

De la catástrofe que destruyó Encarnación en septiembre de 1926 han quedado testimonios en las letras y en el cine.

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Anochecía en Encarnación el 20 de setiembre de 1926 cuando, en pocos segundos, fuertes vientos derrumbaron murallas, edificios, casas. Los vientos alcanzaron los 400 kilómetros por hora. Hubo cerca de cuatrocientos muertos y quinientos heridos. Dos hombres cruzaron esa noche en bote el Paraná para pedir ayuda en la ciudad argentina de Posadas. Al otro día, un tren que traía ayuda recorrió en solo siete horas los 300 kilómetros desde Asunción hasta las ruinas de lo que había sido la ciudad. De la catástrofe quedan numerosos testimonios en las letras. Y en el cine: Hipólito Carrón, de 60 años, y su sobrino, Agustín Carrón Quell, de 12, filmaron los paisajes de la devastación.

La catástrofe filmada

En la década de 1920, Hipólito Carrón y Guillermo Quell, con su sobrino Agustín Nicolás Carrón Quell, comenzaron a registrar la vida de la sociedad paraguaya de su tiempo –los desfiles patrióticos, a los que asistían las autoridades, el Mercado Guazú, etcétera– con una cámara Pathé. Rodaron así el primer cortometraje paraguayo, de diez minutos de duración, sin sonido, durante una peregrinación a Caacupé: Alma Paraguaya (1925), exhibido en las pocas salas de cine que había en Asunción con un proyector Pathé Baby. Documentaron también los hechos trágicos, violentos o luctuosos que marcaron su época. Filmaron así el sepelio del presidente Eligio Ayala, asesinado en 1930. En La catástrofe de Encarnación (1926), grabaron los devastadores efectos del ciclón que destruyó la ciudad. La película recorrió las poblaciones a lo largo de la vía férrea de Paraguay y Argentina con el objeto de reunir fondos para las víctimas de la tragedia.

Ficha Técnica

Título: La catástrofe de Encarnación

Género: documental

Año: 1926

Director: Hipólito Carrón

Ayudante de cámara: Agustín Carrón Quell

Colección Hipólito Carrón González

Duración: 13’08’’

La memoria de Brañas

Hijo de dos emigrantes españoles, una gallega y un asturiano, llegados a Argentina en la década de 1880, el escritor y periodista Balbino Brañas (1908-1967) recogió sus memorias de la Posadas de comienzos del siglo XX, un mundo en el que transcurrieron su infancia y su juventud y que vio desvanecerse poco a poco, en Ayer. Mi tierra en el recuerdo. En un pasaje de ese libro recuerda el tornado que el 20 de septiembre de 1926 arrasó Encarnación:

«Habían dado las siete en aquel viejo reloj de nuestra iglesia cuando la ciudad fue sacudida por un ululante ventarrón. Las casas se estremecieron y un angustioso suspenso se apoderó de sus moradores. Ratos después, el cielo se abría y el agua se precipitaba en ruidosas cataratas, mientras el Paraná se encrespaba con violencia.

Las luces de Encarnación se apagaron y un grave silencio envolvió a la localidad paraguaya.

Más tarde, un extraño navegante surcaba las aguas del encabritado río en fragilísima canoa: era el padre José Kreuser, párroco de la población vecina, que acompañado por el mecánico Jorge Memel, traía un fatídico mensaje: La parte baja de Encarnación había sido destruida por el ciclón que, tocando apenas Posadas, había descargado allí su tremenda furia. Luchando contra las olas, la lluvia, el viento y una cerrada oscuridad, el religioso y su valiente acompañante llegaron, sin otra guía que Dios, a tierra argentina.

Poco después se presentaban ante el gobernador Héctor Barreyro, con las ropas destrozadas y el pelo revuelto. Eran dos cuasimodos, dos hombres empujados por el dolor de un pueblo sumido en la desgracia que venía a pedir ayuda. El gobernante fue destinatario digno de aquel pedido porque el auxilio reclamado se organizó en minutos. Barcos, médicos, alimentos, ropas y nutridos botiquines tomaron el camino de la ciudad hermana, a través de la ahora negra y turbulenta cinta fluvial, esa trágica noche del 20 de septiembre de 1926».

Fuente

Balbino Brañas: Ayer. Mi tierra en el recuerdo, Posadas, s/e, 1975, 120 pp.

Danza macabra

Rolando Kegler trascribe el relato de un testigo de la catástrofe, Richard Turath, en su libro Un viaje de 150 años:

«Era el 20 de septiembre de 1926. El calor húmedo no cedía, aun acercándose la noche en el ambiente de las dos ciudades Posadas y Encarnación, ubicadas una frente a otra en ambas márgenes del río Paraná. Las piedras de las casas y del pavimento despedían el calor que habían recibido durante el día. Era la hora del crepúsculo. Estábamos como siempre en el Café Guaraní, frente a la plaza principal de Posadas, para tomar nuestro cóctel y observar a los paseantes que transitaban por la plaza mientras la Banda Policial ejecutaba su tradicional concierto al aire libre.

Apenas nos habíamos despedido de un amigo sueco que vivía en Encarnación y a quien no fue posible convencer de que se quedara con nosotros a pasar la noche en Posadas porque estábamos invitados a un baile en la Escuela Normal, el instituto formador de maestros. Todos nuestros argumentos para convencerlo se perdieron en el viento. Saltó a una carroza tirada por caballos y fue rápidamente hacia el puerto, y solo a último momento pudo tomar la lancha a motor que partía hacia el Paraguay. Viajó hacia su perdición. Se hizo de noche. Sorpresivamente vimos aparecer desde el cielo sur una muy oscura nube que emanaba un raro esplendor rojo y que se acercaba con gran velocidad. Todos suspiramos, por fin lluvia, especialmente nosotros, los que iríamos al baile nos alegramos por el anuncio del próximo fresco. No tardó mucho, hasta que nos vimos obligados a cerrar todas las puertas y ventanas. Tan furioso era el temporal que parecía todo el infierno liberado.

En el camino hacia la escuela nos encontramos con varios conocidos sacerdotes católicos a quienes seguía una larga fila de monjas. Una imagen llamativa por la alta hora de la noche. Esa caravana se dirigía hacia el puerto. A nuestro saludo y más por nuestras caras con expresión de curiosidad, nos gritó uno de los jóvenes pastores: “¿Ya escucharon? Encarnación desapareció de la tierra”. Sin entender, seguimos con la vista a esa gente y vimos cómo iban de casa en casa para solicitar linternas y faroles en préstamo. ¡Por un poco de mal tiempo hacer tanta alharaca! Eso era típicamente paraguayo. De una mosca se estaba haciendo un elefante. Nos reímos. El baile estaba de lo más alegre. La mejor sociedad posadeña estaba presente. El lancero, baile para casados, estaba por comenzar cuando las puertas fueron abiertas violentamente y en su marco aparecieron personas sucias y mojadas que intercambiaron breves palabras con los organizadores. Traían la noticia oficial de la desaparición de Encarnación…».

Fuente

Rolando Kegler: Un viaje de 150 años, Posadas, Edición del autor, 2013, 386 pp.

juliansorel20@gmail.com

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