La forja del mito de los Magos de Oriente

Los Reyes Magos dejaron en el alféizar regalos para los lectores del Suplemento Cultural. Antes de abrirlos, este artículo nos orienta con un panorama sintético de los elementos centrales en la construcción histórica del mito.

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LOS REGALOS

¿Por qué oro, incienso y mirra?

Dice el evangelio canónico de Mateo: «Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre, María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra» (Mateo 2: 11).

Para Santiago de la Vorágine –o Jacobus de Voragine (1230-1298)– según ha escrito en la Legenda aurea, el oro simboliza el amor; el incienso, la plegaria; y la mirra, la mortificación de la carne. Estos tres presentes serían tres atributos de Cristo: «su más preciosa divinidad, su más devota alma y su carne intacta e incorrupta».

En el tratado Excerpta et collectanea (abreviación usual de su título completo, Excerptiones Patrum, Collectanea, Flores ex diversis, Quaestiones et Parabolae) del autor apócrifo que conocemos como el «Pseudo Beda» –tratado que es a veces atribuido (aunque sin certeza) al erudito teólogo, pensador y excelente escritor inglés (en lengua latina) del siglo VIII de nuestra era Beda de Jarrow, llamado «el Venerable»– consta lo siguiente:

«El primero de los Magos se dice que fue Melchor, un anciano de largos cabellos blancos y de cumplidas barbas, que ofrendó oro al Señor, como a un rey. El segundo, de nombre Gaspar, imberbe y rubicundo joven de piel encendida, lo honró presentándole el incienso, como a un Dios. El tercer rey, llamado Baltasar, de piel muy oscura [fuscus] y con toda su barba, le dio en ofrenda la mirra, como al Hijo del Hombre, que tenía que morir». (Versión en español de M. Álvarez).

El cisterciense Bernardo de Claraval –citado al respecto en un artículo sobre la iconografía de los Reyes Magos por la investigadora de la Universidad de Buenos Aires Patricia Grau-Dieckmann– dará, en el siglo XII, una explicación considerablemente más prosaica, si bien muy verosímil: el oro era para aliviar a María de la pobreza; el incienso, para combatir el mal olor que tenía que imperar en el establo; y la mirra, para alejar a los gusanos –en otras palabras, para desparasitar al niño–. Crudo, pero razonable.

EL NÚMERO Y LOS NOMBRES

Mateo no dice cuántos eran los Magos que menciona: solo dice, de modo completamente indeterminado, que eran «unos» («unos magos venidos de Oriente» –tampoco, dicho sea de paso, ya que estamos, brilla por su exactitud en cuanto a la procedencia de los sujetos–). Así que el número de estos magos viajeros (tres) tuvo que ser fijado, y fue fijado, en tres, muy tardíamente, ya en el siglo V de nuestra era, por el papa León I «El Grande», también conocido como León «Magno», en sus Sermones para la Epifanía.

El tres era un número muy conveniente para los Reyes Magos, puesto que, para empezar, ya Orígenes lo había indicado como el más lógico, por su coincidencia con el número de los regalos que los Magos ofrendan a Jesús (ya que es lo más natural suponer que cada uno de los viajeros llevó un regalo, y no, por ejemplo, que uno llevó dos, que otro llevó uno y que el tercero fue a adorar a Jesús con las manos vacías, o que uno solo de los Reyes llevó los tres regalos y que ninguno de los otros dos llevó nada), y porque, para continuar, es un número que coincide también con el de la Trinidad.

Los nombres de los tres Reyes Magos ya figuran en algunos libros apócrifos, pero solo se popularizaron y fueron aceptados unánimemente en la Edad Media a partir de su inclusión en el Liber Pontificalis del siglo IX.

LA REALEZA DE LOS MAGOS…

A fines del siglo III, Tertuliano se siente alentado por el Salmo 72 («Que los reyes de Sabá y Arabia le traigan presentes, que le rindan homenaje todos los reyes») para escribir en su Adversus Marcionem que «Oriente considera a los magos casi como reyes». A partir de esta afirmación de Tertuliano, se verá a los Magos de Oriente como Reyes Magos.

Pero añadir este título de realeza, por cierto, no era un simple capricho decorativo, sino que era beneficioso para la reputación de los tres Reyes: en cierta forma, permitía no tener que verlos como «simples» magos, ya que la magia nunca estuvo bien vista por la Iglesia.

…Y LA MAGIA DE LOS REYES

Así, por ejemplo, tal como exponen, entre otros autores que han investigado el tema de la postura del cristianismo frente a la magia, Morton Smith –conocido por haber propuesto, en su libro Jesus the Magician (San Francisco, Harper and Row, 1978), que Jesús y Apolonio de Tiana fueron perseguidos por la misma razón: practicar la magia–, Paul Corby Finney (quien, por otra parte, se opone a la recién citada tesis de Smith, por considerar inverosímil que Jesús pudiera ser un mago, dada, precisamente, la poca estima que en su época sentían por la magia tanto los cristianos como los paganos) o Thomas Mathews (que ha aportado muchas ideas a este campo en, por ejemplo, The clash of gods, Nueva York, Princeton University Press, 1997), Orígenes y los Padres de la Iglesia denigraron a los magos por considerar que se valían del poder de los demonios para lograr sus propósitos (mágicos).

Y, a este respecto, será precisamente el antes mencionado Tertuliano quien defenderá, por medio de una definición de dos conceptos para él totalmente disímiles, en su tratado De Ánima, al cristianismo de la acusación de magia, distinguiendo entre, por un lado, lo que son los «milagros» y, por otro, lo que es la «magia» propiamente dicha: al menos según sus afirmaciones, la segunda involucraba fuerzas demoniacas, mientras que los primeros no.

LAS FUENTES ESCRITAS

Entre los textos canónicos, solo menciona a los Magos el Evangelio de Mateo (Mt. 2, 1-11), y de manera muy lacónica. Pero hay una narración bastante más detallada de la adoración de estos Reyes en los Evangelios Apócrifos. Los Reyes Magos de Oriente aparecen en el Protoevangelio de Santiago, en el Pseudo-Mateo, en el Evangelio Árabe de la Infancia, en el Evangelio de Taciano y el Evangelio Armenio de la Infancia, que es el más minucioso, y también el más controvertido desde el punto de vista canónico.

El apócrifo Excerpta et collectanea del Pseudo-Beda aporta detalles importantes para la iconografía de los Reyes, al igual que el Liber de Infantia Salvatoris, de fines del siglo VII, muy difundido y popular durante toda la Edad Media.

En el decimocuarto capítulo de su famosa Legenda Aurea, Jacobus de Voragine recoge tradiciones sobre el relato de la adoración de los Reyes Magos, y las glosa. Por su parte, en las Meditationes de Vita Christi, otro autor apócrifo, el llamado Pseudo-Buenaventura, introduce, a fines del siglo XIII, elementos que ya anuncian la devotio moderna de los siglos siguientes.

En la Historia de los Reyes Magos, libro de la segunda mitad del siglo XIV, Juan de Hildesheim describe el aspecto físico de María y de los Reyes, entre otras cosas, y la Vita Christi, de sor Isabel de Villena, póstumamente publicada a fines del siglo XV, también da muchos detalles que enriquecen aún más este mito.

Una de las primeras piezas teatrales castellanas de esta índole, el Auto de los Reyes Magos (actualmente en la Biblioteca Nacional, en Madrid), procedente de la biblioteca del cabildo de la catedral de Toledo, y datada aproximadamente en el siglo XII, recoge las numerosas tradiciones ya existentes hasta el momento de su composición, e incluye entre ellas la emocionante escena de la ofrenda de los presentes por parte de los Reyes Magos.

LA LEYENDA

Los tres Reyes Magos nunca fueron incluidos en el santoral y no se los venera como santos, pero sus nombres fueron admitidos por la Iglesia como nombres de pila.

Los tres Reyes Magos fueron adoptados durante la Edad Media como patronos por diversas ciudades, y muchas posadas se ponían bajo su advocación. La teóloga alemana Uta Ranke-Heinemann, en su libro Putting away childish things (San Francisco, Harper, 1995), dice que los peregrinos invocaban a los Reyes Magos para marchar sin cansancio. Las iniciales de los nombres de los tres Reyes se escribían en casas y en campanas de iglesias para alejar a las tormentas. Se los conjuraba también para proteger tanto a las personas como a los animales de los demonios y de los fantasmas, de los maleficios y de las catástrofes, de los incendios y las inundaciones. Y aunque los reyes de la baraja fueran cuatro en vez de tres, los fabricantes de naipes tomaron a los Reyes Magos como patronos del gremio.

De esta manera comenzó la forja de una leyenda que tardará siglos en completarse (si los lectores quieren darla por completada, claro está) y que, por motivos misteriosos, hasta hoy no ha perdido un ápice de su rara capacidad de seducir a la imaginación.

juliansorel20@gmail.com

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