La metamorfosis del arpa y del pájaro campana

Sobre Félix Pérez Cardozo (Hyaty, 20 de noviembre de 1908-Buenos Aires, 9 de junio de 1952), el «Mitã Guasu» (el «niño grande», sobrenombre que suele darse a las personas de buen corazón y faltas de malicia) que transformó –con la ayuda del carpintero y artesano de Arroyito Justo González, como señala el autor de este artículo– el arpa paraguaya, a la que añadió cuatro cuerdas.

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Últimamente, pese a una profusa documentación bibliográfica y discográfica sobre el origen, arreglo, grabación y difusión del onomatopéyico tema musical denominado «Pájaro Campana», composición que recorre el mundo representando a la nación guaraní, hay una agresiva campaña mediática para sustraer el nombre de su verdadero creador, o recreador.

La composición basada en el rítmico trinado del guyrapu, se sabe, fue netamente folclórica –de autor desconocido–, originalmente era interpretada con flauta, y también se dice que los guitarristas Ampelio Villalba y Carlos Talavera lo hacían con maestría. A estos dos músicos hay quienes procuran hoy dar la paternidad de la obra; pero lo cierto es que, a pesar de los buenos flautistas de la región y de «los magos de las seis cuerdas», nunca el tema tuvo el sabor montaraz de las serranías vírgenes donde moraba el místico pájaro desgranando desde las cúspides de los árboles su fastuoso canto hasta que las treinta y seis cuerdas del arpa pulsadas por las «manos embrujadas» de Félix Pérez Cardozo hicieron que aquel pájaro de las cumbres dejara de arrastrar sus alas por las praderas campesinas para levantar su vuelo glorioso por los altos cielos del mundo.

Aunque al grabar en disco, pletórico de honestidad, Pérez Cardozo no se anotó como el autor y lo registró como «motivo popular», nunca nadie le negó el mérito de su «autoría», por ser quien lo revistió de plumaje y le dio alas y la portentosa energía telúrica para que pudiera volar hacia los altos cielos de América y el mundo. Ya en el año 1952, el gran pianista argentino Ariel Ramírez le escribió desde Europa –a Pérez Cardozo– que su «Pájaro Campana» era de lo más gustado de su repertorio.

Pero… ¿Quién fue este hombre idolatrado en toda América y al que aquí, en Asunción, más bien se lo asocia con un club de básquetbol? Permítanme contarle, en la brevedad de este espacio, lo que sé de su aldea, su infancia y de su fantástica historia, la de Mitã Guasu…

En una florida campiña donde inicia sus primeras estribaciones el Yvytyrusu, desde tiempos inmemoriales estaba asentada una pequeña aldea llamada Y’haty (nombre que significa «donde se reúnen las aguas»). Cuando el ferrocarril montó allí su estación, enseguida se apiñaron alrededor de la plaza cercana las casitas de paredes «francesas» pintadas con cal que dieron a la primitiva y cándida aldea un aspecto de próspero pueblo. Los pasajeros –se dice– celebraban la pureza del aire de Y’haty, la delicadeza de sus frutas, la abundancia de sus cosechas y el sabor del afamado caburé que en ella se elaboraba y se vendía.

El misterioso destino había señalado a aquella laboriosa aldea guaireña como cuna de uno de esos hombres que ennoblecen el oscuro y apartado lugar en el que vinieron al mundo y cuyos nombres despiertan un interés por el lugar que no lograron darle cientos de generaciones que le precedieron. Allí había nacido, hijo de don Teodoro Pérez y doña Cándida Cardozo, el 20 de noviembre de 1908 Félix Pérez Cardozo, que reunió las más altas cualidades para quienes hayan trabajado combinando los sonidos de uno de los instrumentos musicales más antiguos de la tierra, creado por los ángeles del cielo, según la fantasía del hombre: el arpa.

Se cuenta que Félix tuvo una niñez desconcentrada, libre y alegre. El espectacular despliegue de una generosa naturaleza, donde está perenne lo sublime, lo educó en el gusto por la libertad y la reflexión creadora. Aunque, la mayor parte de su infancia la pasó como «niño yuntero», los domingos iba a la estación del tren procurando descubrir el secreto propósito de aquellos monstruosos aparatos que pasaban jadeantes, llevando a misteriosos destinos a bullangueros pasajeros, y que dejaban tras de sí una tenue flor de azúcar en el cielo.

Un día, mientras aguardaba la llegada de uno de esos trenes, divisó entre la multitud que se agolpaba en el andén la figura de un extraño personaje que le señalaría su destino: era la del requerido arpero Néstor Denis, más conocido en la comarca como «Netor Juruvâ», legendario personaje nacido en Melgarejo Loma (y tío del gran arpista José de los Santos González Denis, ex integrante del Trío Los Paraguayos de Luis Alberto del Paraná). Este multifacético artista, además de animar cuantas actividades sociales se realizaban en la zona, enseñaba a los músicos de la región la melodía y los versos para el rito de jejuguykuejera, ceremonia muy requerida en aquellos tiempos.

Aquel día, Néstor, enganchado a las cuerdas de un arpa, desplegaba su arte en el andén, complaciendo a la gente reunida en espera del tren. Cuando el joven Félix escuchó los primeros arpegios, como una milagrosa revelación supo inmediatamente que estaba llamado a ser esclavo de aquel instrumento y pensó que, ¡oh casualidad!, había uno tirado en el gallinero de su tío, hecho cadáver.

Aquel momento de revelación en el andén fue el comienzo. Corrió a la casa de su tío y, tras desempolvar el viejo instrumento tirado en el gallinero, recordando algunas posiciones de las manos y algunos movimientos de los dedos del artista bohemio, inició una imaginaria pero afiebrada imitación... Después, el ingenio y la perseverancia, como levadura mágica, fueron haciendo crecer su arte hasta alcanzar una dimensión que nadie en la región había ni pensado posible.

Cuentan que a Félix le bastaba con escuchar una vez la melodía de una canción para reproducirla íntegramente. Fue, como se dice técnicamente, «un oído perfecto». Pronto, ya nadie en la región podía disputarle el dominio del peliagudo instrumento. Así, el «Mitã Guasu» como le decían sus amigos, sin que nadie notara la transición, se convirtió de «joven yuntero» en artista entre los suyos; porque, paralelamente a su insuperada aptitud para ejecutar el arpa, tenía en grado singular, y rarísimo dentro de una «cultura anti-artista», una acerada convicción de la divinidad de su arte. Aquel convencimiento sustentó su fogosidad y nutrió el fervor de su pasión musical, y le proporcionó una vigorosa perseverancia que le permitió asumir los cuidados rituales que se dan a un afán místico y reverente.

En las festividades de las aldeas, de las fiestas patronales, de los casamientos y de los cumpleaños, que lo mantenían ocupado todos los fines de semana, fue acopiando los elementos para un largo repertorio. Así, para tristeza de sus padres agricultores, sus callosas manos fueron olvidando los brazos del arado y refinándose en la caricia de las obedientes cuerdas.

Los elementos onomatopéyicos que atiborraron su mente infantil hicieron burbujear el manantial de sus primeras inspiraciones. Luego, la totalidad de las sustancias circundantes fue nutriendo su producción, arte sazonado con los elementos de su gran saber folclórico y del refinado dominio de su instrumento.

Mas no todo era color de rosa; a más de la desaprobación de su padre –respetado líder político de la zona– y de los inconvenientes en el transitar nocturno por los fangosos caminos que le conducían de un pueblo a otro, había otro obstáculo mayor para desarrollar y difundir su arte: era la incomodidad de su largo y pesado instrumento... Es aquí donde debemos –al menos en breve paréntesis– arrojar un poco de luz y emitir un halo de justicia para don Justo González, carpintero y artista de Arroyito –compañía de Coronel Martínez–, quien fue el autor material de la metamorfosis que sufrió el arpa tradicional para convertirse en un instrumento cabalmente propio de la música paraguaya.

A indicaciones de Pérez Cardozo, el artista-artesano acortó la caja, dio una curvatura al cabezal y le agregó cuatro cuerdas más… Desde ese momento aquel instrumento –el arpa– dejó de ser «arpa india» (india, error histórico) o «arpa criolla» (criollo, hijo nacido en América de padres españoles) para convertirse en arpa paraguaya.

El resto de la historia de Pérez Cardozo ya es conocida: don Federico Riera –autor de «Asunción», «Virgencita de Caacupé», «Acosta Ñu» y otros temas– lo descubrió y, con el guitarrista Ampelio Villalba, lo llevó a la ciudad de Buenos Aires, donde dejó una estela de gloria. Su rotundo triunfo en el Río de la Plata es inolvidable, así como son imperecederas su energía creadora e interpretativa y su solidaridad con los compatriotas.

Su temprana partida a la inmortalidad, llorado suceso ocurrido en Buenos Aires el 9 de junio de 1952, había sorprendido a todos quienes lo conocieron y lo estimaron. El máximo exponente del folclor argentino, Atahualpa Yupanqui, le dedicó su «Canción del arpa dormida», y nuestro gran Augusto Roa Bastos su poema «Tu arpa, fragua de miel y melodías».

Don Federico Riera, su mentor, amigo y compañero, tomando algunos títulos de sus composiciones escribió unas conmovedoras líneas; uno de los párrafos dice:

«La canción paraguaya colgó sus negros crespones en su “Arpa paraguaya”, su “Tren lechero” fatigado y triste enmudeció a su “Llegada” a la última estación. Su “Ángela Rosa” vibró su postrera canción de inocencia... Su “Pájaro Campana” cantó por última vez aquella tarde en que se hallaba preparando un conjunto de arpas para una audición que nunca llegó. Sus “60 granaderos” sofrenaron sus briosos corceles allá en el “Cerro de la Gloria”. Su “Tetaguá Sapucai”, grito de rebeldía, reflejo de un deseo infatigable de ver a su Paraguay floreciente y progresista, también elevó su coro final, y “El sueño de Angelita” –su obra póstuma– pareciera que tensara, como presagio de su largo viaje, todo el vuelo de su imaginación sentimental... y fue su “Despedida” una canción sin retorno».

El Poder Ejecutivo, mediante Decreto 17077 del 22 de mayo de 1953, cambió el nombre del distrito de Y’haty por el de Félix Pérez Cardozo. Pero como la actividad del hombre suele tener inexplicables paradojas, el día que se instalaron los carteles en el andén de la estación del ferrocarril con la indicación del cambio de nombre como prueba del merecido reconocimiento los carteles fueron apedreados y repudiados por los lugareños.

En homenaje a este ilustre ciudadano que ensanchó la geografía espiritual del Paraguay, y ante la perspectiva de una nueva y extraña época de festivales comerciales que se avizora, es necesario que seamos penitentes y que, por respeto y vergüenza, no pervirtamos el gran legado cultural de don Félix Pérez Cardozo. Así lo creo yo.

(A Félix Pérez Cardozo, que hizo madurar en los aires de la lejanía pájaros de sueños y sueños con músicas de pájaros, pensando en la patria)

____

Para tu arpa musical, la ardiente

costumbre de la luz y los metales;

el arpa clara, fragua de relente,

donde vienen a arder los naranjales.

***

Para tu corazón, esta herrería

del Paraguay donde la sangre canta

con su collar de pena en la garganta

y su silencioso rojo noche y día.

***

Para tu lengua, el bronce transparente

de este bullir de colmenar espeso.

***

Y esta querencia para tu regreso

con tu solar penumbra en nuestra frente.

***

Y estas, por fin, volcánico artesano,

despierto para el sueño que no acaba;

y haces brotar al aire un reverbero

de milagros pájaros...

***

Tu mano,

tu zarpa musical de buen gigante,

tu corazón de tierra que en la muerte

sigue latiendo incorruptible y fuerte

con la tormenta de una luz fragante...

***

Tú solo. El arpa. Un pájaro campana

echa a volar del arpa entre tus manos

y para siempre escuchan tus hermanos

cantar en hondos valles la mañana...

Augusto Roa Bastos

catalobogado@hotmail.com

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