Las novelas cronísticas de Rubén Sapena Brugada

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Rubén Sapena Brugada, hombre de amplia trayectoria académica y profesional, se decidió un día a novelar las ideas y los argumentos que maduraban en su cerebro. Conoce muy bien los entresijos de la vida pública paraguaya como para evitar caer en la tentación de contárnoslos. Por ello, en 2008 nos ofreció una novela, que él calificó en el subtítulo de la portada como “corta”, que en realidad no lo es tanto: más que una novela corta es una novela que “se hace corta”, sobre todo por su rico contenido.

Se trata de ¿Éramos tan felices…?, título surgido de la reflexión del protagonista, Cacho Foncaca, cuando dialoga con el taxista que lo transporta desde el aeropuerto Silvio Petirossi hasta Asunción después de décadas de ausencia en su país. La novela plantea un debate dialéctico reciente del universo social paraguayo sobre si la vida de la población paraguaya era más sustanciosa durante la dictadura o en esta etapa democrática, y evalúa de forma distanciada los motivos derivados de la cuestión. El argumento no es un pretexto: es la reflexión en sí. Algunas situaciones son previsibles, pero no por la ingenuidad del autor sino porque parten de alguien conocedor de la vida paraguaya que nos certifica que así ocurrieron u ocurren.

Es una novela muy digna. Muy bien trazada, aunque los diálogos del protagonista con otros interlocutores transformen el sentido narrativo en una reflexión ensayística en ocasiones, hasta el punto de que la vuelta al enlace con el discurso puede llegar a ser abrupta. Sus páginas hacen aumentar nuestro interés por la historia de Foncaca a medida que discurren. Este personaje es un prototipo de exiliado; un desterrado nacido en una buena posición burguesa, que finalmente opta por la rebelión guerrillera contra la dictadura de Stroessner en lugar de instalarse en las filas del Opus Dei como deseaba su madre o en la masonería como le instaba su padre. Se debate entre el amor romántico hacia Violeta y el amor físico aprendido en los burdeles, aunque finalmente derive hacia el amor real aburguesado cuando se cruza con una paraguaya humilde en el extranjero. Delatado por uno de sus amigos del comando guerrillero, sufre la tortura y milagrosamente acaba en el exilio sueco, donde cambia de identidad, consigue títulos fraudulentos y acaba como profesor de universidad. Es cuando regresa a Asunción cuarenta años después de su partida donde se reproduce lo más interesante de la novela: el examen de la realidad de la dictadura confrontada a la actual; el pasado y el presente. Asunción ha cambiado, pero ¿ha cambiado tanto o solo en apariencia? Es en este momento cuando el autor procede al examen de la vida social y aquí es donde mejor se instala. He ahí la cuestión que el autor deja en manos del lector.

¿Éramos tan felices…? es una novela muy recomendable. Con un estilo realista, sin eludir la truculencia, la descripción de costumbres y el comentario a medio camino entre la objetividad y la subjetividad, y una linealidad con prolepsis y analepsis nacidas de la memoria del protagonista, nos hace un retrato de la Asunción real, en esa línea teñida de descriptivismo del Paraguay presente de tanta tradición en la literatura nacional con autores como Mario Halley Mora, Jesús Ruiz Nestosa, Hermes Giménez Espinosa o Andrés Colman Gutiérrez. Sapena combina el discurso narrativo con el diálogo, la descripción espacial y temporal con el acontecimiento, logrando mantener el tono de su discurso sin que se resienta. Si queremos conocer el presente del Paraguay, lo podemos lograr con la lectura de esta novela repleta de representaciones de las mentalidades de las gentes del país en todos sus escalafones de forma fotográfica: de las gentes honradas como de los delincuentes, torturadores, delatores, arribistas, o gente sencilla, que pueblan la historia paraguaya contemporánea. Y con reflexiones muy atractivas, como la referente al problema con el dólar y las casas de cambio como una motivación más de Rodríguez para derrocar a Stroessner en 1989.

La segunda novela de Rubén Sapena, La princesa del Mercado Cuatro, recientemente publicada, mantiene el tono realista con la fusión entre la crónica de ficción y el pensamiento de los personajes, pero con un mayor predominio de la primera. Es la historia del ascenso social y económico de una muchacha nacida en la extrema pobreza. De recorrido épico neopicaresco, es un repaso diacrónico de una vida. Una historia de progreso personal por medio del sexo sin tapujos, demostrando que los valores de esta sociedad giran muchas veces alrededor de entornos alejados de la educación, el esfuerzo laboral o la cultura.

Sin embargo, la novela está lejos de ser una condena moral explícita: Ana nos llega a resultar simpática y nos alegramos de su ascenso social por las penurias vividas, su inteligencia innata y su esfuerzo al estudiar periodismo. Su tragedia de nacimiento se esfuma con el tiempo porque en realidad su lucha por la vida es una epopeya donde resulta victoriosa con un arma: el sexo. El determinismo se disuelve porque no existe caída de la mujer alejada de las buenas costumbres morales, como ocurría en la novela realista-naturalista decimonónica, con Madame Bovary o, en Paraguay, la Ignacia, de José Rodríguez-Alcalá: el ambiente determina el futuro, pero la disolución moral de la sociedad, al contrario de lo que ocurría hace un siglo, permite que el sexo sea un instrumento de progresión individual siempre que existan dosis de fortuna e inteligencia y picardía, junto al esfuerzo de la mejora educativa, para dar los pasos adecuados.

Ana, cuyo nombre real de pila no es este, es hija de madre soltera, aunque el padre natural sea sacerdote. Ha de convivir en los años sesenta, con Stroessner en el poder, entre las aguas sucias suburbiales de Asunción. Su triste niñez en el Mercado Cuatro es el reflejo de toda una época de lucha por la supervivencia entre corrupción y venganzas, hasta que su madre decide lanzarla a la prostitución con trece años. Sin embargo, la inteligencia natural de Ana le permite ir alcanzando cotas progresivamente con un buen ramillete de amantes. Comienza con una relación con Manolo, su contrapunto narrativo que la descubre y moldea al encariñarse de ella. Continúa su progresión en Brasil y luego se casa con un millonario colombiano, mientras estudia periodismo y al final acaba acaparando un gran poder. Finalmente, se instala en Roma, en el seno de una “familia” que controla no solo negocios, sino hasta la prensa, lo cual le permite destacar y controlar ese mundo. La gran fortuna heredada de su marido colombiano le permite vivir holgadamente. Un ascenso legítimo forjado por medio del sexo a caballo entre la prostitución, baja y alta, y la falta de escrúpulos éticos. En el fondo, Ana es un personaje más honesto que la mayor parte de los que deambulan por la obra. Incluso el ascenso de Ana no es solamente económico: es semejante al de la protagonista de Pigmalión, de Bernard Shaw, convertida en una culta y distinguida dama después de un largo proceso de iniciación por la vida. ¿Y por qué no alegrarse de que Ana ascienda con estos medios si la sociedad está más que corrompida?

Llama la atención el dinamismo positivo de la protagonista. Su amistad con Manolo, quien le dio el empujón en su vida, es más sincera que interesada. Por esta razón, resulta interesante el comienzo in media res, cuando Manolo llega a Roma al encuentro con Ana con motivo de la creación de un proyecto para la franja costera de Asunción, finalmente frustrado por la falta de visión de futuro de los gobernantes paraguayos y, en el fondo, de los ciudadanos. Por ello, la novela es la historia del presente del país; un presente incierto donde no se vive más allá de las veinticuatro horas del día.

Después de ese comienzo, el resto del relato camina por la linealidad de la vida de Ana y su transformación. Sin embargo, no esperemos encontrar grandes reflexiones en esta novela. Las digresiones del autor no incorporan excesivos pensamientos de los personajes: son aclaraciones, puntualizaciones o incluso explicaciones ajenas al discurso, pero necesarias para su comprensión en su mayoría. El desenlace es más importante porque señala la frustración de los proyectos de futuro en el Paraguay que por el porvenir que le pueda esperar a Manolo y a Ana. Y es obvio que una novela con este argumento ha de poseer secuencias eróticas intensas donde priman las sensaciones sobre las descripciones, además de ser irónicas en ocasiones.

Por estos motivos, resulta de gran interés la meticulosidad que Sapena Brugada ha vertido en su visión del Paraguay de los años sesenta confrontado al mundo actual, ahondando en su preocupación temática unificadora de sus dos novelas. La corrupción dominante, la delincuencia, la inestabilidad de la democracia, la violencia y la pobreza están presentes en todo momento, y no parece que exista una fácil solución a estos problemas. De la misma forma que en la primera novela era un exiliado quien realizaba el escrutinio de los cambios del país después de varias décadas, en La princesa triste del Mercado Cuatro es la propia evolución de Ana el motivo temático marcador de este examen. Anita Caliente —como la conoce su contrapunto Manolo— es el reflejo de una sociedad que admira el sexo por encima de otros valores. Pero no es la sociedad paraguaya: es la universal la que aparece descrita con valentía y cómo el mundo gira a su alrededor.

Un argumento el de esta novela entroncado con la tradición picaresca de la historia literaria del mundo hispánico, desde la modernidad, para una buena novela que agradará a aquellos amantes de la novela-crónica. Un buen oficio el desplegado por Ramón Sapena Brugada desde un primer libro muy interesante por ser un examen del pasado reciente y el presente paraguayos, hasta La princesa triste del Mercado Cuatro, ganadora con merecimiento de una mención del premio Roque Gaona; una crónica sin matices ni omisiones de la corrupción ética de nuestra sociedad, sin caer en moralismos fatuos y alejada de lo cursi, con crudas secuencias no menos duras que la vida. Esto permite la credibilidad del personaje y la aceptación de un argumento que en manos de un escritor sin fuste, sería un folletín decimonónico de tediosa lectura. Ana Caliente consigue que el lector se enamore de ella, no por misericordia sino por su fortaleza y tenacidad de carácter.

Dos novelas merecedoras de atentas lecturas por ser logros literarios muy conseguidos que nos hacen confiar en la potencia narrativa de Rubén Sapena Brugada. Hasta la próxima, Rubén.

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