Nicolás Guillén, el poeta nacional de Cuba

Nicolás Guillén es el poeta que realizó hace más de medio siglo el hallazgo del son como forma poética, ese molde rítmico de un género musical surgido del mestizaje físico y espiritual de un pueblo, y que en sus manos ha alcanzado expresiones de alto vuelo poético. Agreguemos, con alegría, que también ha cultivado Guillén, con su habitual arte, esa manera cotidiana que hizo suya el campesino criollo, la espinela, como lo enseña en su cadencioso y colorido, El libro de las décimas.

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Muchos críticos literarios, salvo honrosas excepciones, periodistas y poetas inclusive, suelen clasificar a Nicolás Guillén –por su importante obra inicial de tema negro– de poeta negrista; algunos más osados hasta le tienden credencial de poeta social. Si lo que se pretende es emitir un juicio maduro, justo y claro, no hay que apresurarse. No se puede, por más apresurado que se sea, pretender encerrar a un gran vate en los estrechos límites de las clasificaciones apriorísticas. Lo cierto es que Nicolás Guillén ha hecho quedar mal a aquellos que lo juzgaron, o juzgan, desatinadamente. Su versatilidad artística, su pleno dominio de las diversas formas y su amplio registro de motivos, le convierten en un caso complejo para los que acostumbran encasillar a un autor con dos frases supuestamente definitivas.

Por el moderno verso libre de Guillén fluye una poderosa corriente clásica, manifiesta en sus poemas de corte tradicional insuflados de novedad en giros e imágenes; su genuina expresión de lo negro, de lo mulato cubano, de lo popular nacional, le aporta una categoría que rebasa las fronteras sociales y los ámbitos del continente.

Motivos del son

Argelia Batista era el nombre de aquella sonriente mulata que en el atardecer del 10 de julio de 1902 (en la Cuba de la segregación racial y de la enmienda constitucional Platt que otorgaba a los Estados Unidos el derecho a la intervención, hechos que marcaron su vida), en la casa de la calle Contaduría, casi esquina de Horca, paría al primero de sus seis hijos. Lo llamó Nicolás, como el padre del niño, y no intuyó siquiera que ese bebé negrito y regordete habría de ser poeta. Todo Camagüey supo del nacimiento porque, al día siguiente la noticia adquirió letras de molde en el interior de Las dos Repúblicas, el diario local que dirigía el aguerrido senador Nicolás Guillén Urra, miembro destacado del Partido Nacional Liberal. A los 14 años escribió sus primeros versos sobre “su linda pradera sembrada de flores, que ya por doquiera derrama olores”, según relató años más tarde a manera de anécdota.

Al realizarse la Independencia hispanoamericana, Cuba se mantiene en el cuadro del Estado español; pero deja de ser una provincia para convertirse en colonia a partir de 1837. Bajo esa condición fue gobernada a lo largo del siglo. Su lucha por la independencia, solitaria, es una de las más dramáticas de nuestra historia; sometida por España, deseada por los Estados Unidos a pocas millas de distancia, abandonada por las repúblicas con las que había formado unidad en el pasado. Un patriota, Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874) intenta darle independencia con la guerra de 1868, que se prolongará diez años. Pero los cubanos tienen en José Martí (1853-1895) al verdadero libertador, tanto por la acción como por la emoción; no es un guerrero como los otros libertadores, es un intelectual, un humanista y un poeta que da fuerza al patriotismo cubano. La guerra de independencia de Cuba comienza en 1895. Puerto Rico no ha llegado todavía y tal vez no llegue.

El 12 de agosto de 1898 se firmó en Wa- shington un Protocolo de Paz: finaliza la dependencia de Cuba de España; comienza la intervención norteamericana que dura, directamente, hasta 1902, cuando se establece la República e, indirectamente, como imperialismo económico y permanente amenaza y agresión, hasta la Revolución de Castro en 1958.

La historia de Cuba ha pasado, pues, por etapas que no coinciden con las del resto de las naciones hispanoamericanas sino a veces: parte del Estado español, como provincia, hasta 1837; colonia española hasta 1898; territorio ocupado por los Estados Unidos (subsiste aún Guantánamo como base militar) hasta 1902; República liberal (lucha entre dictadura y democracia) de 1902 a 1958; República socialista de Fidel Castro, desde el 1 de enero de 1959 hasta la fecha.

En esa tierra de lengua y tradición españolas, con predominio de población mulata y economía azucarera, también prendió la poesía.

Lo conocí a Nicolás Guillén, la primera vez, en La Habana, en 1979, gracias a los oficios de mi amigo Alfredo Varela (el autor de la famosa novela El río oscuro, llevada al cine como Las aguas bajan turbias, por Hugo del Carril); luego lo volví a ver en 1980, en el 81 y en el 83, en donde comenzaríamos una hermosa amistad. Recordamos aquel primer encuentro, una noche, después de haber asistido a una charla en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, que entonces presidía el poeta, recibimos una invitación para ir a su departamento que usufructuaba en uno de los pisos más altos del edificio Somellán de El Vedado, frente al Malecón.

Me sorprendieron la belleza y la amplitud del departamento de Guillén, sus ventanales, desde los que se veía sin estorbos la inmensidad del litoral; la delicadeza y la abundancia de los bocadillos. Disfrutamos mucho de la velada, entre otras cosas porque no fue Guillén el único que recitó sus poemas, con voz cóncava y ritmo de tambor:

¿Po qué te pone tan brabo, cuando te disen negro benbón, si tiene la boca santa, negro bembón?

En algún momento de su vida, Nicolás fue periodista, y de tanto en tanto –“para no perder el pulso”– ,decía, “escribo algún suelto, una nota o un aguafuerte, a la manera del escritor argentino Roberto Artl”. Y agregaba enseguida con una sonrisa grande mostrando sus blanquísimos dientes: “Lo que también soy es poeta. Mi padre tuvo una imprenta en la cual se publicaba un periódico muy importante llamado La Libertad. Aprendí allí, además, tipografía y gran parte de mi bachillerato lo hice auxiliándome de algún modo con mi oficio, a pesar de que, como ya he dicho, mi hermano y yo entregábamos el importe de nuestro sueldo, de treinta pesos al mes, a nuestra madre. Para mí el periodismo era y es, a veces, un desahogo y mediante su ejercicio me libero de muchas cosas que no puedo expresar por el verso”.

“Escribo muchas veces en la calle”

En 1920 se trasladó a La Habana donde ingresó a la Facultad de Derecho, pero poco después abandonó definitivamente sus estudios y retornó a Camagüey para dirigir la revista literaria Lis y escribir en el diario El Camagüeyano.

En 1922 completó su primer poemario, Corazón y Cerebro, que publicó años más tarde y de manera fragmentaria. Por razones que él calificó como “anímicas” dejó de lado la poesía durante cinco años. “Nada de poesía. Desde 1922 hasta 1927 no escribí un verso”, dijo alguna vez.

El 20 de abril de 1930, ya de vuelta en La Habana, debutó con sus Motivos del Son, un ritmo de profundas raíces cubanas en su doble vertiente étnica y cultural, provocando la admiración de críticos y escritores.

“He tratado de incorporar a la literatura cubana, no como simple motivo musical, sino como elemento de verdadera poesía, lo que pudiera llamarse “poema-son”, basado en la técnica de esa clase de baile popular en nuestros país”, explicaría después.

Tras la caída del dictador Gerardo Machado, en 1933, y la posterior aparición de Fulgencio Batista, Guillén publicó su primera obra de temática política y social: West Indies. Después de participar en México en el Congreso de Escritores y Artistas Revolucionarios, viajó a España, en plena Guerra Civil, y asistió al II Congreso para la Defensa de la Cultura. Fue entonces cuando decidió ingresar al Partido Comunista a cuyo comité central perteneció hasta su muerte.

Regresó a Cuba en 1938. A partir de ese momento se dedicó a la política, pero sin abandonar la literatura. Entre 1945 y 1948 Nicolás Guillén viajó por Latinoamérica visitando la Argentina (donde vivió un tiempo), Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Uruguay y Brasil. En 1947 publicó en Buenos Aires El Son Entero, con una carta-prólogo de Miguel de Unamuno.

Era simpático, dulce, conversador incansable, y sonoro como sus poemas. Poseía una lucidez extraordinaria y una vitalidad asombrosa. Mientras hablaba, lo escrutaba a uno con sus ojillos, y bromeaba y reía, alegre como un niño. Contaba cosas, contestaba preguntas e inquiría a su vez con soltura y precisión. Deseaba saber de la Argentina, de sus escritores y poetas, de su música. De pronto, nos quedábamos en silencio observando al poeta, al maestro, pareciéndonos un sueño el estar a su lado, charlando con él como si nos conociéramos de toda la vida. Y Nicolás Guillén hablaba, más que hablando, como si estuviera cantando.

“Escribo a cualquier hora, y muchas veces en la calle –nos decía–. En el curso de una visita, en la guagua, en el tren, en la oficina. Trabajo mientras tengo ganas... Eso depende de la necesidad que tenga de escribir (Fíjese que no hablo de inspiración). Decía que es perfeccionista y corrige mucho sus originales. “Busco casi maniáticamente la perfección, siempre inalcanzable. Corrijo una y mil veces lo que escribo y jamás estoy feliz de lo que sale de mi pluma”. Cuando le preguntábamos si qué poetas influenciaron en su obra, declaraba sin ambages: “¿Quién no las tiene? Hay que ser demasiado soberbio para pensar que salimos de la nada. En el arte y en la vida siempre somos padres e hijos de alguien. El problema importante no es recibir una influencia; lo valioso es transformarla en sustancia propia, en elemento personal, en forma característica de creación”. Y subrayaba: “En mí influyeron muchos poetas. El primero de todos fue Campoamor, en mi adolescencia; también Bécquer, y la más reciente fue la de Rubén Darío, después de leer el texto de don Juan Valera sobre el libro Azul, pero lo abandoné o traté de hacerlo tan pronto me di cuenta de la influencia francesa que sufrió Darío y su sentido aristocrático de la vida. Con todo, los libros de él más importantes como Canto de vida y esperanza son imperecederos”.

No podíamos, a cierta altura de la charla, dejar de preguntarle cuál de sus libros prefería. “Yo, el Sóngoro cosongo, porque en él pude definir y depurar mi técnica. Ahora bien, cada uno de ellos forma un todo, diríamos, planetario, que los hace corresponderse entre sí”. Desde el punto de vista musical o rítmico, cuando el poeta cubano escribió Sóngoro cosongo, recibió un influjo muy grande del Sexteto Habanero, que había impuesto el son oriental en la isla. Y agregaba: “He leído en alguna parte que no se escribe más que un libro, y que los otros son variedades del primero”.

“¿Para qué sirve la poesía?”

La poesía lírica de Nicolás Guillén –recogida parcialmente en Música de Cámara– constituye un ángulo importante de la vasta producción poética del gran vate. En toda su obra el lirismo asume un papel principal, resaltando con espléndida eficacia la belleza de su mensaje poético. Siempre renovado, ofreciendo aportes al arte de escribir poesía, Guillén sorprende por el enriquecimiento formal de sus poemas y la sencillez genial de sus versos, casi musicales. “Mis poemas son artísticamente musicales. Es curioso, cuando era niño mis padres quisieron que yo estudiara violín, pero fue vano empeño. Muchas veces mi profesor tenía que suplicarme que descendiera de la azotea de mi casa, donde empinaba mis barriletes, para solfear un rato con él. Ahora me pesa porque, efectivamente, el violín me gusta mucho. En este punto déjeme decirle, o recordarle, que mi país tuvo un gran violinista llamado Claudio José Brindis de Salas, el cual murió en Buenos Aires, donde fue glorioso, prácticamente en la calle. Lo llamaban el Paganini negro. Fue grande Brindis por su genio artístico, por el contenido de su personalidad rara, poderosa, impar. La atracción personal, el magnetismo de su genio musical, la anchurosa fama que le acompañó conviertiéndolo en favorito de las cortes europeas, hicieron de Claudio José Domingo un personaje de relevancia histórica inolvidable. En la madrugada del 2 de junio de 1911, repito, falleció en Buenos Aires, en una pobre posada que le sirvió de refugio”.

El autor de Motivos de Son, West Indies Ltd., La paloma de vuelo popular, Obra Poética y Por el mar de las Antillas anda un barco de papel (poesía para niños) y tantas páginas más que van desde la poesía al ensayo, pasando por el periodismo y las conferencias, se volvía a veces melancólico y triste. “En el fondo soy un elegíaco, un angustiado; es mi temperamento”, nos decía–. Al lado de la seriedad y la mesura había en él una chispa satírica extraordinaria. Por ejemplo, cuando le preguntamos para qué sirve la poesía, respondió al instante, esbozando una sonrisa pícara: “¿Para qué sirve la poesía, me pregunta usted. Sirve para todo, menos para sentarse sobre ella (como las bayonetas)”. Y respecto a la muerte, decía: “No le temo a la muerte, pero tengo cierta curiosidad por saber en qué consiste. Precisamente tengo un poema titulado Muerte. Le recitaré una parte. Dice así: ¡Ay, de la muerte no sé/ de qué color va vestida / y no sé si lo sabré!... Mas ya me veis: espero / mi momento postrero, / curioso, preparado, / pues quizá me sea dado / sentir que llega, armada, / y herido por su espada / gritar: ¡Te vi primero!”.

Nicolás Guillén, poeta de “firme pulso con que embrida el verso y la gracia popular que le da sabor y vuelo a la estrofa”, manifestaba que en la actualidad –a pesar de sus años– se dedica “siempre a escribir”. Y añadía, ante la pregunta si la poesía deber ser cerrada o abierta, “Yo personalmente prefiero una poesía abierta, como dice usted. Pero, ¡por favor!, que sea poesía”. Recalcaba que “los poetas jóvenes, a veces, tienen demasiada prisa. Yo creo que deben estudiar a los clásicos, la gramática, las formas métricas, los géneros literarios. A mi entender, para revolucionar un arte, cualquiera que este sea, es indispensable primero dominarlo”.

Frente a nuestra referencia si qué estaba preparando en ese momento, decía: “Estoy preparando mis memorias, en las que mi estancia en Buenos Aires ocupa muy señalado lugar. Allí viví algún tiempo durante mi exilio y tengo muchos amigos; allí hice amistad con Rafael Alberti, Jorge Amado, Raúl González Tuñón. Quiero decirle que fui amigo, en la Argentina precisamente, de José Asunción Flores, compositor y músico paraguayo, a quien conceptúo como un verdadero creador, que enriqueció la música de su tierra con obras de originalidad y pureza extraordinarias. Hay por cierto, un poema mío dedicado a Flores y al grande poeta Elvio Romero, con quien me relacioné en Buenos Aires y en París”.

“No le he cantado con mucha frecuencia al amor, como usted dice, porque quizá no tenía el suficiente coraje. Sin embargo, como recordará, tengo muchos poemas dedicados al amor. Uno de los que más quiero y que, en mi opinión, mejor escrito está es La balada azul. ¿Se acuerda?... Es aquel poema que dice: Mi bien, yo siempre pedí / ser blanca cruz en la tumba/ donde dormirás por fin, / para estar, aun en la muerte, / cerca, muy cerca de ti... O aquel otro: “¡Qué largo camino anduve / para llegar hasta ti, / y qué remota te vi / cuando junto a mí te tuve!... Más que cantar al amor, ... prefiero ejercerlo”. Falleció un domingo 16 de julio de 1989, a los 87 años tras una larga enfermedad.

Por Armando Almada-Roche(Desde Buenos Aires, especial para ABC Color)
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