Rafael Alberti, el poeta entre el clavel y la espada

Rafael Alberti Merello fue el último testigo del movimiento intelectual de la llamada Generación del 27. En el momento de su muerte, Alberti estaba junto a su segunda esposa, María Asunción Mateos.

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El poeta había nacido en 1902 en el Puerto de Santa María, en la misma ciudad en la que murió un 28 de octubre de 1999. Ahora hubiera cumplido 99 años, quinto de los seis hijos que tuvo el matrimonio de Agustín y María, nieto de bodegueros proveedores de las cortes europeas. Con la muerte de Alberti, desapareció una de las figuras que, con su regreso a España, luego de décadas de exilio, simbolizó la reconciliación política de la transición española.Su espíritu estuvo siempre indisolublemente unido en arte y vida al mar de las costas donde nació, y a un compromiso político que lo llevó a un exilio de 58 años, una vida.   
  
Poeta, pintor, dramaturgo, político, fue historiador de su época, biógrafo de Federico García Lorca, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Vicente Aleixandre, y de sí mismo en sus Arboledas perdidas, cinco volúmenes que escribió en los últimos veinte años de su vida.   

En 1917 se trasladó con su familia a Madrid, y se dedicó a copiar pinturas en el Museo del Prado, vocación que prefirió al bachillerato, que jamás terminó.   

La nostalgia de la bahía de Cádiz, y los remordimientos después de la muerte de su padre, lo llevaron a refugiarse en la poesía y a dejar la pintura en un segundo plano.   

A partir de entonces, estrechó su relación con otros protagonistas de la Generación del 27, como Dámaso Alonso, Lorca, Gerardo Diego o Aleixandre, un movimiento intelectual que se inició en un homenaje a Luis de Góngora realizado en Sevilla en 1927.   

María Teresa León  

Su primer libro fue Marinero en tierra (1925) que le valió el Premio Nacional de Literatura, y se da a conocer en el mundo de las letras. Le siguieron La amante (1925), El alba del alhelí (1926) y Cal y canto (1927), para culminar en 1929 con la obra Sobre los ángeles. Militante del Partido Comunista de España desde 1931, fue Premio Lenin de la Paz en 1965; su afiliación política lo llevó al exilio, iniciado en 1941 y terminado en 1977. "El exilio en mi vida ha representado una cosa muy negativa, muy terrible. Pero de lo negativo también se aprende. He vivido 24 años en la Argentina y más de 15 en Italia. Y estos dos países son para mí segundas patrias a las que llevo dentro del corazón", nos decía Rafael Alberti, en una soleada mañana de Praga, en 1983, cuando ambos asistíamos a un congreso en contra de la guerra nuclear auspiciado por el Consejo Mundial de la Paz. Coincidimos casi quince días en tierra checa, y aproveché la oportunidad para entrevistarlo en reiteradas oportunidades. Años después nos volvimos a encontrar en Buenos Aires, en el 91 y en 1992.   

En 1929, Cal y canto recoge su interpretación poética del gongorismo y en ese mismo año Sobre los ángeles inicia una etapa surrealista, que se completa con Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, dado a conocer en 1929, y Sermones y moradas, en 1930. Se casó ese mismo año con la escritora María Teresa León y, a partir de entonces, cultiva una poesía revolucionaria comprometida políticamente.   

La trayectoria poética de Rafael Alberti se inicia con un libro de notable madurez estética , ya lo hemos señalado, Marinero en tierra, que supone su consagración como poeta dentro de una de las modalidades estéticas generacionales (el neopopularismo), aunque ya en sus inicios había participado en las revistas de vanguardia con poemas influidos por los ultraístas y los creacionistas. Su primera a firmación como poeta ha surgido, sin embargo, tras la lectura de los cancioneros de los siglos XV y XVI y de Gil Vicente, e inspirado por los trabajos de investigación que se llevan a cabo, dirigidos por Menéndez Pidal, en el Centro de Estudios Históricos, y que determinaron la forma tanto de Marinero en tierra como de La amante y El alba del alhelí.   

Participa el poeta directamente en las conmemoraciones gongorinas, firma la convocatoria del centenario (con Guillén, Salinas, Alonso, Diego y Lorca) y su fervor hacia el poeta cordobés determinará las características de su cuarto libro, Cal y canto (aparecido en la editorial de la Revista de Occidente en 1928), que desarrollará uno de los más interesantes procesos de actualización del lenguaje poético culterano en la poesía de su generación. Tales experiencias culminarán en la escritura de una insólita "Soledad tercera", que corona un extenso y decisivo proceso de recuperación de formas clásicas (sonetos, tercetos) con un lenguaje metafórico neobarroco de gran originalidad.   
  
Elvio Romero y José Asunción Flores  

Elvio Romero –en aquel entonces, otro de los eternos exiliados— es uno de sus grandes amigos, le recordamos al principio de nuestra charla. Nos hallábamos en la vereda de un antiguo mesón o taberna casi milenaria adonde solía ir –según me dijeron—a escribir Kafka. El sol doraba los picos de los castillos y las cúpulas torneadas de las imponentes iglesias. El paisaje es maravilloso y los ojos no alcanzaban para apreciar tanta belleza. Rafael Alberti se hallaba sentado ante un inmenso ventanal de vidrio desde donde se divisaba la ciudad; el panorama era majestuoso. Su blanca y larga melena era mecida por el viento y su mirada se perdía más allá, como yendo en busca del pasado, de un tiempo que ya no existía e iba sacando poco a poco los recuerdos y nos contaba historias interesantes de su vida por el mundo, principalmente de la Argentina; de sus entrañables amigos el poeta Elvio Romero y José Asunción Flores. Su voz sonaba monocorde y, por momentos, con un dejo porteño, nos llevaba hasta Buenos Aires.   

"Sí; Elvio Romero es un gran amigo mío, y lo quiero mucho. Lo mismo que a José Asunción Flores, músico incomparable, que murió sin poder volver. Desgraciadamente su patria aún sigue encadenada; todavía su tierra –"síntesis amarga del dolor y la violencia", como dice él– está bajo las garras del tirano más antiguo de América Latina, que ha convertido al Paraguay en el país más desdichado de la tierra. Pero Elvio Romero y los miles y miles de compatriotas que están en el exilio regresarán un día. Como le digo en el poema que le sirvió de prólogo a Días roturados: ‘Y mientras que penando / sin luz va el enemigo, / la Libertad contigo/ regresará cantando…’. Yo volví. Tuve la suerte de volver, de recomponer de verdad las rotas raíces, cubriéndolas de nuevo con la tierra de España. Espero que él también pueda volver. Que todos los exiliados del mundo puedan volver".   

Sobre los ángeles  

"Nosotros", recordaba el poeta gaditano, "los que pudimos arribar a otras tierras, aún con las destrozadas raíces al viento, lo hicimos sin ni remotamente sospechar, desde luego, que nuestro peregrinaje duraría casi 40 años; yo, al fin, pude regresar, ya que tantos miles por aquellos países quedaron, y muchos para siempre. Entre ellos, parte de nuestro más grandes poetas".   

La conciencia política de Alberti, al principio, empezó como un juego, como una travesura estudiantil más, pero luego fue viendo y comprendiendo las cosas de manera seria y sensata. Hasta ese momento su vida transcurría entre la pintura, la poesía, el teatro y las travesuras estudiantiles. Después en España la situación política se volvió insostenible y peligrosa bajo la dictadura del general Primo de Rivera en 1927. Cada vez más el pueblo estaba madurando una conciencia republicana y las luchas estudiantiles se agravaron. Alberti era joven y vehemente y tenía poca conciencia política, pero quería participar en las marchas, los mítines. De pronto, a raíz de las cosas que veía y sentía, "me volví belicoso, audaz y combativo, decía, y, sin saber exactamente lo que quería, me uní a todas las luchas estudiantiles habidas y por haber y empecé a escribir de otro modo, con la sangre caliente, si quieres". El fruto de esa época es su libro Sobre los ángeles. Con esta obra entró en crisis y su vida cambia, igual que su manera e escribir. A partir de allí empieza a escribir en un estilo más llano, más directo, convirtiéndose en una especie de poeta panfletario o contestatario. "Recuerdo que escribía en contra de la dictadura de Primo de Rivera", recordaba. "Escribí un largo poema llamado "Elegía Cívica", que yo mismo pegaba por los muros de Madrid de noche o a plena luz del día, lo mismo daba". Con Sobre los ángeles, sin proponérselo o proponiéndoselo, daba a conocer el libro más complicado y más difícil de todos los suyos, cuya clave puede hallarse en la cuestión amorosa, con desengaño incluido; en la insatisfacción con la obra anterior –muy típico de los poetas de su tiempo y especialmente de Federico García Lorca, que experimenta también en esa misma fecha similar reacción—; o en la pérdida de la fe religiosa, en la que coincide también con el Federico que abraza el surrealismo en 1929 y produce Poeta en Nueva York. Una temporada en la casona de Tudanca, con José María de Cossío, entre tormentas y lecturas de Quevedo y de Bécquer, determinaron su nueva estética vital e inquietante, reveladora no ya de una crisis personal, sino de la crisis de todo un tiempo de España, acorde con lo que otros poetas de su generación (Aleixandre, Cernuda, Lorca, Prados) están llevando a cabo en su poesía en esos mismos años.   

En esos años los jóvenes militares republicanos se sublevaron en Jaca, en los altos Pirineos. A partir de allí empezaron a sentirse unidos a una lucha que no era precisamente "como aquella quietud", explicaba, "de los años de nuestra ‘militancia’ aniñada, donde en realidad no había una conciencia grande como para hacer la lucha que después se llevó a cabo".   
   
La Barraca  

A partir de allí la vida de Rafael Alberti pegó un giro de 180 grados. "En efecto   —seguía diciendo— mi vida dio un vuelco fundamental tanto en lo político como en lo literario. Hallé mi veta literaria todavía dormida y también encontré el amor. Conocí a María Teresa León y casi enseguida nos casamos. Tanto ella como yo, sin ninguna clase de dudas, nos incorporamos a la lucha por la República Española".   

Después cayó la monarquía, vino la República. A pesar de que la generación de Alberti en un principio era más o menos apolítica, tomó posiciones. Luego, con la ayuda de un ex profesor de Federico García Lorca, crearon La Barraca, y salieron a recorrer los pueblos de España. "Recuerdo  —decía más adelante el poeta— que hice una obra de teatro muy querida por mí y por mis compañeros de ruta; era una pieza política, Fermín Galán. La bauticé así en honor de uno de los héroes de Jaca, torturado y fusilado por la monarquía. La estrenó la gran Margarita Xirgú durante la República, en Madrid, amén del público monárquico que había en la sala".   

María Teresa y Alberti eran jóvenes, inquietos y tenían deseos de aprender y ser útiles para la causa popular. Se fueron a París, enviados por la Junta Cultural que había en Madrid, para observar las cuestiones culturales relacionadas con los teatros de vanguardia. Se relacionaron con gente importante, adquirieron experiencia y maduraron políticamente. También tuvieron la suerte de ir a Alemania, pero por desgracia el nazismo estaba en pleno desarrollo. Fue allá por 1932 cuando las elecciones de Hindemburg, que salió elegido presidente y luego le dio el poder a Hitler. "Nuestra estadía —recordaba— coincidió con la etapa más efervescente del nazismo. La cruz esvástica estaba pintada por todas partes. En aquel momento existía una tremenda pobreza en Alemania. Las escuadras iban día y noche por las calles cantando y amenazando a los judíos. Se estaba viviendo un momento muy grave y la crisis antisemita se agravaba día a día. Yo tenía muchos amigos judíos que empezaban a vivir escondidos porque corrían peligro. Todo eso me marcó muy hondo".   

Posteriormente se marcharon a la Unión Soviética. Rafael Alberti siempre fue un poeta errante. "Las impresiones que recogí en la Unión Soviética fueron imborrables. Fue por 1932 y también para estudiar teatro. Nada que ver con la Alemania que habíamos visto y sufrido. Daba gusto ver cómo trabajaba el pueblo, cómo hacían todo de la nada, de qué manera transformaban las cosas. Trabajaban con amor, con entusiasmo, con pasión pero –fundamentalmente— con disciplina, honestidad y convicción. Era el momento heroico de la Revolución Rusa, el instante en que estaban creando la industria. ¡Hombre, y todo a fuerza de pulmón!".   

En la Unión Soviética los trataron con respeto, admiración y amor. Se hicieron de un montón de amigos y aprendieron bastante de aquella maravillosa gente. Se relacionaron con estudiantes, obreros, escritores, músicos, pintores y –además— con actores teatrales. Su relación con la gente de teatro fue fructífera y muy positiva. Tomaron contacto con el grupo de Tairov, "con los elencos de fábricas, todos de primer orden. Tanto ellos como nosotros teníamos unas ganas reales de trabajar, de hacer cosas, de aprender".   

Volvieron a Alemania puesto que tenían algunas cosas que resolver. A su llegada vieron que todo estaba podrido. Hitler había subido al poder. Les tocó vivir momentos duros e históricos. Fueron testigo de la mentira montada por los nazis respecto del incendio del Reichtag, que luego le echaron la culpa a los comunistas y de paso montaron un pretexto y una justificación para la batalla final. En aquel aciago y memorable día, cientos de jóvenes socialistas y comunistas tuvieron la osadía de cantar la última Internacional por las calles (llenas de cruces svásticas) de Berlín. "Después —nos decía Alberti—María Teresa y yo decidimos marcharnos porque cada vez se hacía más y más peligroso permanecer allí. Desde ya que nuestro comportamiento era temerario. De allí pasamos a Francia".   
  
En París se quedaron poco tiempo. Mientras estudiaban teatro, al mismo tiempo hacían política. Se relacionaron con mucha gente de letras, pintores y políticos. En verdad que todos esos años de ir y venir de un lugar a otro los enriqueció espiritual e intelectualmente. "Cada vivencia la gozábamos y aprovechábamos al máximo. Luego regresamos a España. Corría el año 1933".   

Ya ubicados de nuevo en Madrid, ¿a qué se dedicaban?, le preguntábamos. "A trabajar, a escribir y a militar. Por aquella época hacíamos la revista El Caballo Verde, creada por Neruda y dirigida por María Teresa. Pero empecemos por el principio", aclaraba el poeta. "Pablo –hablo de Neruda, no de Picasso— había sido nombrado cónsul en Madrid y lo primero que hizo al pisar tierra española fue ir a vernos. Desde entonces nos hicimos muy amigos y colaboramos en todo, tanto en lo literario como en lo político.   

"Neruda no estaba todavía comprometido políticamente en aquel tiempo. Pablo era un niño grande, sensible y sencillo, un lírico incorregible a quien no le interesaba para nada la política. En ese momento lo que más le importaba era la poesía y trataba de recuperar aceleradamente el idioma castellano porque se había olvidado de muchísimas cosas durante su estada en Java, en donde también había cónsul".   

El Mono Azul  

Neruda vivió muchos años en España y tuvo la ocasión de ir viendo paso a paso el desarrollo de las distintas políticas que regían la vida española. Vivió en carne propia el gobierno reaccionario de Gil Robles y Leroux, llamado el bienio negro, y fue testigo, por así decirlo, de la insurrección de los mineros asturianos. Después estalló la guerra civil. En ese momento Neruda tomó conciencia del asunto político y empezó a comprometerse en serio. "Recuerdo", rememoraba Alberti, "que una tarde llega a nuestra organización, la Alianza de Intelectuales Antifascistas, con un bello y encendido poema llamado Canto a la Madre de los Milicianos Muertos. A partir de ahí tomó conciencia y dejó de ser un poeta subjetivo y vanguardista. El poema fue publicado inmediatamente en nuestra revista de combate, de barricada, llamada El Mono Azul, pero sin firma. Pablo era todavía cónsul y no quería ponerse en evidencia".   

España estaba herida por la guerra y por las represalias de su nuevo amo, Franco. Los Alberti escaparon hacia Buenos Aires. De aquel momento doloroso, recordaba Rafael: "El escape a la Argentina fue un escape a la vida, a la esperanza, pero cómo me dolió ese viaje. Me alejaba de mi España. De sus montes y de sus mares. De sus olivos y naranjos. Íbamos rumbo a una América desconocida y lejana, para cumplir con mi destino de exiliado, de español errante.   

"Nosotros íbamos hacia Chile. ¿Por qué nos desviamos de nuestra ruta? Cosas de los hados, no sé. Debíamos ir a Chile –eso era lo propuesto por Pablo—, pero los vientos tomaron otros caminos y nosotros también. Afortunadamente llegamos a la Argentina, a Buenos Aires, donde conseguimos buenísimos amigos –a los cuales todavía recuerdo y añoro—, y empecé a poner distancia de mis dolores de España, mojado en lágrimas de ira, de fe y de esperanza. Y, aunque llegaba a una extraña tierra, me sentí feliz, sabiendo que una hoja de mi vida había sido marcada por una fecha imborrable.   

"La Argentina fue generosa con nosotros. Tal vez mucho más de lo que esperábamos. Pero el exilio es duro y cruel… Había dejado tantas cosas en España, tenía las raíces quebradas. Ni remotamente sospechábamos, desde luego, que nuestro peregrinaje duraría casi 40 años".   

En los últimos días de la guerra marcha a Francia, donde inicia un largo exilio que tendrá una etapa inicial en Buenos Aires. La editorial de Gonzalo Losada publica su colección Poesía (1924-1939), aparece Entre el clavel y la espada (1941) y compone una trilogía dramática, de corte neopopular, formada por El trébol florido (1040) y La Gallarda (1944-1945). En 1941 nace su hija Aitana y a partir de 1949 elabora los poemas que compondrán el volumen Coplas de Juan Panadero, en cuya primera edición aparece el autor como colector y amigo de Juan Panadero, un poeta del pueblo, refugiado tras la guerra civil y vagabundo por Iberoamérica. Su libro A la pintura, que tendrá varias ediciones, se publica por primera vez en 1945.   

Usted es un poeta comprometido políticamente con el Partido Comunista. ¿Esa militancia no le ha restado validez a su obra poética? le preguntábamos. Y Rafael Alberti exclamó con su voz de dómine, casi enojado: "¡Sí, yo soy un poeta comunista hasta los tuétanos! Quisiera ser más comunista todavía para que se jodan los que piensan que ser comunista es ser un mal poeta… Yo he querido reflejar en mi obra el tiempo que vivimos. Soy el poeta que la vida hizo de mí; otros serán de otra forma, allá ellos".

Armando Almada–Roche   
armandoalmadaroche@yahoo.com.ar   
(Buenos Aires, especial para ABC Color)
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