Las flores de la pequeña Ida (4) (adaptación)

Ahora vamos a conocer el final de esta florida historia

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En ese momento, una fuerte ráfaga de aire abrió de par en par las puertas de la habitación y por ella entraron muchísimas flores.

«Deben ser las del palacio... o las del jardín botánico», pensó Ida.

Al frente de la singular comitiva marchaban dos rosas de color maravilloso: eran el rey y la reina de las flores. Detrás avanzaban los alhelíes y los claveles más bellos saludando en todas las direcciones.

La banda de música estaba formada por grandes adormideras y peonías que soplaban en vainas de guisantes.

Las campanillas azules y las amapolas sonaban como si fueran cascabelitos.

Era aquella una música original, muy alegre, y a su compás, cerrando la comitiva, danzaban violetas y amarantos rojos, margaritas, gladiolos y hortensias.

¡Qué espectáculo tan fascinante y hermoso!

La pequeña Ida estaba viviendo los instantes más felices de su existencia.

La campana de un reloj de torre desgranó lentos tres toques. Y las flores, que nunca habían trasnochado tanto, empezaron a sentir sueño. Cesaron las músicas y las bailarinas comenzaron a despedirse unas de otras.

La pequeña Ida volvió a su cama, donde de nuevo, volvió a soñar todo lo que acababa de presenciar.

A la mañana siguiente, preguntándose si había sido realidad la fiesta de las flores o lo había vivido su imaginación durante el sueño, corrió a la mesas en donde estaban sus juguetes, fue a la cama de las muñecas, levantó la manta y... Sí, allí estaban todas las flores. Pero yacían marchitas, muertas ya.

Más tarde, al encontrarse con sus primos en el jardín, Ida quiso enterarse de si ellos soñaban. Fue Adolfo quien explicó:

—Bueno, la verdad es que los estudios no me dejan mucho tiempo para soñar. Pero anoche soñé que tenía mucha sed... Miré la mesita y no vi el vaso de leche que mamá me deja todas las noches y la jarra del agua estaba vacía.

Quise levantarme y, entonces, me di cuenta de que el rosal de la ventana había crecido tanto que las ramas rodeaban mi cuerpo. Cada vez que intentaba librarme de ellas, las espinas se clavaban en mi carne obligándome a permanecer quieto.

Mi sed iba en aumento hasta convertirse en algo insoportable. Mis labios estaban secos, agrietados. Tuve la impresión de que me iba a morir.

—¿Y cómo terminó todo? —preguntó Ida, interesadísima.

—Pues, fue entonces cuando una de las ramas se situó a la altura de mi boca y de ella surgieron dos hermosas flores, con los pétalos cubiertos de rocío. Varias gotas cayeron sobre mis labios sedientos y...

Bueno, entonces me sentí libre y pude saltar de la cama. Me acerqué al rosal de la ventana y recordé que llevaba muchos días sin regarlo. Fui a la cocina a buscar agua y eché el líquido en la planta, que revivió de pronto.

—No fue más que un sueño —dijo Ida.

—Eso pensé yo... Pero esta mañana he descubierto unos puntos rojos en mi piel, como si las espinas me hubieran aprisionado de verdad... Y lo podéis ver.

Ida quedó atónita al ver las señales rojas de su primo Adolfo.

Sobre el libro

Título: Las flores de la pequeña Ida

Autor: Hans Christian Andersen

Editorial: Zap Digital, SL.

Actividades

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